Conocí Neon Genesis Evangelion recién llegado al instituto, siendo poco más mayor que su protagonista, Shinji Ikari. Recuerdo que me pasaron la serie, que había sido editada en formato vídeo VHS, poco después de haberme enseñado aquella mítica escena en la que el EVA-01 y el EVA-02 llevaban a cabo un ataque sincronizado para destruir al Séptimo Ángel. Por aquel entonces no había visto nada igual en mi vida: la calidad de la animación era superlativa, los diseños mecánicos eran asombrosos, los personajes derrochaban carisma y la banda sonora parecía diseñada para quedarse en tu memoria para siempre. Aunque era demasiado joven como para darme cuenta de lo verdaderamente especial que era este anime, que elevaba hasta su paroxismo algunas de las convenciones de su género al mismo tiempo que subvertía otras de formas sorprendentes, ya entonces podía percibir que era una serie única. Fue inevitable que me dejase impactado, fascinando y obsesionado. Desde entonces ha pasado casi la mitad de