Muchas películas han alcanzado el estatus de leyenda en la historia del cine, pero sólo una lo hizo sin llegar nunca a ser rodada: Dune, de Alejandro Jodorowsky. Durante los años 70, el director chileno había asombrado y escandalizado a los espectadores con películas como El Topo o La Montaña Sagrada. Fue en esa época cuando se embarcó en el colosal proyecto de adaptar al cine Dune, la novela de ciencia ficción escrita por Frank Herbert. Jodorowsky se planteó la tarea como una especie de "misión sagrada" y quiso reclutar a los mejores "guerreros espirituales" para dar vida a una película que pretendía ser un "mesías" para una nueva era y provocar todo un despertar espiritual en aquellos que la viesen en las salas de cine. De esta forma, el director se rodeó de algunos de los artistas más destacados de su época, como Moebius, H. R. Giger y Chris Foss. Es más, logro reunir un reparto de actores que incluía a figuras como Orson Wells, Mick Jagger, David Carradine y hasta el mismísimo Salvador Dalí. Sin embargo, aquel proyecto de ambición desmesurada acabó chocando contra las expectativas conservadoras de Hollywood. En una era pre-Star Wars, la mera idea de realizar una película de ciencia ficción de alto presupuesto ya era risible para los productores. Pero además aquella era una película tan osada, desafiante, rupturista y poco convencional que atemorizó a los estudios. La única manera de que semejante locura se rodase pasaba por adaptarla a lo que Hollywood consideraba adecuado, limitando su duración y apartando de la dirección al ambicioso y estrafalario Jodorowsky. Previsiblemente, cuando el equipo se negó a pasar por el aro el proyecto quedó en el limbo y aquella película jamás llegó a rodarse. ¿Por qué entonces el Dune de Jodorowsky se convirtió en una leyenda? ¿Cómo es posible que una película que nunca se rodó se considere una de las más influyentes de la historia del cine moderno? ¿Qué tenía aquel proyecto para que sigamos hablando sobre él décadas después de que se cancelase? Esas son las preguntas que aborda el documental Jodorowsky's Dune, dirigido por Frank Pavich en 2013.
Pero antes de hablar sobre el documental es necesario abordar la figura de Jodorowsky, una persona que a mí siempre me ha dividido: su faceta como artista me parece incuestionable, pero su faceta como "gurú espiritual" y "psicomago" me parece bastante deleznable e incluso peligrosa. He visto y leído muchas entrevistas con el chileno y siempre me he encontrado con algún comentario suyo que me ha resultado escandaloso, ridículo o absurdo. En especial cuando habla sobre sexualidad su pensamiento me parece retrógrado y machista a más no poder. No obstante, hace ya algún tiempo que aprendí a separar al artista de su obra, de forma que puedo admirar las creaciones de Jodorowsky aunque el propio Jodorowsky me parezca un mamarracho de mucho cuidado. Lo que sí tengo que concederle es que se trata de una persona con carisma, capaz de llevarse a la gente a su terreno con facilidad y de vender sus ideas con convicción. Estas son características aplicables tanto al gurú de una secta como a un director de cine y Jodorowsky fue ambas cosas mientras trabajaba en Dune. Puede que no comulgue con su visión mística del mundo, pero desde luego que comparto su visión mística acerca de lo que debería haber sido aquella película.
Me considero una persona apegada con fuerza a lo empírico, por lo que para mí la espiritualidad no tiene cabida alguna en el mundo material. Sin embargo, eso no quiere decir que rechace cualquier forma de espiritualidad. Desde mi perspectiva, aquello que consideramos espiritual pertenece al mundo del arte, donde reina la emoción y no la razón. Es en ese contexto donde las ideas de Jodorowsky, incluyendo las más disparatadas, tienen auténtico valor para mí. El chileno apenas conocía la novela original de Dune cuando comenzó a trabajar en su adaptación al cine, pero supo utilizarla como base para construir el mensaje que quería transmitir; un mensaje espiritual, un mensaje sobre el arte como puerta hacia la trascendencia del ser humano. Jodorowsky buscaba que su versión de Dune produjese la misma experiencia que el consumo de LSD sin necesidad de tomar la droga y que permitiese al espectador acercarse a una realidad que está por encima de lo que se puede experimentar con los sentidos. De esta forma se produciría su "despertar espiritual". No obstante, todo esto no hubiese sido más que palabrería de no haber estado apoyado por el argumento de la película.
No es ningún secreto que el Dune de Jodorowsky iba a tener más bien poco que ver con el Dune de Frank Herbert, lo cual no me genera ningún problema pese a que me considero un gran admirador de la propuesta original de la novela. Aunque antes era reacio a que se adaptase una obra de un medio a otro y me quejaba cuando una adaptación no reproducía fielmente el material en el que se basaba, con el tiempo me he dado cuenta de que prefiero las adaptaciones que huyen de querer calcar la obra original y se centran en ofrecer una visión particular en torno a dicha obra. Después de todo, la reproducción fiel no aporta nada nuevo y con frecuencia permite que se pierda parte de la esencia original al cambiar de medio. Sin embargo, cuando una adaptación coge el material original y se lo lleva a su terreno, sí está aportando un punto de vista novedoso. Puede que la adaptación centre su enfoque en algunos aspectos que pasaban desapercibidos en la obra en la que se basa, que actualice el contexto en el que se desarrolla o que use el material de partida como excusa para construir el mensaje que quiere lanzar. Esto último es lo que iba a suceder con el Dune de Jodorowsky, que supondría numerosos cambios respecto a la novela con el fin de transmitir el ideario espiritual de su director.
No conocía la propuesta del chileno para la conclusión de la película hasta que vi este documental y tengo que reconocer que me parece fascinante. De hecho, pese a distanciarse mucho del final de la novela tengo la sensación de que encaja como un guante dentro de la mitología desarrollada por Frank Herbert. En la novela, dos casas nobles se disputan el dominio sobre el planeta Arrakis, más conocido como Dune, el único lugar del universo donde se encuentra una sustancia que prolonga la vida, potencia la cognición y otorga la capacidad de predecir el futuro llamada especia melange. Al final, los dos herederos de ambas casas luchan en un combate a muerte en el cual vence el héroe protagonista, Paul Atreides. Así, Paul reclama Dune, asciende al trono y se convierte en el mesías de una cruzada religiosa que se extenderá por el universo gracias a los poderes que le concede la especia. En cambio, el final propuesto por Jodorowsky ofrece una conclusión mucho más atrevida para Paul (y que el documental de Frank Pavich recrea con detalle en una escena fabulosa). Durante el duelo entre el heredero de la Casa Atreides y su rival, Feyd-Rautha de la Casa Harkonen, Paul es vencido y degollado. Mientras la sangre le mana del cuello, con sus últimas palabras declara que ya no puede ser derrotado porque se ha convertido en algo que ningún arma puede vencer. Entonces Paul cae al suelo y su cuerpo muere... pero no su espíritu. La voz de Paul se escucha en ese momento a través de los cuerpos de su madre y de su hermana, presentes en el combate. "Yo soy Paul", dicen. Los seguidores de Paul, los Fremen del desierto a los que ha liderado para reclamar Dune, también hablan con su voz y proclaman "yo soy Paul". Así, tras su muerte física el protagonista logra la trascendencia y arrastra con él a sus seguidores. Todos se han convertido en uno, alcanzando un estado superior del ser. Entonces la especia se propulsa desde los desiertos de Arrakis hasta la atmósfera, creando un anillo alrededor del planeta y acelerando su evolución. El antaño planeta desértico se convierte en un mundo azul rebosante de vida y escapa de su órbita para recorrer el universo anunciando la llegada de una nueva era para la humanidad. La pantalla se funde en un color azul intenso y aparecen los créditos. Fin.
Qué inspiradora y optimista es esta propuesta tan distinta de la de Frank Herbert. El escritor también se refiere a Paul como una figura mesiánica en la novela, pero lo hace en términos mucho más oscuros. Para Herbert, la presciencia de Paul es una trampa. Su capacidad de ver el futuro le convierte en un mesías, pero también le arrebata su libre albedrío y le separa del resto de la humanidad. Aunque sabe que sus acciones acabarán produciendo un baño de sangre en todo el universo conocido, una vez que pone en marcha la cadena de acontecimientos que conducirá hasta el futuro que ha visto ya no puede escapar de ella. Por eso en el Dune de Frank Herbert y en sus secuelas el personaje de Paul es un héroe trágico, un mesías que nunca quiso ser tal cosa, así como el desencadenante de una situación terrible que tardaría milenios y cientos de generaciones en solucionarse. En cambio, para Jodorowsky Paul es una suerte de mesías hippy que provoca la convergencia de todos los seres vivos en una única consciencia universal. Así, todos los humanos se hacen uno solo. Todos son Paul. Paul es todos. Es más, todos son el propio planeta Dune, que comienza entonces su viaje por el universo para dar la buena nueva. Es fácil imaginar que la intención era que el viaje de Dune fuese más allá de la pantalla de cine, alcanzando las mentes de los espectadores e incitándoles a pensar en esa unión mística, esa consciencia universal, ese destino último del espíritu humano. El mensaje que quería enviar Jodorowsky con ese Dune azul recorriendo el cosmos era precioso y conmovedor. Es una pena que nunca llegase a plasmarlo, una auténtica pena.
Pero por muy bonito que fuese su planteamiento, aquella película era objetivamente una locura. Creo que el chileno estaba tan convencido de su visión que perdió el norte y ya no sabía lo que tenía entre manos. Por poner algunos ejemplos que se mencionan en el documental, su forma de reclutar a los que él consideraba los actores apropiados para los distintos personajes de la película era cuanto menos poco ortodoxa. Jodorowsky quería que Salvador Dalí interpretase al Emperador del universo y para conseguirlo estaba dispuesto a aceptar cualquiera de los desafiantes caprichos que le plantease el artista... por absurdos que fuesen. De esta forma, cuando Dalí puso como condición para interpretar el papel que apareciese una jirafa en llamas en la película, Jodorowsky incluyó a una jirafa en llamas en su guión. La dichosa jirafa ardiente puede verse en el storyboard que realizó Moebius, de hecho. Esta es una buena prueba de que el director estaba tan comprometido con el proyecto que tenía entre manos que habría hecho casi cualquier cosa para sacarlo adelante, pero dudo que fuese consciente del monstruo delirante al que quería dar a luz. La película no sólo excedía todo presupuesto, sino que planteaba escenas imposibles de rodar con las técnicas disponibles en los años 70. Diría que incluso planteaba escenas que resultarían difíciles de rodar hoy en día, en plena era del CG. La película iba a tener una duración desmesurada, iba a ser un desafío técnico sin precedentes e iba a costar una millonada. Todo eso ya era más que suficiente para encender todas las luces rojas en las cabezas de los productores, pero es que además aquella iba a ser una película tan poco convencional, tan atrevida, tan excéntrica que no se podía comparar con nada. El Dune de Jodorowsky iba a ser un Star Wars antes de que existiese Star Wars, iba a ofrecer un despliegue visual psicodélico y surrealista sin igual ("como el LSD pero sin necesidad de tomar la droga", en palabras del propio director) y además iba a ser una película espiritual. No existía nada parecido en ese momento y la respuesta ante lo nuevo nunca suele ser positiva. Los productores se asustaron. Quisieron mutilar el proyecto de Jodorowsky y el chileno se vio en la tesitura de tener que elegir entre abandonar su amado sueño en manos de quien lo hubiese cambiado de arriba abajo o simplemente dejarlo morir. Eligió lo segundo.
Lo irónico es que pese a que nunca llegó a existir, el Dune de Jodorowsky cambió el mundo. Cuando la película se canceló, el equipo de artistas que se había reunido para llevarla a cabo siguió trabajando en el cine y los estudios acabaron haciendo uso de sus talentos. Este equipo, formado por gente como Moebius, H. R. Giger y Chris Foss, se puede encontrar detrás de películas como Alien, el Octavo Pasajero, Blade Runner o Tron. Sin el Dune de Jodorowsky es posible que estas películas no hubiesen existido o hubiesen sido muy distintas. De hecho, fue Jodorowsky quien convenció al artista H. R. Giger para que trabajase en el cine, así que sin él es posible que el célebre xenomorfo de Alien nunca hubiese existido tal y como lo conocemos. Por otro lado, sin el Dune de Jodorowsky no habrían existido El Incal o La Casta de los Metabarones, dos cómics fundamentales y tremendamente influyentes que se derivan de las ideas que el propio Jodorowsky no pudo plasmar en su película. ¿Por qué aún seguimos hablando sobre esa cinta que nunca se rodó? Pues porque sus ecos se siguen escuchando hoy. Las semillas que plantó dieron lugar a otras películas, a cómics y a libros que heredaron parte de la visión original de ese loco proyecto que no llegó a materializarse.
¿Cómo habrían cambiado las cosas de haber existido la película? ¿Cómo sería el mundo si el fenómeno Star Wars hubiese llegado antes de Star Wars y se hubiese producido con una película como esta? ¿Habría calado su mensaje en la sociedad? Sólo podemos especular. Puede que el Dune de Jodorowsky no llegase a existir, pero su legado es innegable. El documental establece un emotivo paralelismo entre lo que le iba a suceder a Paul al final de la película y lo que le sucedió al proyecto. Igual que Paul murió pero al hacerlo trascendió su cuerpo y trajo una nueva era de iluminación, el Dune de Jodorowsky fue asesinado por Hollywood permitiendo que de sus cenizas surgiesen nuevas y atrevidas ideas que cambiaron el mundo. Su legado es inmortal. Muchas voces siguen proclamando "Yo soy Paul" ante la oscuridad del universo.
Por supuesto que Dune acabó llegando al cine, aunque ya poco tenía que ver con aquel proyecto desmesurado. De todas formas, el daño ya estaba hecho. Jodorowsky tardó más de veinte en años en volver a hacer una película, en parte por el fracaso que supuso para él no haber conseguido dar vida a su visión. El documental es bastante revelador en este sentido, mostrando a un Jodorowsky que a sus más de ochenta años ya ha aceptado que su Dune nunca llegará a existir. No obstante, en los minutos finales lanza un desafío: cuando él muera, aquel que quiera realizar una película de animación de Dune a partir de su trabajo podrá hacerlo. Esa sería la única forma posible de que la película pudiese hacerse tal y como él la había concebido, así que el guante está en el suelo esperando a que algún valiente se atreva a recogerlo algún día.
En cualquier caso, el Dune de Jodorowsky fue un proyecto fallido, un fracaso. Conjuró a uno de los equipos creativos más talentosos de la historia y lo puso a trabajar en un corpus maravilloso de bocetos, ilustraciones y diseños, pero fue un fracaso. Sirvió de inspiración para algunas de las obras más recordadas de las últimas décadas, pero fue un fracaso. Aspiró a ser algo distinto, innovador y anticonvencional, algo que provocase una revolución en la forma de pensar de los espectadores, pero fue un fracaso. Pues si esto es el fracaso, ¡entonces viva el fracaso! ¡Viva la ambición que llevó a Jodorowsky a desear las estrellas! ¡Viva la integridad que le hizo renunciar a un proyecto por el que lo había dado todo cuando los productores quisieron cambiarlo! ¡Viva el Dune de Jodorowsky! ¡Yo también soy Paul!
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