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[Batman Day 2024] Lo que hemos olvidado sobre el origen secreto del Hombre Murciélago


Hoy 21 de septiembre se celebra el Batman Day, un acontecimiento que, si bien supone un homenaje a la larga trayectoria del personaje y al trabajo de los muchos autores que le han dado forma con el paso de los años, no deja de ser una simple promoción para arañar unas cuantas ventas adicionales en estos tiempos en los que las editoriales venden cada vez menos cómics. Aunque Batman forma parte del rico panorama del Universo DC, a lo largo de los últimos años se ha ido reduciendo de forma considerable el número de cómics dedicados a los demás personajes de este cosmos de ficción que llegaban a las estanterías de nuestras librerías especializadas, dejando sólo los del Hombre Murciélago. Pero ni siquiera Batman es capaz de sostener por sí mismo a toda una editorial, como bien debe saber la editorial que publica al personaje en este país. Aunque paradójicamente vivimos en una época en la que es más fácil que nunca acceder a los tebeos, tengo la impresión de que el interés general de los lectores ha decaído. Hay muchos factores implicados en esto, que van desde la ausencia de un relevo generacional que ocupe el lugar de los lectores adultos que han ido abandonando la afición hasta la popularización de otras formas de entretenimiento mucho más atractivas, baratas y accesibles, pero desde mi punto de vista uno de los principales motivos es el cambio que ha experimentado el propio cómic como producto: en sus orígenes era un producto que se producía a bajo coste y se vendía a un precio asequible para llegar incluso al público más humilde, pero hoy en día el cómic se ha convertido en un producto de lujo orientado a coleccionistas y a consumidores con un alto poder adquisitivo.

Cuando yo era niño, allá por los inicios de la década de los noventa, podía encontrar cómics de Batman publicados por Ediciones Zinco a un precio de 150 pesetas casi en cualquier kiosco. Hoy, en 2024, una grapa del Hombre Murciélago publicada por esa editorial que prefiero no mencionar se vende a un precio de 5 o 6 euros. Si ajustamos la inflación, 6 euros de 2024 equivalen aproximadamente a 525 pesetas de 1992, el año en el que compré mi primer tebeo de Batman. Es decir, que el precio de la grapa prácticamente se ha cuadruplicado. Podríamos debatir sobre la importancia de la inflación y del aumento del coste de la vida, pero el hecho indiscutible es que comprar cómics resulta muchísimo más caro hoy que hace treinta años. En los noventa, los niños podíamos seguir dos o tres colecciones al mes con el poco dinero que podíamos reunir en el intervalo de su publicación. En cambio, en la actualidad me parece mucho más complicado que un niño empiece una colección que pueda seguir todos los meses, por no decir imposible. Creo que ahora el cómic es algo ocasional, que se compra o se regala con motivo de acontecimientos puntuales, siempre en bonitos tomos que luego puedan quedar almacenados de forma vistosa en la estantería. Sólo un adulto con unos ingresos fijos puede plantearse seguir las colecciones de forma mensual y eso supone una importante barrera para crear nuevos aficionados, nuevos seguidores. No es de extrañar, por tanto, que no acabe de llegar ese relevo generacional que tanto se echa de menos.

Siempre he visto el cómic como una forma de entretenimiento hecha por gente humilde y pensada para gente humilde. La mayoría de los creadores de nuestros personajes de cómic favoritos trabajaron en esta industria durante una época en la que era un trabajo ingrato, mal considerado y mal pagado. Los únicos motivos para dedicarse profesionalmente al cómic eran una auténtica vocación artística o la ausencia de un trabajo mejor. No niego que hubiera alguno con auténticas inquietudes creativas, pero casi todos los autores de entonces se dedicaban a esto para poder ganarse la vida, no para hacerse populares ni para que se reconocieran sus méritos. De hecho, son célebres los casos de varios artistas que se pasaron media vida litigando con las editoriales para que se les reconociera su autoría. Muchos murieron sin que su contribución llegara a ser reconocida adecuadamente y sin recibir ni un mísero porcentaje de los grandes beneficios que la editorial había logrado gracias a su duro trabajo. Uno de los ejemplos más tristes es el de Bill Finger, que trabajó junto a Bob Kane en la creación de Batman. En este Batman Day de 2024, en el que se hace énfasis en los 85 años de historia del Hombre Murciélago, Finger sin duda merece una mención especial.



Bill Finger escribió la mayoría de las primeras historias del Hombre Murciélago, ayudó a crear a villanos tan emblemáticos como el Joker, el Pingüino y Catwoman, se le atribuye la creación del primer Batmóvil y se cree que fue el primero en acuñar el nombre de Gotham. No obstante, su astuto compañero, Bob Kane, se adelantó a firmar un contrato con la editorial para que se le considerase el único creador de Batman. Como consecuencia, la contribución de Finger fue ignorada por los lectores de los cómics del Hombre Murciélago durante décadas. De hecho, el autor murió sin que se reconociese de forma oficial su participación en la creación del personaje, que con el paso de las décadas se había convertido en un icono de la cultura popular y había dado lugar a una enorme franquicia que se había extendido a la televisión, el cine y los videojuegos. No fue hasta el 75º aniversario de la publicación del mítico número 27 de Detective Comics, en el que se produjo la primera aparición de Batman, que DC Comics reeditó aquella historia fundacional acreditando a Finger como cocreador del personaje. Aquello fue ya en 2015. El mencionado número 27 de Detective Comics se publicó el 30 de marzo de 1939. Pasaron setenta y cinco años hasta que se hizo justicia. Setenta y cinco años, nada menos.

Quiero volver una vez más a esa afirmación que he hecho antes, en la que decía que considero el cómic como una forma de entretenimiento hecha por gente humilde y pensada para gente humilde. Intentemos desplazarnos hasta la época en la que se público ese Detective Comics número 27. La década de los treinta llegaba a su fin, una década marcada por la Gran Depresión que siguió al crack de la bolsa en el 29. La vida en Estados Unidos no era fácil esos años y el acceso a la cultura era más bien escaso. Para muchos niños su principal entretenimiento eran los cómics, impresos con una calidad irrisoria, con papel de mala calidad y pensados para ser leídos y desechados. Los cómics eran entretenimiento de usar y tirar, producido con cuatro duros y vendido a precios populares. En ese ecosistema apareció por primera vez Superman en 1938, seguido un año después por Batman. Ellos fueron los heraldos de lo que hoy conocemos como la edad dorada del cómic, la época de la primera generación de superhéroes, una generación hija de su tiempo, definida por unos superhombres rudos que luchaban contra la injusticia social; contra los criminales y los enemigos de la nación, sí, pero también contra la ricos y los poderosos que oprimían a la gente humilde. Quizá esto sea así porque sus creadores eran gente igualmente humilde, gente que fue explotada por sus editores, que cobraba una miseria y raras veces recibía el mérito que se le debía. Gente como el propio Bill Finger, pero también otros como Jerry Siegel, Joe Schuster, Joe Simon o Jack Kirby. Ellos fueron los sufridos pilares sobre los que se construyó la industria.

Quiero pensar que, precisamente porque ellos mismos fueron oprimidos, soñaron con alguien que luchase contra los opresores, con alguien que inspirase a otros en su misma situación. Sus héroes eran los héroes del pueblo, los héroes de la gente humilde. Creo que los cómics de superhéroes nacieron para dar esperanza. Surgieron en una época de recesión y penurias, en la que la gente estaba demasiado ocupada asegurándose el sustento como para mirar al cielo. Con toda su ingenuidad y su idealismo, los superhéroes como Superman y Batman llegaron para inspirarnos, para hacernos creer que los malos no siempre ganan, que se puede combatir contra la injusticia y que otro mundo es posible.

El cómic es una forma de entretenimiento hecha por gente humilde y pensada para gente humilde, decía. Pienso mucho en esto cada vez que camino entre los expositores de una librería, rodeado por tomos de lujo a precios disparatados. Pienso mucho en esto cada vez que veo a alguien especulando en la red con el precio de un cómic que, por el motivo que sea, ha tenido una tirada más pequeña de lo normal. Pienso mucho en esto cuando se organizan celebraciones como este Batman Day, que no son más que una excusa como cualquier otra para gastar dinero en nuevas ediciones de cómics que ya se han editado cientos de veces antes. ¿Necesita este mundillo nuestro la enésima reedición de La Broma Asesina en un tomo que cuesta cuatro o cinco veces más de lo que costó su primera edición? ¿Necesita que compremos edición tras edición de Año Uno o El Regreso del Caballero Oscuro? ¿Necesita que sigamos el juego de las editoriales avariciosas y los especuladores desvergonzados? Sinceramente, creo que lo que de verdad necesita este mundillo nuestro es recordar cuáles son sus orígenes. Este Batman Day necesita menos ediciones para coleccionista y más reflexiones sobre Bill Finger. Necesita que pensemos menos en gastar dinero y más en la motivación de Finger para crear a un personaje como Batman en el momento en el que lo hizo. Necesita que recordemos lo que hemos olvidado sobre el origen secreto del Hombre Murciélago.

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