Ir al contenido principal

[Cómic] Reseña de Warhammer 40.000: Los guardianes de la muerte, de Aaron Dembski-Bowden y Tazio Bettin

 "Me dieron este escuadrón de la muerte para verlo ensangrentado. Para poner a prueba a estos soldados. Estos bárbaros y ángeles quebrados. Y no les fallaré. Ni dejaré que fallen."

Nuestro repaso a los cómics basados en Warhammer 40.000 que se han publicado estos últimos años se acerca a su final. Hoy vamos a comentar el cuarto y último de los tomos que publicó ECC en 2018, titulado Warhammer 40.000: Los guardianes de la muerte, que recopila los números 1 a 4 de la miniserie Warhammer 40.000: Deathwatch lanzada originalmente por Titan Comics. Se trata de una continuación de la serie anterior, que concluyó en el volumen Warhammer 40.000: Caídos, aunque con un nuevo reparto de personajes. También fueron los últimos cómics de esta franquicia que editó Titan, pues no mucho tiempo después de su lanzamiento se anunció que Games Workshop había firmado un acuerdo con Marvel para cederle los derechos. Es, por tanto, el primer capítulo de una historia inconclusa, cuya resolución se quedó en el aire y que ya nunca veremos. No obstante, no faltan los motivos para echarle un vistazo.

En esta ocasión, el equipo creativo está encabezado por el guionista Aaron Dembski-Bowden, un escritor de la Black Library de Games Workshop bastante popular por su trilogía de los Amos de la Noche. El dibujante vuelve a ser Tazio Bettin, quien ya se había encargado con muy buen tino de los tres tomos anteriores. En cuanto al color, la anterior colorista es sustituida en este volumen por Kevin Enhart, conocido por su participación en obras como Anno Dracula. Mientras el trabajo de Bettin sigue la tónica de lo visto anteriormente, el color de Enhart descata poderosamente por su empleo de tonos más apagados, menos saturados y más fríos, en consonancia con una historia en la que prima el componente melancólico y catastrofista. El suyo es un color poco tradicional, pero muy eficaz a la hora de expresar estados de ánimo y de construir atmósferas.

Antes de entrar en más detalle conviene hacer una pequeña aclaración sobre el título. Aunque en general la traducción de los tomos de ECC me ha parecido bastante buena, respetando casi siempre las traducciones oficiales del juego de miniaturas, el título de esta tercera entrega no me parece el más adecuado. Esta historia está dedicada a un cuerpo de Marines Espaciales que en inglés se conoce como Deathwatch y que en castellano se traduce como los Vígias de la Muerte. La traducción "guardianes de la muerte", pese a ser muy correcta en lo técnico, puede generar cierta confusión con otro grupo muy distinto de Marines Espaciales conocido como Guardia de la Muerte, o Death Guard en inglés. De hecho, el título me hizo dudar a mí hasta que leí la sinopsis. Casi hubiera preferido que se dejase el título en inglés, como sucede a veces en el juego de miniaturas o en sus videojuegos derivados, en los que los Vigías de la Muerte se denominan Deathwatch como en el original.

Dicho esto, tenemos que explicar un poco quiénes son estos Vigías de la Muerte para entender qué es lo que nos vamos a encontrar en este cómic. En anteriores reseñas habíamos hablado de la Inquisición, esa organización del Imperio de la humanidad que se dedica a perseguir a los herejes, a los demonios y a los alienígenas. Pues bien, la Inquisición está dividida en varias órdenes y cada una de ellas tiene su propio brazo armado. Por ejemplo, el Ordo Malleus se dedica a perseguir a los demonios y criaturas del Caos y su brazo armado son los Caballeros Grises, aparecidos en el tomo tres. También tenemos el Ordo Xenos, cuya misión es perseguir y exterminar a los alienígenas. Su brazo armado son los Vigías de la Muerte, que funcionan de forma algo distinta a otros capítulos de Marines Espaciales. Los Vigías de la Muerte no son un Capítulo unificado con sus propias características internas, como los Ángeles Oscuros o los Ultramarines, sino que está compuesto por reclutas de otros Capítulos que han hecho un voto de servicio. Una vez completado dicho voto son libres de volver a sus respectivos Capítulos de origen, pero algunos sirven en varias ocasiones dependiendo de las circunstancias. Eso hace que entre sus filas podamos encontrar Marines Espaciales muy distintos, con equipamientos y tácticas diversos y cuyo único rasgo en común es su promesa de luchar contra todo lo no humano.

Sobra decir que no todos los Marines Espaciales del Imperio se llevan bien entre ellos. Las peleas y roces entre los Capítulos son frecuentes y la animadversión entre algunos de ellos es legendaria. De igual forma, la relación entre los Capítulos y los Vigías de la Muerte tampoco es perfecta: aunque todos están obligados a prestar servicio por un viejo juramento, algunos aceptan a regañadientes. Esto dibuja un contexto muy jugoso en el que ambientar historias, pues entre las filas de los Vigías de la Muerte el conflicto y el choque de egos parece inevitable. Pero, y esto es lo más importante, sus miembros forman parte de una hermandad que sirve como último bastión ante algunas de las amenazas más terribles del cosmos. Tras todos esos egos inflados hay camaradería, hay respeto y, por qué no decirlo, también hay amor fraternal.

Quizá esta reseña no sea el lugar más adecuado para reflexionar acerca de la masculinidad de los Marines Espaciales de Warhammer 40.000, pero encuentro muy curioso el contraste entre la apariencia de estos personajes creados por y para la guerra y los vínculos de hermandad que se establecen entre ellos. Mientras que por un lado ensalzan valores tradicionalmente masculinos como la fuerza, la independencia, el liderazgo o la capacidad para imponerse y hacerse respetar, por otro también expresan valores tradicionalmente considerados femeninos como la emotividad, la empatía o la ternura. Sé que todo esto no son más que estereotipos anticuados, pero es difícil que no resulte extraño que un superhombre de más de dos metros de altura embutido en una gigantesca armadura de combate diseñada para matar sea capaz de mostrar un gesto de genuina ternura hacia otro. Es como ver a un tanque abrazando a otro.

Como ya he comentado en reseñas anteriores, Warhammer 40.000 se caracteriza por su tono exagerado e hiperbólico y eso incluye por supuesto la masculinidad de sus personajes. Los Marines Espaciales son tan exageradamente masculinos que se convierten de forma más o menos involuntaria en parodias de la masculinidad del mundo real. Cuando se exagera tanto, esta idea de la hermandad y de los lazos entre compañeros de armas parece superar por momentos la barrera de una relación fraternal y adentrarse en las aguas del amor romántico. Y sí, soy muy consciente de lo peligrosa que puede ser la idealización de las hermandades fraternales, sobre todo en combinación con la defensa del tradicionalismo y la exaltación de lo militar, elementos muy queridos por el fascismo, pero eso no quita que me encante ver a estos superhombres con armadura profesándose admiración, respeto y amor... aunque sea fraternal. Quizá en la siniestra oscuridad del lejano futuro no sólo haya guerra, pues estoy bastante seguro de que al menos un poco de amor también hay. 

Pero volvamos al tema que nos ocupa y hablemos sobre el aspecto argumental de Warhammer 40.000: Los guardianes de la muerte. La historia se sitúa de nuevo en el Cúmulo de Calaphrax, aunque en su periferia, lejos del conflicto narrado en los tomos anteriores. Una escudra de Marines Espaciales de los Vigías de la Muerte se está encargando de limpiar una colonia minera situada en una luna llamada Sidra, recientemente invadida por alienígenas. Cuando la misión está a punto de completarse, una nave repleta de cientos de Orkos se estrella contra la superficie de la luna y pronto los Pieles Verdes comienzan a invadirlo todo. Con todo en contra, los Vigías de la Muerte tendrán que recorren las ruinas de Sidra, evitando la peligrosa lluvia ácida que se filtra a través de la fracturada cúpula de la colonia y las imparables hordas de Orkos, para poder avisar a sus superiores de que no se trata de una simple invasión: es el principio de lo que se conoce como "¡Waaagh!", una enloquecida cruzada de conquista por parte de los Orkos, y el destino de todas las fuerzas imperiales en el Cúmulo de Calaphrax está en juego. Nuestros protagonistas no tienen ninguna esperanza de sobrevivir a la batalla, pero si no logran avisar a los suyos es probable que todo ese sector del espacio se pierda.

La escuadra de los Vigías de la Muerte está capitaneada por Dienekas Agathon, un Sargento Veterano de los Puños Imperiales que se encuetra en su tercer periodo de juramento en el cuerpo. Junto a él se encuentran Izrafel, Sacerdote Sanguinario de los Desgarradores de Carne que actúa como apotecario y que sufre un caso bastante grave de la sed de sangre que caracteriza a su Capítulo (no quiero entrar en ese tema para no extenderme más de la cuenta, pero es algo fascinante, créeme); Kaelar, Codiciario de los Leones Celestiales, el más devoto y centrado del grupo; y Rurik Warsong, Guardia Lobo de los Lobos Espaciales y miembro más anciano del grupo, con siglos de experiencia en combate. Finalmente, la escuadra se completa con su miembro más joven e impulsivo, deseoso de ponerse a prueba en combate y llevarse la gloria, un Marine de Asalto de los Ultramarines llamado Tiberius.

Estas descripciones tan escuetas sirven para hacerse una idea de lo variopinto que es el grupo y de las potenciales dinámicas que se establecen entre sus miembros. Lo cierto es que el cómic sabe muy bien lo que tiene entre manos y, pese a su limitada extensión, hace un trabajo notable para mostrar esas dinámicas. Por ejemplo, la manera en la que todos tratan a Rurik Warsong, llamándolo "Viejo Lobo" y mofándose de su edad, esconde en realidad un respeto reverencial hacia él, tanto por su veteranía como por sus muchos logros en batalla. En el otro extremo, la impulsividad y las ganas de hacerse notar del más novato, Tiberius, también reciben su dosis de burlas, pero en ellas se percibe cierto deseo de proteger al más joven de los horrores que han podido conocer los demás en pasadas campañas. También se establece una relación muy interesante entre Izrafel y Kaelar, pues el segundo es quien se encarga de mantener bajo control al primero cuando la sed de sangre amenaza con apoderarse de él. Hay un momento en el que Kaelar coloca su mano sobre el pecho de Izrafel para ayudarle a recuperar el control después de un combate muy sangriento que transmite una sorprendente dulzura y que conecta con lo que hablaba antes sobre los hermanos de armas mostrándose ternura entre ellos. Este es exactamente el tipo de interacciones que me encantan en el contexto de Warhammer 40.000. Ya sabes, tanques dándose abrazos y esas cosas.

Por desgracia, no todos los personajes están plasmados con el mismo grado de detalle. Aaron Dembski-Bowden es muy buen escritor, pero arrastra una importante limitación y es que cuatro números no dan para mucho. Es irónico que el personaje principal desde cuyo punto de vista está narrada la historia, Dienekas Agathon, sea el que resulta menos interesante al final. Quizá sea porque apenas se nos muestra su contexto previo más allá de decir que esta es la tercera vez que sirve junto a los Vigías de la Muerte. No está claro qué sucedió las ocasiones anteriores ni por qué los Vigías de la Muerte han pedido que vuelva a prestar juramento otra vez, lo que hace que el personaje quede un tanto vacío y desdibujado. No obstante, quiero pensar que eso formaba parte de los planes para esa futura continuación que no pudo llegar cuando Titan perdió los derechos de publicación. Al menos en estos cómics queda patente que el guionista se estaba guardando un par de ases bajo la manga para más adelante.

Teniendo esto en cuenta, podemos decir que estos cuatro números hacen un buen trabajo estableciendo el tono de la historia, transmitiendo un aura de tristeza y fatalidad, plantenado lo que sería el siguiente gran arco de la colección y presentando correctamente, si no a todos, al menos a algunos de sus personajes. Sin entrar en spoilers, es obvio que no todos van a sobrevivir hasta el final y parte de la gracia de la lectura consiste en que lo poco que has podido ver de los que caen por el camino te haga sentir su pérdida. Una de las reglas de oro en cuanto a narrativa es que cuanto más conozcas a un personaje más te va a importar su muerte. Aaron Dembski-Bowden la conoce bien, pues cuando el primer personaje cae en la lucha ya sabes lo suficiente sobre él, sobre su historia y sobre su contexto como para que la escena te resulte intensa y memorable. Es más, este cómic celebra el momento de la muerte de cada uno de sus protagonistas con la grandilocuencia y el sentido del dramatismo que se requiere. Las historias de Warhammer 40.000 tienen un cierto componente de teatralidad que resulta muy importante en este tipo de escenas tan propias de los dramas épicos, en los que un personaje se sacrifica de forma heroica y cae en batalla ante una fuerza que le supera ampliamente. En Warhammer 40.000: Los guardianes de la muerte hay varias escenas de ese estilo y todas están resueltas de una forma bastante digna.

Como punto de partida para un nuevo arco sin duda esta historia parecía prometedora, pero no nos queda más remedio que conformarnos con la realidad de que está inconclusa. El final queda abierto, con el destino de los miembros supervivientes de la escuadra y de todo el Cúmulo de Calaphrax en el aire. De hecho, el tomo acaba con el inicio de la guerra propiamente dicha. Lo cierto es que encuentro algo poético eso de que la historia se quede sin final justo en el momento en que estalla la mayor batalla. En la siniestra oscuridad del lejano futuro sólo hay guerra, como dice el famoso lema del juego de miniaturas, así que los cómics de Titan terminaron dejándonos una guerra que nunca tendrá final, una guerra que se estará librando eternamente y cuya resolución nunca conoceremos.

Es poético, sí, pero sigue siendo una pena que no pudiésemos ver qué tenían planeados los autores a continuación. Me consta que Aaron Dembski-Bowden es bueno caracterizando a sus personajes y puedo intuir hacia dónde pretendía llevar a los miembros de la escuadra que aparecen en esta historia, pero nunca podremos saberlo. Sobre la solidez del dibujo de Tazio Bettin ya he hablado mucho en reseñas anteriores, pero me ha sorprendido de forma muy grata lo mucho que cambia su obra con los colores de Kevin Enhart. Bajo su paleta, todo parece extraño, enfermizo, moribundo incluso. Sus colores transmiten desolación; no sólo la desolación de la superficie de la luna alienígena en la que transcurre la trama, sino también la desolación que se esconde en los corazones de estos hombres que saben que van a morir. Me hubiese gustado mucho ver esos colores aplicados en otros entornos a medida que progresase la trama y la guerra se extendiese más allá de Sidra.

Esta es una historia con un tono muy distinto de la que vimos en los tomos anteriores. Supura fatalismo y condenación por cada una de sus páginas. Esta es la historia de unos hermanos que saben que van a morir en cumplimiento de su deber y en ella hay mucha emoción contenida. Aquí no hay monólogos rimbombantes ni sorprendentes giros de guion. Lo único que hay es la sensación de una inminente fatalidad, el peso de una contundente tristeza y una sensación de injusticia. Pero Warhammer 40.000 también es esto, porque las guerras son esto. Son justo esto. A las guerras se va a morir, ni más ni menos. Esta sensación tan amarga es la que tansmiten las buenas historias bélicas.

Podría criticar más el hecho de que no todos los personajes protagonistas tienen un trasfondo bien desarrollado, que la premisa de la trama es bastante convencional, que el  haber quedado inconclusa hace que pierda algo de interés... pero eso me parece menospreciar todo lo que este tebeo hace bien, que no es poco. En cuatro números presenta a un puñado de personajes que a priori no parecen nada del otro mundo y consigue hacer que sientas y padezcas por ellos y por su cruel destino. Y lo que es más importante: presenta a los Marines Espaciales no como máquinas de matar envueltas en metal, sino como seres humanos condenados a una existencia trágica que encuentran consuelo en sus lazos de hermandad. A su manera, es una historia muy bonita. Por supuesto que creo que merece una oportunidad, aunque esté inconclusa.

Titan publicó su último tebeo de Warhammer 40.000 en 2018. No mucho después, en 2020, Marvel y Games Workshop anunciaron su asociación para publicar cómics basados en la franquicia. El primer producto de esa unión fue la miniserie de cinco número Warhammer 40.000: Marneus Calgar, protagonizada por uno de los Ultramarines más célebres del cuadragésimo primer milenio. En el momento de escribir esto sigue estando inédita en castellano, pero también voy a dedicarle una de estas reseñas.

Comentarios

También te puede interesar...

Iniciarse en Warhammer 40.000: Guía de lectura de La Herejía de Horus para novatos

[Anime] Crítica de Utena, la Chica Revolucionaria: la princesa que quiso ser príncipe

[Literatura] Reseña de La Soledad de los Números Primos, de Paolo Giordano

[Animación] The Midnight Gospel y su reflexión sobre la muerte