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[Series] Crítica de Queer as Folk (UK): Russell T. Davies, ese profeta

Ahora que se acerca el estreno de la nueva versión de Queer as Folk he pensado en volver atrás para echarle un vistazo a la serie original británica. Lo cierto es que me cuesta creer que sea de 1999, pues más de veinte años después sigue resultando fresquísima y de total actualidad. Es más, en algunos momentos plantea cuestiones tan adelantadas a su tiempo que parecen salidas directamente del futuro. En su día no le presté demasiada atención, ya que para mí quedó eclipsada por la versión americana que se estrenó poco después, pero con el bagaje que tengo ahora no me cuesta nada reconocer que es superior a su versión homónima. Gran parte del mérito lo tiene su principal artífice, Russell T. Davies, que además de hacer unos cuantos chistes visionarios sobre Doctor Who (serie que él mismo acabó resucitando no mucho después) supo transmitir un mensaje que hoy es tan válido como lo fue hace veinte años... y como lo será dentro de otros veinte.

Por contextualizar, Queer as Folk es una serie de diez episodios emitida entre 1999 y 2000 en la cadena británica Channel 4. Su argumento gira alrededor de las vidas de tres hombres gays de Manchester: Stuart (interpretado por Aidan Gillen), Vince (Craig Kelly) y Nathan (Charlie Hunnam). Stuart y Vince están a punto de cumplir treinta años y son amigos desde la infancia, aunque no pueden ser más distintos. Mientras que Stuart tiene un trabajo glamoroso en una firma de publicidad, Vince es el encargado de un simple supermercado. Mientras que Stuart tiene una vida sexual envidiable, Vince no se come una rosca. Mientras que Stuart evita comprometerse en cualquier relación, Vince busca al hombre perfecto con el que pasar el resto de su vida. Evidentemente, Vince ha estado enamorado de Stuart durante años, aunque nunca ha llegado a acostarse con él. En esa tesitura llega Nathan, un chaval de quince años que está viviendo su despertar sexual y quiere introducirse en el ambiente gay de la ciudad, lo cual le lleva primero a pasar por la cama de Stuart y, poco después, a entrar en su círculo social, revolucionándolo todo.

En su momento la serie resultó muy escandalosa no sólo por abordar la vida sexual de un grupo de hombres homosexuales, sino también por mostrar la cara más problemática del ambiente gay. Eso incluía aspectos tan espinosos como la prostitución o el consumo de drogas. Si bien llama la atención que no llegase a mencionar directamente las enfermedades de transmisión sexual, sí que llegó a incluir alguna alusión más o menos velada al VIH. Queer as Folk no ignoró esa parte de la realidad gay, pero tampoco se regodeó en ella. Muchas de las producciones que hablan sobre la homosexualidad se centran únicamente en esa parte oscura, en las sobredosis, el SIDA y en toda esa vertiente morbosa y trágica. Otras, en cambio, se quedan en la superficie, en lo banal, en las fiestas y el desenfreno sexual, abordándolo muchas veces desde la óptica de la comedia. Ninguno de estos enfoques se acerca a la realidad, porque en verdad la realidad los incluye a ambos: la vida del homosexual, como la de cualquier otro tipo de persona, viene tanto con sus luces como con sus sombras. Es decir, que tiene tanta tragedia como comedia. Como persona homosexual, Russell T. Davies entendió esto muy bien.

No obstante, a la sociedad de 1999 no le vino mal que la serie resultase algo escandalosa. Después de todo, las cosas eran muy distintas por aquel entonces e iban necesitando un revulsivo. Recordemos, por ejemplo, que las uniones civiles entre personas del mismo sexo no se permitieron legalmente en el Reino Unido hasta 2004 y que el matrimonio homosexual como tal no llegaría hasta 2014. En ese sentido, Queer as Folk estaba siendo una serie pionera al tratar una realidad compleja y con muchas facetas, algunas de las cuales resultaban muy desconocidas en aquella época y, por tanto, generaban mucho rechazo. Me atrevería a decir que incluso en la actualidad, en pleno auge de la ultraderecha y de la homofobia que siempre lleva asociada, Queer as Folk puede resultar igual de provocadora que hace veinte años, aunque, en el fondo, no lo es tanto. Después de todo, ¿acaso los homosexuales tienen la exclusiva en lo que a la promiscuidad y el sexo con desconocidos se refiere? ¿Acaso los homosexuales son los únicos que consumen drogas durante las noches de fiesta? ¿Acaso los homosexuales son los únicos que sufren enfermedades de transmisión sexual? Que alguien se escandalice por estas cosas, ya sea en 1999 o en 2022, es una prueba evidente de que lo que le preocupa no es la promiscuidad o el consumo de drogas sino la misma existencia de personas homosexuales.

Pero Queer as Folk también jugaba un poco al juego de la provocación, no nos engañemos. ¿Cómo no iba a ser provocadora una serie que empezaba con un niño de quince años acostándose con un hombre de treinta? Una de las razones por las que resultó escandalosa es porque buscó ser escandalosa con toda la intención, lo cual la alejaba un tanto de esa recreación realista de la vida gay que tanto pretendía mostrar. ¿O quizá no? Algunas de las situaciones que se presentan en ella parecen descabelladas, sí, pero cualquiera que haya estado algún tiempo metido en el ambiente conoce al menos un par de historias similares... ¡o incluso aún más exageradas!

Pese a todo lo anterior, la serie no es más que un reflejo quizá un tanto edulcorado de la vida gay a finales de los años noventa, lo cual también implica ciertas limitaciones. Puede que sus personajes tengan unas interacciones fascinantes, pero en el fondo no son más que estereotipos muy reconocibles de las distintas formas de vivir dentro del ambiente. Además, Queer as Folk peca de caer en algunos de los lugares comunes más habituales respecto a la homosexualidad, como por ejemplo la excesiva preocupación por la pérdida de la juventud. Esa idea que aparece en la serie británica (y en la que luego seguiría ahondando su contrapartida americana) de que la vida de un hombre gay se acaba a los treinta, cuando deja de ser joven y guapo... bueno, digamos que además de ser un cliché bastante superficial, también es un poco tóxica. Y que conste que lo dice alguien que vivió con esa idea muy presente durante toda su juventud. ¿Tan arraigada estaba en la comunidad gay que no había forma de escapar de ella, ni siquiera en la ficción? Lo mismo se podría aplicar sobre la excesiva idealización del sexo o su tratamiento, también superficial y algo capcioso, de otras sexualidades más allá de la homosexualidad masculina. Como serie enfocada a un público formado por hombres homosexuales, las mujeres lesbianas que aparecen son más una parodia que unos personajes con todas las de la ley. Quizá esto podía pasarse por alto en 1999, pero hoy se nota que no ha envejecido del todo bien.

Lo que no ha envejecido ni un día es el tratamiento de la homofobia que hace Queer as Folk. Pese a lo que nos gustaría creer, la homofobia sigue estando tan presente hoy como hace dos décadas. Quizá incluso más, gracias a que esos partidos de extrema derecha que antes mencionaba abrazan con alegría a aquellos que no conocen nada más que el odio hacia el diferente en la persecución de sus propios intereses. El personaje del matón del instituto que se dedica a hostigar y agredir a otros chicos por el mero hecho de ser gays (o afeminados, gordos, torpes... o lo que sea) puede ser ficticio, pero es tan real como la vida misma. Incluso el hecho de que secretamente se plantee dudas sobre su propia sexualidad da por completo en la clavo, porque nadie resulta más homófobo que el homosexual que se rechaza a sí mismo y ha desplazado ese autodesprecio interior hacia el exterior. La homofobia flota sobre toda la serie como un fantasma y condiciona las acciones de los personajes en gran medida: Nathan escapándose de casa para no tener que soportar las ofensivas palabras de su padre, Vince evitando mostrarse tal y como es delante de sus compañeras de trabajo pese a saber que una de ellas se siente atraída por él, Stuart siendo chantajeado por su sobrino cuando descubre porno gay en su ordenador, Alexander sufriendo la indiferencia de unos padres que han rechazado a su hijo por su modo de vida...

Es curioso que los problemas con la familia, o más concretamente con la figura paterna, sean una constante tan marcada en la serie y puedo entender por qué. La experiencia me dice que el padre suele ser quién más desprecia la homosexualidad, sobre todo la masculina, por considerarla un insulto o incluso una amenaza. Podríamos hablar aquí sobre la masculinidad frágil o sobre los prejuicios internalizados por una sociedad construida alrededor del modelo de "familia tradicional" y sus mojigatos valores, pero eso excede las intenciones de este texto. También podríamos hablar sobre por qué las conductas homosexuales, presentes en la naturaleza en muchas otras especies además del hombre, se consideran "antinaturales", pero de nuevo sería tema para otro artículo. El hecho es que salir del armario suele conllevar algún choque con la familia, en especial con la figura paterna, y eso no ha cambiado mucho en estos veinte años, desde luego. No es casualidad que las principales aliadas de los hombres gays que protagonizan esta historia sean sus madres o sus hermanas (o, después de resolver algunas cuestiones, sus compañeras de trabajo). La relación son los padres siempre es... complicada.

Pero lo auténticamente brillante del tratamiento de la homofobia que hace Queer as Folk es que busca empoderar a sus personajes y, al hacerlo, empodera también al espectador. Esto lo vemos cuando Nathan se encara con el profesor que ignora las malas acciones del matón del instituto (apoyándolas así de forma indirecta), cuando Stuart sale del armario delante de toda su familia para evitar el chantaje de su sobrino o cuando Alexander rechaza la herencia del padre que le despreció como si no fuera nada. En esta serie los personajes homosexuales siempre son dignificados en su enfrentamiento contra la injusticia y el prejuicio, ofreciendo un ejemplo positivo y, efectivamente, empoderante. Sin caer en la ingenuidad, sin ignorar que una pequeña victoria en batalla no implica ganar también la guerra, Russell T. Davies nos marcó el camino a seguir, adelantándose a muchos de los hitos obtenidos en los años posteriores. Puede parecer estúpido, pero uno nunca se acaba de creer que es capaz de hacer una cosa hasta que ve a alguien parecido a sí mismo haciéndola... aunque sea en televisión. Además, sobra decir que los ejemplos positivos de personajes homosexuales en 1999 era muchísimo más escasos que hoy en día, de ahí que fueran tan importantes.

Y aún así, Queer as Folk no deja de ser una telenovela ligera, con sus toques de humor y sus toques de drama. Nunca pretendió cambiar el mundo ni tener el impacto cultural que tuvo, aunque fuese en gran parte a través de su derivada americana. Su primera temporada es un divertimento muy bien escrito, muy bien actuado y con algunas escenas muy potentes, pero nada más. Es en su segunda temporada, formada por sus dos últimos capítulos, cuando la serie británica se atreve a ser algo más. Es en dicha temporada cuando el personaje de Stuart decide que ya ha tenido bastante ración de homofobia y que ha llegado la hora de hacer algo al respecto, en lo que resulta ser una metáfora muy inteligente que muchos interpretamos de una forma demasiado literal en su momento. Cuando Stuart decide enfrentarse al mundo haciendo explotar el coche de los padres homófobos de Alexander, un personaje secundario con el que no parece tener ningún tipo de vínculo especial, debemos entender que no lo está haciendo por su amigo, sino por todos los gays del mundo que sufren rechazo y son víctimas del odio de una forma u otra. Este es quizá el mensaje más atrevido, y también más empoderante, de la propuesta de Russell T. Davies: si el mundo no te quiere, lo que tienes que hacer no es darle la espalda y seguir con tu vida, sino destruirlo. Así de simple. La única forma de conseguir un mundo nuevo y mejor en el que todas las personas sean aceptadas pasa inevitablemente por destruir el viejo mundo, así que más nos vale ir empezando.

Esta idea, planteada de esta manera, resulta tan osada hoy como hace veinte años. Quizá sea porque las personas, por lo general, somos demasiado complacientes y nos conformamos con facilidad. O puede que sea porque nos da miedo plantear cambios demasiado radicales. Sea como sea, las personas homosexuales no estamos hechas para vivir en el mundo, porque el mundo no está hecho para nosotros. El mundo, por desgracia, está hecho para las personas heterosexuales y para su modelo de familia "tradicional". Durante décadas nuestra opciones han consistido en apartarnos del mundo y construir nuestros propios espacios seguros (lo que viene a ser esa cosa abstracta que conocemos como "el ambiente") o en tratar de parecernos lo máximo posible a la corriente dominante para ser asimilados por ella. ¿Por qué hubo tanto interés en que se aprobase el matrimonio homosexual? ¿Por qué se hizo tanto hincapié en que los homosexuales también podían formar sus propias familias? La respuesta es que, para conseguir la aceptación, debíamos parecernos lo máximo posible a la "normalidad", aún a costa de renunciar a parte de nuestra maravillosa diversidad. Ahí es donde entró Queer as Folk para ofrecer una tercera opción: luchar contra el mundo. Nada de quedarse escondido en tus lugares seguros ni tratar de "venderse" como algo que no eres para que te acepten, sino luchar activamente contra el odio y los prejuicios... mediante el uso de la violencia, si es necesario.

En el último capítulo de la serie, Stuart y Vince huyen de Manchester para convertirse en una especie de pareja de fugitivos o de proscritos. No una pareja en el sentido convencional del término, pues nunca queda del todo claro lo que hay entre ellos... o, para ser más correctos, nunca los vemos expresándolo de forma física. Y no hace falta. Lo que hay entre ellos escapa a las definiciones y las categorizaciones tradicionales porque el mundo no lo entiende y, por tanto, no tiene un lugar para ese tipo de relación. Su alternativa es enfrentarse al mundo, viviendo a su manera, pero no permaneciendo escondidos en los márgenes, sino estando siempre en el centro de la acción, donde resultan más visibles y más incómodos para ese mundo que no los entiende. Stuart y Vince no buscan la asimilación... sino la revolución.

En estos tiempos que corren, en los que la violencia contra las personas homosexuales parece haberse disparado y en los que la homofobia es aplaudida tanto por los partidos del odio como por sus ignorantes votantes, es más necesario que nunca este mensaje. Basta de esconderse y de vivir en las sombras. Basta de buscar la asimilación por parte de un mundo que no está hecho para nosotros. Creemos nuestro nuevo mundo, donde tenga cabida lo que somos, sea lo que sea. Recordemos que, si bien existían asociaciones y grupos que pretendían luchar por los derechos de los homosexuales antes de que se produjesen los famosos disturbios del Stonewall, ninguno de ellos obtuvo ningún logro significativo hasta que los ladrillos y las botellas empezaron a volar por los aires.

Russell T. Davies ya lo tenía claro hace veinte años. Ojalá todos los demás lo tuviésemos igual de claro hoy, en pleno 2022.


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