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[Anime] Crítica de Digimon Adventure Last Evolution Kizuna: crecer duele

El vigésimo aniversario de la franquicia Digimon nos ha traído la película Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna, cinta que se nos ha presentado como la despedida final de aquellos míticos personajes que marcaron a toda una generación de jóvenes hace veinte años. Voy a aprovechar la ocasión para reflexionar sobre mi relación con Digimon y para sacar algunas conclusiones sobre la película. Bienvenidos a mi crisis de la mediana edad inspirada por los monstruos digitales.



No estuve allí aquel día del año 2000 en el que se estrenó el primer capítulo de Digimon Adventure en La 2 de Televisión Española. Estuve al día siguiente, justo a tiempo para ver el segundo, y ya entonces decidí quedarme a ver el resto de la serie. Y la serie que vino después. Y también la siguiente. Y la siguiente. Como a muchos otros de mi generación, el primer contacto con Digimon Adventure me produjo un gran impacto. Sin embargo, me pilló algo mayor como para ser parte de su público objetivo. Por aquel entonces debía estar a punto de acabar el colegio o recién llegado al instituto, así que ya no era exactamente un niño... pero tampoco era exactamente un adolescente. Estaba en el límite, en plena época de cambios. Quizá por eso me impactó tanto aquella primera serie, pues, como otras muchas producciones para niños, hablaba sobre aquel proceso por el que yo mismo estaba pasando; hablaba sobre superar los miedos e inseguridades infantiles y salir al mundo a vivir aventuras, sobre conocer gente y hacer nuevos amigos, sobre aprender a valorarse a uno mismo, sobre superar adversidades apoyándose en los demás, sobre confiar, sobre compartir... En definitiva, hablaba sobre crecer, sobre madurar, sobre hacerse mayor. El suyo era un mensaje sencillo y optimista, el tipo de mensaje que se le transmite a un niño, pero es justo el mensaje que todos necesitamos escuchar en esa época de nuestra vida: crecer puede dar mucho miedo... pero al final todo irá bien.

Por desgracia, aquella bonita moraleja se quedaba corta. La vida real me resultó mucho más compleja -y cruel- de lo que Digimon Adventure me había contado, pero hice lo que buenamente pude. Pasó el tiempo. Llegó Digimon Adventure 02. Llegó Digimon Tamers. Seguí ambas series religiosamente, por supuesto. Pasó el tiempo. Llegó Digimon Frontier. Para entonces yo ya estaba en la universidad y la vida me había dado unos cuantos golpes, pero seguía sintiendo un gran aprecio hacia los niños elegidos y sus monstruos digitales. Veía Digimon Frontier a escondidas, para no ser juzgado por seguir viendo series para niños. Me encantaba su ingenuidad, su inocencia, su absoluto desconocimiento de lo duro que puede llegar a ser el hecho de crecer. Pasó el tiempo. Llegó Digimon: La película y, pese a ser una aberración creada por el mercado occidental que mutilaba sin piedad las tres primeras cintas japonesas, consiguió remover algo dentro de mí. Aquella película me emocionó, pero la distancia entre el mensaje de Digimon Adventure y yo se había hecho demasiado grande. Aquella época de mi vida había pasado y ya no necesitaba escuchar más aquella moraleja optimista.

Ese fue más o menos el final de mi relación con Digimon. Volví a ver la serie de Digimon Adventure algunos años después, aunque fue poco más que un mero ejercicio nostálgico. De hecho, apenas me dejó poso alguno en esa ocasión. Pasó el tiempo. Llegó Digimon Savers. Llegó Digimon Xros Wars. No vi ninguna de esas series. Pasó el tiempo. Digimon Adventure cumplió quince años. Llegó Digimon Adventure Tri. Tampoco vi esas películas. Pasó el tiempo. Digimon Adventure cumplió veinte años. Llegó Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna. Para entonces ya era un adulto ciertamente desencantado con la vida y al que le costaba horrores sentir algún tipo de aprecio por una franquicia ideada para vender muñequitos a los niños. Ya no valoraba la ingenuidad y la inocencia como antes. Me puse a ver Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna por curiosidad, sin saber mucho sobre ella y sin sentir ningún interés especial... pero al verla lloré como hacía años que no lloraba.


La mayoría de las series para niños existen en un espacio separado, ajeno a las vicisitudes de la vida. Así fue con Digimon Adventure, que transcurría durante un verano en el que los niños elegidos podían vivir sus aventuras en el mundo digital sin perder ni un solo día de escuela. Lo más triste que le sucedía a nuestros protagonistas era que aquel verano llegaba a su final al acabar la serie, por lo que tenían que volver a sus vidas cotidianas tras despedirse de sus compañeros digimon. Aquello era, evidentemente, una despedida temporal, como lo es cualquier despedida entre los amigos que coinciden un verano y no van a volver a encontrarse hasta el siguiente. Sin embargo, la idea de que tarde o temprano había que regresar a "la normalidad" estaba bien presente en ese final. De hecho, la serie siempre le dio gran importancia a la vida de los niños más allá del mundo digital, hasta el punto de que unos cuantos capítulos transcurrían en el mundo real. Digimon Adventure nunca ocultó que, tras las especiales aventuras de aquel verano que parecían transcurrir en un espacio ajeno a todo lo demás, existía una realidad a la que tarde o temprano habría que regresar y que acabaría conduciendo a nuestros queridos personajes un lugar que resulta alienígena a todo niño: el mundo de los adultos. Los niños elegidos acabarían creciendo tarde o temprano.

Pero -y aquí viene lo interesante- con el gigantesco éxito de aquella primera serie se creó también una fuerza que anclaba a los protagonistas a su infancia y les impedía crecer del todo. Lo nostalgia de los espectadores que vivieron aquel fenómeno cuando eran críos, unida al interés por rentabilizar la franquicia lo máximo posible es lo que mantuvo a la primera generación de niños elegidos aferrada a sus amigos digimon durante tanto tiempo. Pues, si bien los creativos tenían bastante claro que las posteriores secuelas iban a contar con nuevas generaciones, una buena parte del público quería volver a aquel mítico verano de su recuerdo una y otra vez. Quizá por eso el primer relevo generacional, el de Digimon Adventure 02, fue parcial y contó con la presencia de los anteriores niños elegidos, convertidos ahora en una suerte de mentores. Quizá por eso el interés en las sucesivas iteraciones fue disminuyendo a medida que se iban alejando de los personajes originales. Quizá por eso la única forma concebible de celebrar cualquier aniversario ha pasado por recuperar a los personajes de Digimon Adventure, ya fuese en Digimon Adventure Tri o en la película que ahora nos ocupa.

Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna es otra historia sobre crecer, como todas las historias de esta franquicia, pero al contrario que ellas no transcurre en un espacio único y separado de la realidad cotidiana. Los niños elegidos ya son mayores y tienen responsabilidades, algunas de las cuales son tan importantes que les impiden salir corriendo junto a sus digimon cuando surge una nueva amenaza. Los estudios y el trabajo, con todo lo que conllevan, están muy presentes en la película. Se establece así la idea de que hay que elegir entre la aventura fantástica y la cotidianeidad, ya que ambas son incompatibles. Antes las aventuras podían transcurrir durante un mágico verano en el que la vida se ponía en pausa, esperando a ser retomada en el momento adecuado, pero eso sólo sucede durante la infancia: el mundo de los adultos no espera a nadie y por eso crecer implica renunciar a unas cosas en favor de otras. Es más, pertenecer al mundo adulto implica aceptar tácitamente que algunas de esas decisiones están más allá de tu voluntad. Las responsabilidades y cargas de la adultez se encargarán de elegir por ti, pues las presiones externas llegarán a ser asfixiantes. Querrás ser un miembro productivo de la sociedad, ¿no? Querrás cumplir las expectativas que tu familia ha depositado sobre ti, ¿verdad? Entonces no te quedará otra más que olvidar la fantasía infantil y formar parte del sistema.


Ante esta situación sólo caben dos alternativas: crecer e integrarte en el sistema o aferrarte a la infancia perdida y aislarte de la realidad. El deseo de volver a un pasado mejor y más simple existe en todos y cada uno de nosotros, pues somos conscientes de que la alternativa es difícil y dolorosa. También existen intereses que desean que seamos niños para siempre, desde luego, pues está demostrado que la nostalgia es un rentable negocio. Así hemos llegado a la situación en la que estamos hoy, con una considerable porción de la población adulta que, ante la inminencia de problemas inabarcables como el cambio climático o la injusticia social, prefiere huir hacia esa infancia feliz en la que el mundo aún no se estaba colapsando. Mientras tanto, unos cuantos avispados explotan sus inseguridades vendiéndoles películas de superhéroes y muñequitos fabricados en vinilo. No hay nada inherentemente malo en las pelis superheroicas o en los muñecos, pero son un atractivo velo con el que cubrir todas las cosas "feas" de nuestras vidas. Sin darnos cuenta, al consumirlos ayudamos al sistema a oscurecer sus aspectos más criticables y a extender una visión simplona, superficial e inmadura de la vida.

Dicho en otras palabras, los niños que crecieron viendo Digimon Adventure son hoy unos adultos que se enfrentan a una realidad oscura y desasosegante, por lo que nada les hará más felices que gastar su dinero en cualquier producto derivado que les haga rememorar aquella infancia despreocupada... y allí estarán Toei Animation y Bandai Namco para vendérselos, por supuesto. Pero claro, para mi sorpresa esta vez lo que nos han ofrecido en Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna es un regalo envenenado: esta vez no nos ofrecen un amigable viaje a un tiempo más feliz y despreocupado sino una necesaria bofetada de realidad.

Decíamos antes que la nostalgia es un ancla muy pesada. La incapacidad de dejar atrás el pasado también es la motivación principal de la antagonista de esta película, decidida a revivir una infancia feliz ajena a las pérdidas y sacrificios de la adultez; una infancia feliz en la que el verano de Digimon Adventure pueda durar para siempre y no haya que decir nunca adiós a nuestros monstruos digitales. De alguna forma, es como si la propia franquicia hubiese ganado autoconsciencia y le hablase directamente a sus seguidores. Los cerebros de Toei Animation y Bandai Namco saben perfectamente qué es lo que desean sus clientes, no me cabe duda. No obstante, es llamativo que este sea el mensaje de la antagonista, de la enemiga a batir, y no de los héroes. De hecho, nuestros protagonistas son tentados a ceder a la nostalgia y revivir su infancia, pero en última instancia toman el camino difícil y deciden crecer, aún sabiendo que eso supone hacer sacrificios y renunciar a muchas de las cosas que les hacen felices.

En Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna se nos dice que el tiempo del que disponen los niños elegidos junto a sus compañeros digimon es limitado. Ese vínculo fantástico que les une es un producto de la infancia y, como tal, se va debilitando a medida que se hacen mayores. Llegado el momento, una vez que los niños dejen de ser tales, su amigo digital desaparecerá de su lado para siempre. Por tanto, aferrarse a la infancia perdida supone aferrarse a esa criatura maravillosa con la que han vivido sus mejores aventuras, mientras que crecer significa aprender a decir adiós; adiós para siempre. Me resulta difícil no ver aquí una analogía con la aceptación de la muerte, pues está claro que crecer también significa ver morir a tus seres queridos, ya sea la mascota que tuviste de niño, tus abuelos o tus padres. Quizá incluso tus amigos o tus compañeros de clase o del trabajo. Con el tiempo, quién sabe si tu pareja o tus propios hijos. Tú mismo al final también morirás. Crecer duele porque aprender a decir adiós duele. Seguir adelante cuando has perdido a un ser querido duele. Duele muchísimo. No hay palabras para describir ese dolor. Pero así es la vida. Y eso es lo que eligen los héroes de la película: seguir adelante con sus vidas, pese a que eso implique decir adiós a sus queridos amigos.


He llorado viendo Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna porque me ha confrontado con una realidad dolorosa, pero necesaria; una realidad de la que era bien consciente, aunque prefiera no pensar en ella y, en ocasiones, trate de escapar de su abrazo. No esperaba encontrármela aquí, pero bienvenida sea, pues debemos aprender a vivir con ella y a aceptarla. Sé que no he sido el único que ha llorado desconsoladamente mientras veía esta película y me pregunto cómo habrá sido la experiencia para aquellos que buscaban en ella una continuación de su huida hacia la infancia perdida. ¿Se habrán sentido engañados? ¿Se habrán sentido traicionados? ¿O por el contrario habrán pasado por una experiencia catártica que les ha reunido de nuevo con esta desagradable realidad? ¿Les habrá servido... para crecer?

El tiempo pasa y no perdona a nadie. Vivimos inmersos en un sistema complejo del que no podemos escapar y cargamos con los pecados de las generaciones pasadas. Antes de que nos demos cuenta, los mejores años de nuestra vida se habrán esfumado para nunca más volver. Cualquier despedida puede ser la última, aunque en ese momento no lo sepamos. Estamos destinados a ir dejando a nuestros amigos y seres queridos por el camino, hasta que al final nosotros mismos seamos los que se quedan al margen del camino que recorren otros. Crecer significa aprender a vivir con responsabilidades y cargas. Crecer significa aprender a decir adiós. Crecer duele... y, sin embargo, crecer es lo único que nos hace libres; libres del ancla de nuestro pasado, libres de la nostalgia, libres de los intereses que desean que seamos niños ingenuos para siempre. Con el dolor llega la comprensión y, con un poco de suerte, la empatía. Saber que la vida no se para a esperarnos es lo que nos anima a perseguir aquello que nos importa de verdad. Ser conscientes de que cualquier adiós puede ser el último es lo que nos hace aprovechar el tiempo y crear vínculos auténticos y significativos. La capacidad de crecer, la capacidad de madurar, es lo que nos hace humanos.

Es raro que, en estos tiempos de crisis en los que interesa que la gente permanezca dócil y anestesiada, Digimon Adventure: Last Evolution Kizuna haya optado por el camino difícil en lugar de ofrecernos una cómoda y dulce fantasía de regreso a la infancia feliz; un regreso a aquel verano de 2000 en el que los niños elegidos viajaron por primera vez al mundo digital. Es algo que aplaudo por su valentía. Precisamente en estos tiempos de crisis lo último que necesitamos es aferrarnos al pasado. Debemos mirar hacia delante, siempre hacia delante, en pos de un mundo mejor. Aunque duela. Al fin y al cabo, Digimon Adventure nos enseñó que crecer puede dar mucho miedo... pero al final todo irá bien.

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