A lo largo de la historia del cómic han aparecido algunas obras que han supuesto un punto de inflexión en el medio, ya sea por sus hallazgos formales o por su contenido narrativo. Dichas obras han expandido los límites del cómic, le han proporcionado prestigio y reconocimiento y han permitido que cada vez sea más considerado como una forma de arte en lugar de como un mero entretenimiento para niños. Entre esas obras clave, sin duda Maus ha sido una de las más importantes.
Art Spiegelman, hijo de una pareja de judíos polacos supervivientes del campo de exterminio de Auschwitz, siempre sintió el peso del pasado sobre sus hombros. Aunque nació después de que terminase la Segunda Guerra Mundial, gran parte de su familia (incluyendo a su hermano Richieu, a quien nunca llegó a conocer) murió durante el Holocausto. Por tanto, no resulta extraño que sintiese interés en comprender lo que supuso sobrevivir a esa experiencia. Acercarse a la memoria de su familia era una manera de aclarar las consecuencias que aquellos años de sufrimiento habían tenido sobre sus padres y sobre él mismo. Quizá - debió pensar Spiegelman - conocer aquellas vivencias le permitiría también comprender el suicidio de su madre, llevado a cabo muchos años después del Holocausto cuando su familia ya había emigrado a Estados Unidos.
Maus es principalmente una biografía de Vladek Spiegelman, el padre del autor, narrada por él mismo e ilustrada por su hijo. Art Spiegelman no duda en dibujarse a sí mismo como un personaje más del cómic, mostrando las entrevistas que mantuvo con su padre para recabar el material que necesitaba para elaborar la obra. Siguiendo el hilo de la narración de Vladek, el cómic salta frecuentemente al pasado para plasmar su vida antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, como en toda narración oral, los acontecimientos no siempre se cuentan en estricto orden cronológico. Vladek tiene cierta tendencia a divagar y sus problemas presentes (sobre todo su relación con su segunda esposa) suelen interferir en su relato del pasado. Vladek además es un hombre difícil: es tacaño, impaciente, intolerante, manipulador y se preocupa excesivamente sobre su dinero y sobre su salud, lo que pone a prueba la paciencia de su hijo en más de una ocasión. En cierto sentido, Maus también es un tratado acerca de la relación entre padre e hijo, siendo la narración sobre el Holocausto una excusa que permite al autor acercarse a un progenitor con quien se antoja que nunca tuvo una buena relación.
Esto hace que Maus sea algo más que una simple biografía, pues no se limita a plasmar la vida de Vladek. El autor realiza una continua búsqueda de respuestas en su afán por comprender las consecuencias de aquellos tristes eventos, para lo cual el recurso de contraponer el pasado y el presente es fundamental. ¿Se debe el comportamiento de su padre a sus experiencias durante la guerra? ¿Es una consecuencia natural las penurias que vivió en el campo de exterminio? ¿O quizá es producto de haber perdido a tantos familiares y amigos (incluyendo a su primer hijo) por culpa de la persecución de los nazis? El autor no encuentra una respuesta fácil a estas preguntas, pues el mero hecho de pensar en el Holocausto resulta angustioso. ¿Cómo puede alguien que no ha vivido un horror tan inabarcable como ése llegar a comprenderlo? ¿Acaso puede llegar a comprenderse siquiera? En uno de los momentos más escalofriantes del cómic, uno de los personajes plantea que para que la gente actual llegue a comprender lo que supuso en realidad el Holocausto debería sufrir uno nuevo y aún mayor.
El autor se plantea muchas preguntas acerca de su padre, del suicidio de su madre y de un hermano al que nunca conoció pero al que siempre percibió como un rival en la competición por el cariño de sus progenitores. Demasiadas preguntas y ninguna respuesta clara. Ni siquiera zambullirse de cabeza en el Holocausto llega a proporcionarle las ansiadas respuestas que le permitirían tolerar mejor la carga que supone el pasado de su familia. Si es cierto que la humanidad se define más por su capacidad para plantear preguntas que por sus posibilidades de aportar auténticas respuestas, entonces Maus es una obra desgarradoramente humana.
Art Spiegelman desarrolló gran parte de su carrera dentro del cómic underground. De hecho, Maus se sitúa a medio camino entre una novela gráfica (tal y como la entendemos hoy en día) y un cómic underground hecho con los mínimos recursos y con un espíritu crítico e inconformista. Uno de los elementos que hacen tan especial a esta obra es el acercamiento que hizo al autor al Holocausto en clave de fábula, relacionando cada una de las etnias y nacionalidades que aparecen en la historia con un animal. De esta forma, los judíos aparecen como ratones, los alemanes como gatos, los americanos como perros y los polacos como cerdos. Se trata de una metáfora que se explica a sí misma, por lo que no hay necesidad de extenderse más en ella. No obstante, el hecho de que Maus sea una especie de fábula no elimina la crudeza de lo que se narra, sino que irónicamente potencia la sensación de horror y proporciona un tinte macabro a todo el relato. Maus es un cómic muy duro que transmiten una gran sensación de desasosiego al lector. Parece sorprendente que unos personajes tan simples como los ratones antropomórficos que dibuja Art Spiegelman expresen tanta angustia, pero el trazo sucio y quebrado del autor consigue plasmar la atmósfera opresiva que requiere un relato centrado en esos años oscuros.
Pero la influencia del underground en Maus va más allá de la simple estética, pues el autor introduce un par de pasajes que se desmarcan del resto de la obra y cuyo tono se aproxima de forma clara a ese tipo de cómic. Por un lado, incluye las páginas de una historia corta titulada Prisionero en el Planeta Infierno en la que aborda su reacción al suicidio de su madre y, por otro, realiza una pequeña pausa en el relato para plasmar sus propias dudas acerca de lo que está contando. En este revelador momento, el autor se dibuja a sí mismo no como un ratón, sino como un hombre que lleva una máscara de ratón. Además, en esa escena dibuja su mesa de trabajo sobre una pila de cadáveres, en una poco sutil metáfora de una carrera cuyo mayor éxito se sustenta sobre el recuerdo de las víctimas del nazismo. Son estos momentos tan rabiosamente sinceros, tan genuinamente underground, los que más y mejor nos permiten acercarnos a la realidad interna del autor.
En el aspecto formal, Maus es (y sigue siendo) un cómic rompedor. No sólo empleó de formas novedosas los recursos habituales, sino que aportó nuevos recursos que en la actualidad se consideran fundamentales. Su influencia sobre obras posteriores, en especial sobre aquellas que se han agrupado bajo la etiqueta de novela gráfica, es indiscutible. Es más, me atrevería a decir que su lectura es imprescindible para entender el mundo del cómic.
Se ha escrito mucho acerca de Maus y se seguirá escribiendo en el futuro. Aún no se ha dicho la última palabra sobre este cómic y la prueba es que el propio Art Spiegelman decidió volver sobre él en su último trabajo, que lleva el esclarecedor título de MetaMaus. Algo tiene este cómic que resulta fascinante y que permite aproximarse a él desde puntos de vista muy distintos. ¿Es su complejidad? ¿Es su crudeza? ¿Es quizá su capacidad para emocionar al lector? Resulta difícil definir lo que hace que Maus sea tan especial. Es una obra sobre el Holocausto - otra obra más, como dirían algunos -, pero también es una historia sobre un hijo incapaz de comprender a su padre. Es un cómic sobre una tragedia universal, pero al mismo tiempo es un trabajo íntimo, personal y subjetivo de un autor muy particular. Es, en conclusión, una lectura a la que hay que regresar cada cierto tiempo, pues siempre tiene algo nuevo que aportar.
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