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[Series] Misa de medianoche: la verdad os hará libres

En sus orígenes, el mito del vampiro estaba relacionado con uno de los miedos más antiguos que conoce el ser humano: el miedo a la muerte y a todo lo relacionado con ella. El vampiro primigenio era un no-muerto que se alzaba de nuevo para alimentarse de la sangre de los vivos de una forma visceral y primaria. De hecho, muchos de estos protovampiros tenían características animales, como cuerpos de serpiente o alas de ave. No obstante, ya en muchas de esas tradiciones antiguas existían otros tipos de vampiro relacionados con los impulsos sexuales. Estos eran seres cuyo objetivo era seducir a los humanos antes de alimentarse de ellos, obligándoles a cometer actos pecaminosos en contra de su familia y su religión. Son estos vampiros los que más influyeron en la concepción moderna del mito, cimentada en 1819 por El vampiro de John Polidori y en 1897 por Drácula de Bram Stoker. Esta interpretación, mediada por las ansiedades propias de la religión católica, se deriva de otro miedo mucho más reciente y más insidioso: el miedo a que otra persona se aproveche de nosotros, a que alguien se imponga sobre nuestra voluntad y nos domine, obligándonos a hacer cosas que, en circunstancias normales, nunca haríamos. Es el miedo a que alguien más fuerte que nosotros se aproveche de nuestras debilidades, las explote y se alimente de ellas.

Desde el romanticismo, el vampiro tiene una claras connotaciones sexuales, pues existe fuera de las limitaciones de la moral y satisface sus apetitos de la forma que más le complace. Por tanto, es una criatura que invita al pecado y a la condenación; una criatura egoísta que prima sus apetitos, sean los que sean, por encima del bienestar de los demás. Es más, esta idea del vampiro también tiene ciertas connotaciones de clase, pues lo habitual es que el tentador sea alguien procedente de la clase alta mientras que el tentado proceda de la baja. De ahí todas esas historias en las que el vampiro es una figura relacionada con la nobleza, dotada de riqueza e influencia, pues no es difícil imaginar al señor del castillo aprovechándose de sus humildes sirvientes. Los poderosos se alimentan de aquellos que carecen de poder, es tan sencillo como eso; es el mismo depredador de siempre vestido con capa. Pero el poder no siempre procede del dinero, de la influencia o de la sangre azul. Hay poder en la ideología. Hay poder en las creencias. Hay poder en la religión. Y ese poder también lleva a situarse por encima de la moral, a dominar a otros y, en última instancia, a la depredación. Porque el vampiro se alimenta de los débiles, los necesitados y los desesperados. Y, desde luego, los que más quieren creer son también los más fáciles de tentar y los que con más posibilidades acabarán convertidos en víctimas. En ocasiones, el depredador también se viste con casulla.

Misa de Medianoche

Misa de medianoche (Midnight Mass en su título original) es una miniserie de terror dirigida por Mike Flanagan (La maldición de Hill House, Doctor Sueño, La maldición de Bly Manor) y disponible en Netflix. Llegué a ella a través de la recomendación de una amiga, sin conocer los trabajos previos del director y sin saber siquiera que estaba relacionada con el vampirismo. Si lo hubiese sabido es probable que la hubiese visto mucho antes, pero creo que mi experiencia habría sido muy distinta. Como antiguo jugador de Vampiro: La Mascarada y aficionado a todo lo relacionado con los chupasangres, creo que me habría fijado demasiado en los elementos propios del mito y habría dejado un tanto de lado la lectura que se ofrece a través de su utilización. Misa de medianoche es una serie que, con la excusa del vampirismo, habla sobre el poder que ejerce la religión sobre las personas, en especial sobre aquellas que están solas, aisladas, necesitadas o directamente desesperadas; habla sobre aquellos que se aprovechan de ese poder, escondiendo sus deseos egoístas bajo una imagen de bondad y abnegado sacrificio; habla sobre la facilidad con la que la religión se convierte en fanatismo y en vehículo del odio hacia aquellos que son diferentes; habla, en definitiva, sobre llevar la religión hasta sus últimas consecuencias: la paranoia, la violencia, el fuego y la muerte.

Sobra decir que a partir de este punto habrá spoilers sobre la trama de la serie en este texto, pero antes de eso empecemos con un breve resumen de su punto de partida. La historia nos sitúa en Crockett Island, una pequeña isla en la que habita una comunidad de poco más de un centenar de personas que subsisten gracias a la pesca y cuyas vidas giran en torno a la humilde Iglesia de St. Patrick. Se trata de una comunidad aislada, que precisa del ferry para llegar a la península más cercana y que en tiempos recientes sufrió un problema de vertidos que puso en peligro los negocios de los pescadores. Eso llevó a que algunos jóvenes tratasen de buscar un futuro mejor fuera de la isla, aunque no a todos les fue bien. Riley Flynn (interpretado por Zach Gilford) ha regresado a Crockett Island después de haber pasado cuatro años en la cárcel por haber provocado la muerte de una joven en un accidente de coche mientras estaba bebido. Allí se reencuentra con sus devotos padres y con su hermano adolescente, monaguillo de la parroquia, los cuales tienen ciertos problemas para asimilar lo que hizo. Allí también se reencuentra con la chica de la que estuvo enamorado en el pasado, Erin Greene (interpretada por Kate Siegel), que también ha regresado a casa tras una relación tumultuosa de la que ha resultado un embarazo. Mientras tanto, a la Iglesia de St. Patrick ha llegado un nuevo y joven sacerdote, el Padre Paul Hill (interpretado por Hamish Linklater), en sustitución del viejo y enfermo párroco de toda la vida, Monseñor Pruitt. A raíz de la llegada del Padre Paul comenzarán a producirse eventos extraños en la isla, que serán interpretados como señales divinas por la comunidad religiosa pese a que la divinidad de su origen sea, cuanto menos, discutible.

La trama de Misa de medianoche se cocina a fuego lento, tomándose su tiempo para dejar que los personajes interactúen entre ellos y debatan sobre sus inquietudes y ansiedades más profundas. Esta es una serie en la que prima la introspección y en la que los diálogos tienen una importancia capital. Soy consciente de que dichos diálogos han sido objeto de discusión en las redes durante las últimas semanas, pero no quiero dar validez a los argumentos esgrimidos en contra de su longitud o densidad. El hecho es que las personas son muy complejas y, para conocerlas, no basta con escuchar durante un par de minutos a cada una de ellas. Para explorar aspectos como la culpa, la desesperanza o la fe, tan cruciales en la caracterización de los personajes principales de este relato, hay que dedicar tiempo para no caer en el error de simplificar en exceso o caricaturizar (para eso ya tenemos a un personaje en concreto, la celosamente devota hasta el fanatismo Beverly Keane, interpretada fantásticamente por Samantha Sloyan). Por tanto, buena parte de Misa de medianoche está ocupada por largas digresiones en las que los protagonistas se sumergen en sus angustias, sus miedos y sus creencias. En ellas se habla sobre la muerte, sobre la posibilidad de redención y sobre la existencia de Dios, con frecuencia contraponiendo el punto de vista de un creyente frente al de un ateo. Son precisamente estos largos diálogos, tan criticados por cierto sector de los espectadores, los que utiliza la serie para lanzar sus mensajes más impactantes, en los que desmantela con precisión milimétrica algunos de los principios que sustentan la religión en general y el cristianismo en particular.


Sirva como ejemplo una de las conversaciones entre el Padre Paul y Riley, en la que debaten acerca del sufrimiento. En ella, Riley muestra sus dudas acerca de la existencia de un Dios que permite tanto sufrimiento sobre la Tierra. Por su parte, el Padre Paul defiende que todos los aspectos de la vida han sido determinados por Dios y que, por tanto, el sufrimiento también forma parte del plan de Dios, un plan que por supuesto se escapa a nuestra limitada comprensión. Ambos puntos de vista representan los extremos de una cuestión para la que no existe una única respuesta, invitando al espectador a que realice su propia reflexión, pero eso no quiere decir que la serie evite ofrecer su propio punto de vista. La clave está en cómo las posteriores acciones de los personajes se muestran o no congruentes con sus argumentos.

Ante el sufrimiento que ha provocado en otros (recordemos que es responsable de la muerte de una chica) y el sufrimiento que él mismo ha experimentado (sus recurrentes visiones de la chica muerta están resueltas de una forma estupenda), Riley no se refugia en Dios ni en la Iglesia, sino que encuentra consuelo y significado en el amor de otra persona, Erin, que también ha pasado por su calvario particular. Por su parte, el Padre Paul, temeroso de quedarse atrás en el debate, decide que confiar en el plan de Dios no es suficiente y toma cartas en el asunto, aprovechándose de una de las personas de la isla que más han sufrido (Leeza, la adolescente postrada en una silla de ruedas) para orquestar una suerte de "milagro" que refuerce sus argumentos y enfervorice a la parroquia. Mientras uno deja atrás lo divino para ampararse en lo terrenal, encontrando un amor sincero que le devuelve el sentido a su vida, el otro se ampara en lo divino para ocultar sus manipulaciones, que a mí me parecen muy terrenales. Lo irónico es que, mientras que el amor de Riley por Erin parece devolverle de nuevo la fe en sus últimos instantes, hasta el punto de sacrificarse por amor como hizo Jesús, la férrea fe del Padre Paul se acaba desvelando al final como una simple herramienta para conseguir sus objetivos: recuperar su relevancia en la comunidad como guía espiritual para así satisfacer su orgullo y recuperar también a la mujer de la que estaba enamorado, ahora envejecida y consumida por la demencia.

Jesús predicaba a los desfavorecidos, los enfermos y los necesitados, afirma el Padre Paul en uno de los primeros episodios. Eso es justo lo que hace él, predicar a los habitantes de una isla en franca decadencia, utilizando para ello a una chica discapacitada cuando lo considera conveniente. No debería extrañarnos, por tanto, que para él los ángeles de Dios se manifiesten como vampiros bebedores de sangre, pues la religión se alimenta de los débiles y los que la esgrimen como herramienta pueden convertirse con extrema facilidad en depredadores. El Padre Paul dice tener fe en el plan de Dios y considera que el sufrimiento tiene un propósito que los humanos no podemos comprender, pero no acepta el sufrimiento de las personas que le importan. Su fe es una carcasa vacía y, por eso, cuando se encuentra con su "ángel" y descubre las maravillosas propiedades de su sangre, una de las primeras cosas que hace es alimentar con ella a su antigua amante con la excusa de proporcionarle la eucaristía a la que ya no puede asistir por estar en cama. En el último capítulo, él mismo confiesa que todo lo hizo por ella, no por su fe o por seguir el plan de Dios. En última instancia, el que defendía que debemos aceptar el sufrimiento que nos impone Dios muestra su hipocresía, pues considera que son los demás los que deben aceptarlo y no él. Él está por encima, es un "elegido de Dios" y como consecuencia no se le aplican las mismas reglas. Esto no ofrece una imagen muy halagüeña del sacerdote ni de su dogma y, por extensión, de ningún sacerdote y de ningún dogma.


A su manera, el Padre Paul está tan perdido como Riley, pues ambos carecen de las respuestas sobre las grandes cuestiones de la vida. Es más, nadie dispone ni dispondrá nunca de esas respuestas, pero todos las necesitamos y el mero hecho de necesitarlas nos expone y nos hace vulnerables. Ahí es donde entran todos esos depredadores que están deseando hincarnos el diente, ya sean sacerdotes, gurús, políticos o banqueros: todos son vampiros ansiosos por alimentarse de nosotros. Riley acepta que carece de respuestas, mostrando humildad, pero el Padre Paul tiene la osadía de afirmar que él conoce las respuestas. No sólo eso, sino que convence a otros de que él tiene razón, condenando a la isla a la que decía amar y a casi todos sus habitantes. En lugar de mostrar humildad y aceptar que algunas cosas están por encima de él, el Padre Paul elige alzarse sobre los demás y convertirse en un depredador, en un vampiro.

Nótese que he empleado el término "vampiro" en múltiples ocasiones desde el principio de este texto, aunque la serie evita hacerlo de forma deliberada. La criatura que aparece es siempre nombrada como "ángel" y nunca como "demonio" o "vampiro", porque ningún depredador considera que lo que hace tiene connotaciones diabólicas o malignas. Y el Padre Paul es tan depredador como ese extraño ser, al igual que otros parroquianos fascinados por el "ángel", como la inefable Beverly. En lugar de ver una bestia, lo que ven es un reflejo de sí mismos y de lo que podrían llegar a ser y por eso no sienten miedo o repulsión. Al fin y al cabo, lo único que le importa a la gente que desea el poder es tener más poder. Y eso es lo que ofrece la religión: poder. Poder sobre los desfavorecidos, los enfermos y los necesitados. Poder sobre los débiles. Es el entorno perfecto para que los monstruos se alimenten.

Llegados a este punto quizá debería decir que en el mejor de los días soy agnóstico, aunque la mayoría del tiempo me defino como ateo. Esto no se debe tanto a un rechazo al concepto de divinidad o a la propia espiritualidad (de hecho, en ocasiones me sorprendo a mí mismo explorando esa extraña faceta espiritual de mi persona) como a mi tajante negativa a aceptar cualquier tipo de dogma incuestionable. La religión, por su propia naturaleza, es dogmática y, como consecuencia, siento un gran rechazo hacia ella. El cristianismo, por ser la religión más presente en el ambiente en el que me he criado y a la que más me he visto expuesto, es quizá la que más me disgusta, pero todas me generan la misma repulsión. Por eso no tengo problema en decir que Misa de medianoche contiene una lectura anticristiana o incluso antirreligiosa. He visto muchas reseñas que hablan sobre la radicalización y el fanatismo, pero la serie no sólo apunta hacia los zelotes como Beverly, sino hacia cualquiera que utilice la religión para sus propios fines, como el supuestamente bondadoso Padre Paul. Una vez que la religión se convierte en una herramienta para mejorar la posición, para manipular a los demás o para justificar los prejuicios personales, todos se convierten en monstruos de la misma calaña. Y esto podría suceder en el marco del cristianismo o en el de cualquier otra religión. Eso es lo más terrible.


Pero hablemos ya sobre el vampiro propiamente dicho, pues, pese a que Misa de medianoche evita en todo momento hacer referencia a los chupasangres, como si en su mundo nunca se hubiese publicado el Drácula de Stoker ni hubiesen existido las películas de la Hammer, la serie comprende estupendamente bien la mitología de estos seres de la noche. Muchas de las críticas que he visto hacer a la gente se deben, de hecho, a que la serie comprende el concepto de vampiro mucho mejor que la gran mayoría de sus espectadores. ¿Qué es, pues, un vampiro y qué condiciones debe cumplir para considerarse como tal?

Un vampiro es un no-muerto que se alimenta de sangre, lo que quiere decir que se encuentra en un estado de suspensión entre la vida y la muerte y que se mantiene así gracias al consumo de sangre. La primera consecuencia que se deriva de esta definición es muy clara: para convertirse en un vampiro uno de los requisitos fundamentales es morir. Posteriormente, gracias a la sangre, el muerto se puede alzar de nuevo como un no-muerto. No obstante, no basta cualquier tipo de sangre para producir este efecto. Al contrario de lo que afirma la creencia popular, aquellos que son mordidos por un vampiro no se transforman automáticamente en vampiro (si esto fuese así el crecimiento de los vampiros sería exponencial y pronto se quedarían sin humanos de los que alimentarse). Ni siquiera aquellos que son asesinados por un vampiro se transforman de inmediato en vampiro. Para obrar el "milagro" de convertir al muerto en no-muerto es necesario que el fallecido ingiera sangre de vampiro. Después de todo, la sangre es la vida. De nuevo esto tiene una implicación muy importante y es que un ser humano que se haya alimentado de sangre de vampiro no se convierte en vampiro... al menos hasta que muera.

He visto que una de las quejas frecuentes sobre Misa de medianoche se debe a que el Padre Paul regresa a la isla después de probar la sangre de vampiro y sin mostrar ningún tipo de aversión hacia la luz solar. Esto es así porque en ese momento no es un vampiro, sino lo que en terminología del conocido juego de rol Vampiro: La Mascarada se denomina un ghoul, esto es, un humano que se ha alimentado con sangre de vampiro. Aunque el ghoul posee algunas cualidades sobrenaturales, como una capacidad aumentada para recuperarse de heridas y enfermedades o una cierta inmunidad al paso del tiempo, carece de la debilidad a la luz solar y de la necesidad de alimentarse de la sangre de otros seres humanos. No obstante, sí que puede sentir el ansia por volver a alimentarse de la sangre del vampiro, pues beber del preciado líquido siempre es un acto placentero que acaba imponiéndose por encima de otras necesidades. Los vampiros convierten a humanos en ghouls para utilizarlos como sirvientes o para prepararlos antes de ofrecerles la conversión completa en vampiros. Es más, un vampiro, especialmente uno muy antiguo que se haya pasado siglos en letargo, necesita de peones humanos para comprender el funcionamiento del mundo actual y necesita que esos peones sean leales. Ofrecerles su propia sangre es suficiente para asegurar su lealtad.


Cuando el envejecido Monseñor Pruitt se encuentra con su "ángel" oculto en su cueva bajo las arenas del desierto, lo primero que hace la criatura es alimentarse de él, sin llegar a matarle, y luego se abre la muñeca para ofrecerle un poco de su sangre. Así, Pruitt se recupera de su herida y, como efecto secundario inesperado, recupera la juventud y el vigor, dejando atrás su aspecto marchito y sanando su demencia. Pensando que esto es un "don de Dios" que debe ser compartido, el sacerdote crea la falsa identidad del Padre Paul y vuelve a Crockett Island llevando consigo un arcón repleto de tierra en cuyo interior se oculta el "ángel". Ese objeto se muestra ya en el primer capítulo y el espectador avispado podrá relacionarlo sin problema con la forma en la que se desplaza el Drácula de Stoker, pues durante su viaje a Londres el famoso conde se ocultaba en cajas rellenas con tierra procedente de su país de origen. Pruitt, ya convertido en el Padre Paul, es entonces un ghoul, capaz de soportar la luz del sol. No está claro si por iniciativa propia o siguiendo las sugerencias de su "ángel", que no pronuncia palabra alguna en toda la serie, el cura inicia poco después su plan de compartir la sangre de la criatura con los demás parroquianos, convirtiéndolos a su vez en ghouls. De esta forma, la anciana que sufre demencia comienza a rejuvenecer cada vez más, la madre de Riley deja de necesitar sus gafas y la joven Leeza descubre que puede caminar de nuevo pese a su lesión medular. Esos son los "milagros" que obra el sacerdote.

Al tiempo, el Padre Paul sufre una muerte repentina... y es una muerte realmente curiosa, teniendo en cuenta que se produce no mucho después de que el borracho del pueblo (y responsable de que Leeza quedase postrada en una silla de ruedas) vea cómo su querido perro muere envenenado, supuestamente por la odiosa Beverly, que tanto desprecia tanto al animal como a su amo. La muerte de Paul es un tanto ambigua y creo que el director plantea con sutileza la duda razonable de que el cura haya podido ser asesinado. Después de todo, la espuma que expulsa por la boca mientras muere sugiere que también puede haber sido envenenado. ¿Ha sido el veneno de Beverly? ¿Ha sido de forma accidental o voluntaria? ¿Ha sido obra de otra persona o acaso su muerte se ha producido por su propia mano siguiendo las indicaciones de su "ángel"? No hay respuesta a estas preguntas, así que esto queda abierto a especulación. Lo que está claro es que a partir de ese punto deja de ser un ghoul y se convierte en un vampiro completo, con su sed de sangre humana y su incapacidad para soportar la luz solar. Esto se evidencia en sus ojos, que reflejan la luz como los de un animal nocturno en lo que supone uno de los hallazgos visuales más atractivos de esta producción.

Al final, el objetivo del Padre Paul, muy influido por Beverly, es que todos los habitantes de la isla pasen por el mismo proceso y mueran envenenados (curioso: otra vez el veneno, como si el trance previo del cura hubiese sido un simple ensayo) para luego renacer como vampiros... o no todos, pues sólo los creyentes que hayan asistido a misa y tomado la eucaristía habrán consumido la sangre del "ángel" y podrán regresar como no-muertos. Así llegamos a la orgía de sangre y muerte que resulta ser la conclusión de Misa de medianoche.


Todo lo anterior es bastante coherente con el mito del vampiro y con su concepción más moderna, aunque algunos aspectos requieren cierta suspensión de la incredulidad para funcionar. Es posible, aunque improbable, que un sacerdote pudiese recorrer medio mundo con un cuerpo encerrado en un arcón sin enfrentarse a incómodas preguntas. Algo así seguramente requeriría mucha ayuda y un montón de sobornos para mantener el silencio de los implicados, pero es algo que se perdona con facilidad por el bien de la intriga. También existen algunas asperezas respecto a Vampiro: La Mascarada, juego al que voy a recurrir de nuevo por considerarlo el mejor compendio sobre el vampirismo moderno. Por ejemplo, la sangre del vampiro debería ser capaz de hacer que los humanos se recuperen de sus enfermedades, pero no de rejuvenecerles, ya que lo que hace es, por decirlo de alguna forma, suspender el tiempo y evitar los estragos del envejecimiento y la degeneración, no devolver al humano a la cúspide de su vitalidad pasada. El vampiro, una vez transformado, queda "congelado" en el tiempo, pues nunca envejecerá y en teoría podrá seguir existiendo en su forma de no-muerto para siempre. Mientras un humano tenga sangre de vampiro en su interior verá disminuidos los efectos del tiempo, pero seguirá siendo mortal. Una vez más, este es un aspecto discutible pero fácilmente perdonable, pues cumple una función narrativa muy interesante.

Lo que no funciona tan bien es el intento de la serie de explicar el vampirismo a través de una óptica racional y científica. Entiendo que era necesario enfrentar la creencia religiosa con un punto de vista empírico, pero siempre que se intenta explicar al vampiro a través de la ciencia creo que se pierde parte de su encanto. El vampirismo tiene connotaciones sobrenaturales y considerarlo una simple enfermedad le roba ese aspecto, convirtiéndolo en algo vulgar; algo que forma parte del mundo natural y que con el tiempo se podría comprender, tratar o incluso curar. Creo que el vampiro, como no-muerto que es, no puede concebirse como un fenómeno natural y, como consecuencia, debe ser a la fuerza sobrenatural. Es una condena, una maldición (o una bendición, si prefiere verse así) que va más allá de la evidencia empírica y de la razón. Es un misterio y la porfiria es sin duda una pobre aproximación a sus secretos. Me pregunto si no es esa la intención de la serie al ofrecer una justificación científica tan escasa como esa, pues lo que hace es reforzar la idea de que el "ángel" es, en efecto, un ser sobrenatural. Puede que la porfiria y la anemia expliquen la necesidad de consumir sangre o, forzando mucho la teoría, el hecho de que un cuerpo pueda entrar en combustión al exponerse al sol, pero de ninguna forma son capaces de explicar la existencia de un ser con siglos de existencia y virtualmente inmortal dotado de alas.

El tema de las alas es especialmente divertido, ya que los apéndices de la criatura son objeto de otra de las críticas recurrentes por parte de los espectadores: ¿por qué el "ángel" se queda inmóvil mientras Erin le raja las alas con un cuchillo? La respuesta a esto también es muy sencilla. Como no-muerto, un vampiro no siente ningún tipo de placer salvo uno, el de la alimentación. Al beber la sangre de un humano, la criatura experimenta una suerte de éxtasis que no se puede comparar con ninguna otra experiencia humana, por lo que es bastante comprensible que en ese momento su percepción del dolor esté atenuada. Además, esa escena tiene una carga simbólica potentísima, pues Erin le corta las alas al "ángel" de la misma forma que su madre le cortaba las alas a los pichones que tenía en casa, tal y como rememora en una de sus conversaciones con Riley. Su madre fracasó en su intento de cortarle también las alas a la propia Erin, que huyó de la isla y vivió una vida complicada hasta regresar estando embarazada, pero la sangre del vampiro le cortó las alas a la joven vida que se estaba gestando en su interior. Al final, ella se sacrifica y deja que la criatura beba su sangre con tal de aprovechar la oportunidad de dejarla tullida. ¿Consigue pues Erin cortarle las alas al "ángel" para evitar que escape de los primeros rayos del amanecer? Esa es otra cuestión que queda en el aire. Toda buena historia debe dejar algún aspecto a la imaginación del receptor.


Por cierto, según Vampiro: La Mascarada es posible que una madre ghoul conciba a un hijo, que sería también un ghoul, pero no sería improbable que se produjese algún tipo de aborto espontáneo a causa de la ingesta de sangre de vampiro, tal y como le sucede a Erin en la serie. De nuevo según Vampiro: La Mascarada, es altamente improbable encontrarse con un vampiro con alas, pero no necesariamente imposible, lo cual permite interpretar al "ángel" según los principios del juego. No obstante, como comentaba antes, hay algunos detalles menores de Misa de medianoche que se alejan del trasfondo de Vampiro: La Mascarada, como el hecho de que el "ángel" se alimente de los gatos de la isla. Cuanto más antiguo sea un vampiro, más necesita de una sangre potente para saciarse. Un vampiro con varias décadas de no-vida podría encontrar que la sangre de animal es incapaz de saciar su sed, mientras que uno con varios siglos podría encontrar que incluso la sangre humana le resulta insuficiente. Un vampiro tan antiguo como el "ángel" debería tener problemas para saciarse usando sangre de animal y puede que incluso la de los humanos, como la del camello que se convierte en una de sus primeras víctimas. De hecho, puede que ese sea el motivo por el que le ofrece su sangre al sacerdote para convertir a los fieles de la parroquia en ghouls y luego en vampiros: porque precisa de sangre más potente para saciarse. Hubiese sido muy interesante mostrar al "ángel" alimentándose de su propia progenie para explorar esa posibilidad, pero dejaremos esa idea para otra ocasión. En general casi todo el argumento de la serie podría pasar perfectamente como una crónica ambientada en el Mundo de Tinieblas de Vampiro: La Mascarada. Eso me encanta.

Pero estoy divagando. Dejemos ya a un lado el juego de rol y hablemos sobre al conclusión de Misa de medianoche y la lectura que podemos extraer de ella. Con los parroquianos encerrados en la iglesia y obligados a suicidarse para renacer como no-muertos, la violencia latente en la isla estalla de una forma exagerada. Erin y unos pocos intentan evitar la catástrofe, pero poco a poco van cayendo ante el "ángel" y los creyentes, ya transformados. Ese es el momento en el que el Padre Paul pierde el control de su grupo, que cae bajo la influencia de Beverly. Esta mujer es el epítome de la hipocresía de los creyentes y para demostrarlo basta con recordar que se pasa toda la serie citando la Biblia para probar que sus acciones son correctas hasta que llega el momento en el que el sheriff musulmán le cita a ella un pasaje que no le hace ninguna gracia. Para hacer que se calle, Beverly le pega un escopetazo, demostrando que las palabras de la Biblia sólo le importan cuando están de su parte y prueban que ella y sólo ella tiene razón. Una vez más, nos encontramos con un depredador, con un lobo con piel de cordero oculto entre el rebaño, utilizando la religión como justificación de sus prejuicios, su odio, su necesidad de demostrar su superioridad y sus ansias de control. Con alguien así el resultado final es inevitable: un apocalipsis.

Al final toda la isla arde, destruyendo cualquier posible refugio ante la llegada del amanecer y condenando a los creyentes que han sido transformados. Aquí la serie nos pide de nuevo que forcemos un poco la suspensión de la incredulidad, porque lo que está haciendo es orquestar un apocalipsis acelerado en el que los parroquianos tendrán que enfrentarse a su fe hasta sus últimas consecuencias. Por supuesto que un vampiro con dos dedos de frente, incluso uno recién transformado, habría logrado encontrar un refugio pese a que todos los edificios estuviesen ardiendo, pero eso aquí es lo de menos. Lo importante es que el fin de la serie enfrenta a los personajes a su muerte para que estudiemos sus reacciones. En efecto, el momento en el que verdaderamente se pone a prueba la fe es el momento de la muerte. La religión surgió como respuesta al miedo a la muerte, igual que el mito del vampiro, pero mientras que este es una fuente de terror se supone que la fe es una fuente de serenidad. Un verdadero creyente debería ser capaz de alcanzar la paz en sus últimos momentos, pues sabe que va a reunirse con Dios. ¿Y qué es lo que nos encontramos entre los parroquianos de la Iglesia de St. Patrick?


Curiosamente, lo que nos encontramos es paz. Encabezados por los padres de Riley, los transformados se reúnen para cantar un último himno religioso antes de ser devorados por la luz solar. El sheriff, uno de los pocos que logran conservar su humanidad, reza por última vez junto a su hijo transformado antes de morir desangrado y de que su retoño, que ha regresado de nuevo al Islam tras sentirse atraído por los "milagros" del cristianismo, se convierta en cenizas. Pese a todo el sufrimiento, la sangre y la muerte que han experimentado, al final su fe les permite morir en paz. Es aquí cuando se muestra la otra cara de la moneda de Misa de medianoche, una serie sobre la que dije antes que podía extraerse un mensaje anticristiano y hasta antirreligioso. ¿Es genuina esta paz o sólo se debe al miedo ante una muerte inevitable? El espectador es el único que puede responder a esa pregunta, por lo que dependiendo de las creencias propias ese supuesto mensaje antirreligioso puede convertirse incluso en un alegato a favor del papel de la religión en nuestras vidas.

Pero, como dije antes, no me considero religioso, aunque sí espiritual. En ese sentido, me interesa más la muerte del Padre Paul, cuyo último acto es besar a la mujer que ama y con la que no pudo compartir su vida pese a que era lo que más deseaba. El último acto del sacerdote es, por tanto, un acto de amor. Igual que el último acto de Riley, que se sacrifica para evitar la condena que supone haber sido transformado y así demostrar a su amada Erin que está en peligro. Igual que Erin, que se sacrifica para intentar salvar a los parroquianos y entrega su vida con tal de detener al "ángel". Donde la religión es incapaz de otorgar sentido, el amor se impone como la fuerza definitiva que arrastra a los seres humanos y les ofrece el significado que tan desesperadamente necesitan. Ante la insignificancia de nuestras vidas en la escala cósmica de las cosas y la certeza de la muerte que nos espera, el amor es capaz de otorgarnos paz. Ojalá tuviésemos alguna religión que tuviese como pilar central el amor, ¿verdad?

El último personaje cuyo final merece ser comentado es Beverly, que se enfrenta sola al amanecer. Primero con resignación, después con envidia al observar al sheriff rezando junto a su hijo y, finalmente, con terror. Beverly no reza, sino que hace un vano esfuerzo por huir de su destino escarbando en la tierra para esconderse como la alimaña que ha sido siempre. Ella también acaba ardiendo y consumiéndose, imagino que renegando de su fe y maldiciendo al dios que la ha abandonado. Para ella la religión sólo fue una herramienta y por eso no le encuentra utilidad alguna en sus últimos instantes. Por desgracia, Beverly es el auténtico rostro de la religión; no ya del fanatismo, sino de la propia religión como instrumento de control social y como caldo de cultivo para todo tipo de monstruos, desde los sacerdotes católicos aficionados a manosear a sus monaguillos hasta los que justifican la violencia recurriendo a la guerra santa o se amparan en la palabra de Dios para limitar las libertades de otros. Obviamente, estos monstruos no son exclusivos de los círculos religiosos, pero los que dicen tener a Dios de su lado son siempre los peores. Para estos depredadores Dios es también un depredador y eso les proporciona la justificación suprema para cualquiera de sus actos. Y con esto me temo que volvemos a toparnos una vez más con la lectura antirreligiosa de Misa de medianoche.


Quizá el problema no está en la fe en sí misma, sino en las estructuras que surgen en torno a ella; en los credos, los dogmas, los sacerdotes y las iglesias. Quizá habría que limitar la religión al ámbito personal y no permitir que una organización externa se inmiscuya en la experiencia espiritual de cada persona. En otras palabras, que nadie te diga qué es lo que debes creer y cómo deber expresar tus creencias. Que nadie te diga lo que Dios espera de ti y lo que debes hacer para cumplir Su palabra. Que nadie se alce como representante de Dios en la Tierra y nadie se atreva a hablar en Su nombre. Busca a Dios donde quieras y como quieras. Si quieres encontrarlo en el amor, entonces Dios es amor. Si quieres encontrarlo en el sentido de la maravilla que te genera observar un cielo cubierto de distantes estrellas, entonces Dios es el sentido de la maravilla que te genera observar un cielo cubierto de distantes estrellas. Pero, por lo que más quieras, que tu dios nunca sea un depredador. Que nunca te sitúe por encima de los demás ni te proporcione carta blanca para hacer daño. Que nunca te permita creerte mejor que aquellos que hay a tu alrededor ni justificar tus prejuicios. Que nunca se aproveche de tus miedos y debilidades. Que, en definitiva, tu dios nunca sea un vampiro. Ya tenemos demasiadas iglesias, mezquitas y sinagogas repletas de vampiros; no te conviertas tú también en uno de ellos.

La verdad es que ya hay demasiados vampiros en el mundo. Algunos visten capa y otros casulla, pero no por ello dejan de ser depredadores. Renunciemos a ellos. Atrevámonos a ser distintos. Si Misa de medianoche tiene algún mensaje o moraleja, debe ser esta.

Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: si vosotros permanecéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: somos del linaje de Abraham, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú que seremos libres? Jesús les respondió: en verdad, en verdad os digo, que todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.

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