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[Vampiro: La Mascarada] Reseña de La Mascarada de la Muerte Roja Libro Dos: Aliados impíos, de Robert Weinberg: el delicado equilibrio entre lo excesivo y lo ridículo

  Los Vástagos han gobernado el mundo desde las sombras durante milenios. Sus maquinaciones han dado forma a las distintas sociedades que se han alzado y han caído con el paso de los siglos. Incluso ahora, poderosos vampiros con miles de años de edad llevan a cabo los complejos movimientos de una interminable partida de ajedrez que comenzó en el alba de los tiempos y en la que todas las demás criaturas del planeta son simples peones. No obstante, las dos grandes sectas en las que se agrupando los miembros de la Estirpe de Caín, conocidas como la Camarilla y el Sabbat, se habían mantenido en un precario equilibrio… hasta ahora, hasta la aparición de una criatura extremadamente poderosa que se hace llamar la Muerte Roja y posee un toque ígneo capaz de acabar con cualquier enemigo. Los planes de la Muerte Roja están a punto de dar fruto, otorgándole control total sobre la Camarilla y el Sabbat. La primera fase de su ofensiva provocó una Guerra de Sangre que arrasó la ciudad de Washington y estuvo a punto de acabar con los dos únicos rivales que podrían detenerle: el detective Dire McCann y la multimillonaria Alicia Varney, dos humanos que actúan como agentes de dos de los vampiros más antiguos que existen y cuyos nombres son legendarios, Lameth, el Mesías Oscuro, y Anis, la Reina de la Noche. Ahora que ambos son conscientes de los secretos de la Muerte Roja ha llegado el momento de prepararse para devolver el golpe, pero antes tendrán que resolver la difícil situación en la que se encuentran tras lo sucedido en Washington. Y, por si fuera poco, las ancestrales criaturas bestiales conocidas como los Nictuku se han despertado de su letargo y vuelven a caminar sobre la tierra. El apocalipsis predicho por la Muerte Roja podría estar más cerca de lo que nadie imaginaba.

En mi reseña de Guerra de Sangre, el primer libro de la trilogía de La Mascarada de la Muerte Roja, hablé sobre mi relación con el juego de rol en el que se basan estas viejas novelas, el célebre Vampiro: La Mascarada de White Wolf, y sobre cómo dicho juego logró conectar con el espíritu de su época de una forma asombrosa. También señalé el hecho de que el estilo narrativo que propone La Mascarada de la Muerte Roja se distancia en gran medida de la premisa central de Vampiro: La Mascarada, reflejando un estilo de juego que se hizo muy popular en la segunda mitad de la década los noventa y que tuvo tantos admiradores como detractores: el que se conoce comúnmente como “superhéroes con colmillos”. Mientras que Vampiro: La Mascarada se definía a sí mismo como “un juego narrativo de horror personal”, la primera entrega de La Mascarada de la Muerte Roja nos presentaba un mundo poblado por criaturas superpoderosas que desplegaban toda suerte de violentos horrores sin preocuparse por ningún tipo de consecuencia personal. Guerra de Sangre es, en efecto, un festival del exceso y la desmesura en el que no tienen cabida las angustias existenciales o las dudas morales. Es un libro muy divertido, en el que se pueden encontrar escenas que rozan el delirio más absoluto, pero también es una lectura mucho más ligera de lo que cabe esperar por su planteamiento. Esta es, después de todo, una historia sobre seres milenarios que se enfrentan entre sí usando temibles poderes arcanos con el objetivo de dar forma al destino del mundo. Sin embargo, se aproxima más al típico blockbuster de acción palomitera que al terror.

En esta segunda reseña, en la que voy a centrarme en la continuación de la trilogía, Aliados impíos, podría repetir gran parte de lo que escribí en la anterior y todo seguiría siendo válido. Nos encontramos ante un libro en el que ese componente de terror psicológico hacia el que apuntaba el juego de rol vuelve a ser casi inexistente, siendo sustituido por escenas de acción de alto voltaje, diálogos repletos de frases lapidarias, personajes que rozan el fanservice más descarado y un montón de misterios que se van acumulando unos encima de otros, generando una imperiosa necesidad de continuar leyendo. Este es un libro accesible y fácil de leer, desenfadado y muy disfrutable, pero no posee ningún logro literario destacable. También es un excelente compendio de lo que en la década de los noventa se consideraba “cool”, por lo que conectará de inmediato con los que vivieron aquellos años. Gustará a los nostálgicos y a los seguidores de Vampiro: La Mascarada, en especial a aquellos que vivieron los tiempos de su segunda edición revisada, en los que su creciente complejidad acabó desembocando en una delirante mezcla de conceptos tan ambiciosos como ridículos: la era de los “superhéroes con colmillos”, en la que los niveles de poder eran cada vez más elevados y el horror personal cada vez más accesorio. Precisamente creo que merece la pena volver una vez más sobre esto porque Aliados impíos manifiesta tanto lo mejor como lo peor de aquella época y de aquel estilo de juego tan particular en el que tantos participamos.

Aliados impíos comete ciertos errores a nivel narrativo que eran muy frecuentes en ese estilo de juego concreto. Los reconozco porque yo mismo los cometía cuando jugaba a Vampiro: La Mascarada en aquella época, aunque entonces no los considerase errores en absoluto. Digamos que, cuando el foco de tu historia está puesto en lograr el mayor impacto posible, en engrandecer a tus personajes y, en general, en ser “cool”, se hacen pocas concesiones a los aspectos más prácticos y mundanos, lo cual es bastante arriesgado cuando hablamos de este juego de rol en concreto.

Las historias de Vampiro: La Mascarada, como es lógico suponer, giran en torno a los vampiros, unos seres que por su propia naturaleza deben alimentarse de sangre con regularidad. Evidentemente, el proceso de alimentación implica una serie de requerimientos y conlleva una serie de consecuencias. Desde el punto de vista narrativo, puede ser una experiencia fascinante. ¿De quién se alimentará el vampiro? ¿De qué forma llegará hasta esa persona? ¿Cómo tomará su sangre? ¿Qué cantidad beberá? ¿Dejará a su objetivo con vida o cederá a sus impulsos bestiales? Hay muchas cuestiones que responder y, a medida que se abordan, aparece un cierto componente de azar que puede complicar las cosas. Por ejemplo, puede que el vampiro no desee tomar más que una mínima cantidad, pero que, tirada de dados mediante, su Bestia interior tome el control y le obligue a matar a su víctima, dejándole con un cadáver entre manos y con la necesidad de deshacerse de él mientras se ocupa de sus demás asuntos. Así se da forma a una microhistoria que forma parte de una historia mayor y que puede darle mucho sabor a una partida… al menos la primera vez que se desarrolla. Con el paso del tiempo, la tensión que implica el momento de la alimentación empieza a perderse y el proceso en sí mismo se vuelve rutinario, mecánico, desapasionado incluso. Esto también es importante desde el punto de vista narrativo, pues está reflejando lo que le sucede al propio vampiro a medida que sus actos le van distanciando de su humanidad perdida y empieza a ver a los humanos entre los que antes se contaba como un mero recurso del que disponer, a ser posible con rapidez y sin molestias asociadas. Esta transformación es una parte fundamental del juego. Es más, forma parte de ese componente de “horror personal” que pretende acercar al jugador a la experiencia de ser un monstruo chupasangre.

Aliados impíos no está interesado en reflejar ese proceso porque no busca el drama interno de sus personajes. Más bien al contrario, ya que sus personajes se construyen, en su mayoría, sobre estereotipos muy básicos. Tenemos al detective cínico, a la asesina sexy, al mafioso despiadado y al ermitaño erudito. La mayoría de ellos son vampiros, pero el libro apenas se detiene a explorar su naturaleza, y, dentro de ella, su Hambre, su deseo de consumir sangre humana. Es curioso lo sencillo que resulta obviar este aspecto tan nuclear de Vampiro: La Mascarada cuando te dejas distraer por los poderes sobrehumanos y las peleas molonas. En Guerra de Sangre apenas se hacía referencia a la alimentación de los Vástagos y no es hasta el inicio de Aliados impíos que aparece la primera escena en la que un vampiro se alimenta de una víctima humana. Aún así, al texto le interesa más la caza previa que la alimentación en sí. El foco no está puesto sobre la naturaleza bestial del cazador, porque eso no importa. Importa que el villano resulte temible y “cool”, nada más.

La otra escena de alimentación que aparece en el libro carece de violencia, ya que la sangre es ofrecida de forma voluntaria y por motivos de fuerza mayor. Un humano permite que una vampira se alimente de él para que ella pueda emplear esa sangre en regenerar las heridas recibidas en combate, lo que parece un mero trámite, un simple intercambio de puntos en la ficha de personaje y poco más. Es una oportunidad perdida para narrar el impacto que puede tener el proceso de alimentación en el humano, lo que el manual de Vampiro: La Mascarada llamaba “el Beso”. En lugar de resultar doloroso para la víctima, la mordedura del vampiro puede llegar a generarle tal placer que en ocasiones incluso llega a alcanzar el éxtasis. Algunos humanos llegan a hacerse adictos a ello, de hecho, pero aquí apenas se insinúan sus consecuencias… o sus connotaciones sexuales, que por supuesto el juego de rol no ocultaba en ningún momento.

Otro peligro de este estilo narrativo centrado en la grandilocuencia y en lo “cool” es la facilidad con la que puede perderse de vista el núcleo central del argumento, haciendo que la historia se diluya en el festival de excesos, poderes imposibles y peleas alucinantes. Aliados impíos es la segunda parte de La Mascarada de la Muerte Roja, pero la presencia de la Muerte Roja en sus páginas es testimonial. Incluso la de los dos protagonistas más o menos claros de la anterior entrega, Dire McCann y Alicia Varney, se hacen de rogar más de la cuenta. Alicia Varney, sin ir más lejos, sale de escena tras el primer tercio del libro para no volver a aparecer más. Esto es así porque el autor peca de ambicioso, orquestando un argumento tan extenso, con tantísimos personajes implicados y tantos efectos colaterales que en cierto momento parece perder un tanto el foco. No le queda más remedio que ir disponiendo de esos personajes para poder atar algunos de los numerosos cabos sueltos que dejó en el primer libro. En otras palabras, necesita despejar el tablero y quitarse de enmedio a unos cuantos secundarios. Incluso personajes que parecían gozar de cierta relevancia en Guerra de Sangre acaban encontrando aquí la Muerte Definitiva con una facilidad y una rapidez que resultan pasmosas, sobre todo tratándose de criaturas tan difíciles de matar como se supone que son los vampiros. Su destrucción es la prueba de una presión narrativa que se podría haber manejado mucho mejor trabajando a menor escala, con un reparto más reducido y unas ambiciones no tan exageradas.

Me parece que este es un fallo habitual entre los aficionados al rol que priman la narrativa sobre la jugabilidad y que afectó especialmente a los que jugaban siguiendo aquel estilo de los “superhéroes con colmillos”. Mis propias partidas durante los últimos años de la década de los noventa y los primeros de la siguiente cometían este error constantemente. Sus argumentos eran demasiado complejos, demasiado enrevesados, con demasiados personajes secundarios y demasiadas escenas que, por su grandilocuencia y ambición, se comían demasiado tiempo y volvían el juego más farragoso de la cuenta. Si pudiera volver atrás para aconsejar a mi yo de entonces le insistiría sin parar en la necesidad de simplificar, de mantener las cosas siempre dentro de un margen manejable. No todas las historias deben elevar sus apuestas al máximo exponente ni alterar para siempre el trasfondo del Mundo de Tinieblas. Algunas pueden ser pequeñas y simples. No pasa nada, en definitiva, por dejar que el juego sea… eso, un juego y nada más que eso. Al menos una parte de mí lo piensa, aunque otra es consciente de que así no es como se logra una historia memorable. Para resultar memorable hay que ser ambicioso. Si quieres que tu historia se recuerde hay que apuntar alto.

La Mascarada de la Muerte Roja apunta alto, quizá demasiado, y por eso es una historia imperfecta. Aliados impíos me parece un mezcla un tanto inconexa de escenas y un batiburrillo de personajes que actúan sin ser conscientes de lo que hacen los demás. En lugar de ir agrupándose, las tramas que se pusieron en marcha en la primera entrega siguen estando dispersas. Irónicamente, la trama fundamental, la que se refiere a los planes de la Muerte Roja, es la que menos progresa. Pero el libro está repleto de ambición y eso se nota en la facilidad con la que puedo evocar en mi memoria algunos de sus momentos clave, como el enfrentamiento final entre Flavia, apodada el Ángel Oscuro, y Makish, los dos asesinos Assamitas, o el viaje de los tres vampiros diabolistas por las catacumbas que se ocultan bajo Notre Dame de París en busca del antiguo Nosferatu conocido como Phantomas. Lo que esas escenas tienen en común es que no se andan con chiquitas: Flavia convoca un rayo desde el mismísimo cielo para darle el golpe de gracia a su enemigo, mientra que los diabolistas se encuentran con un retorcido laberinto repleto de trampas, siendo una de ellas un ancestral caimán engordado durante siglos con la sangre del vampiro al que buscan. Esas son las cosas que se recuerdan.

En ocasiones, esa ambición sin límites roza el ridículo y la comedia involuntaria. Pero eso, en lugar de fastidiar la inmersión, contribuye a darle carácter al libro. Estoy pensando, por ejemplo, en la escena en la que Alicia Varney regresa al rascacielos de Nueva York en el que vive, que ahora está invadido por los peones de la Muerte Roja. Hay un momento delirante en el que, justo antes de entrar en combate, el personaje se quita la ropa interior para poder luchar con mayor comodidad. Soy consciente de que es un gesto sexista que quedaría totalmente ridículo si lo llevase a cabo un personaje masculino (¡imagina al típico héroe de acción como Schwarzenegger o Stallone parándose a quitarse los calzoncillos antes de repartir leña!), pero está en perfecta consonancia con este universo de mujeres tan hermosas como peligrosas. Este libro no deja de ser una fantasía orientada a adolescentes noventeros, después de todo. Algunos aspectos de esa fantasía han envejecido mucho peor que otros, pero no veo maldad en ellos, sino ignorancia e ingenuidad.

Para disfrutar de este libro hay que tolerar un grado de inverosimilitud mayor que el que había que pasarle al anterior, pero eso no es malo. Aliados impíos me parece igual de divertido que Guerra de Sangre, aunque también me parece menos enfocado, menos centrado. El autor debió de perderse un poco dentro de su propia maraña de personajes y líneas argumentales. No hay mejor forma de ser consciente de ello que tratar de resumir el argumento del libro en pocas palabras.

Tenemos por un lado a Dire McCann y a Alicia Varney, de quiénes se desvelan jugosos detalles sobre sus respectivas conexiones con sus patrones vampíricos, Lameth, el Mesías Oscuro, y Anis, la Reina de la Noche. La situación de ambos ha cambiado tras el golpe efectuado por la Muerte Roja y han vuelto a separarse. Alicia Varney debe recuperar su refugio en Nueva York, mientras que Dire McCann es convocado por un poderoso mago humano llamado Maimónides, que posee una información vital sobre la Muerte Roja. Claro que, antes de acudir a su encuentro, debe solucionar algunos asuntos. Para empezar debe escapar de Washington, después debe esperar a que su guardaespaldas, Flavia, ajuste cuentas con el miembro traidor de su clan que ayudó a la Muerte Roja, y, finalmente, debe acompañar a su nueva aliada, Madeleine Giovanni, en su propio ajuste de cuentas con el vampiro que ha tenido la osadía de hacer daño a los niños que había acogido bajo su protección. Mientras tanto se están produciendo auténticos terremotos dentro de la Camarilla y el Sabbat, con poderosos vampiros encontrando la Muerte Definitiva y otros alzándose para cambiar por completo el panorama del poder. Por otro lado, la Muerte Roja ha enviado a tres asesinos a acabar con Phantomas, quizá el único Vástago capaz de descubrir su origen y su verdadera identidad. Y, por otro lado, uno de los miembros más poderosos del Clan Tremere, Etrius, cree que la Muerte Roja podría haber manipulado a los suyos desde el principio y que podría seguir haciéndolo, por lo que ha puesto en marcha a sus propios agentes para abordar esta amenaza… ignorando que, en efecto, las garras de la Muerte Roja han llegado hasta los más altos estamentos de su clan. ¡Y mientras tanto no podemos olvidar que los Nictuku están despertando y se acerca un cataclismo que podría arrasar todo el Mundo de Tinieblas! Este es, a grandes rasgos, el argumento de Aliados impíos. Evidentemente, si necesitas escribir semejante párrafo sólo para explicar un argumento es que algo no está del todo bien. Alguien se ha pasado de frenada.

No quiero dar la impresión de que estoy penalizando la ambición del autor y de su obra. Nada más lejos de mi intención, pues admiro la ambición y admiro el ansia por dejar huella en el lector. Prefiero que un libro (o un cómic, o una película, o una serie de televisión) se exceda en su ambición y se estrelle de la forma más estrepitosa posible a que se contenga y no logre despegarse de la mediocridad y la repetición en la que caen tantas y tantas obras. Lo verdaderamente complicado, y por tanto también lo más meritorio, es mantenerse en ese delicado equilibrio que existe entre lo excesivo y lo ridículo. Ese es el equilibrio en el que vive y en el que se siente cómodo Aliados impíos.

Se podría decir que la segunda entrega de La Mascarada de la Muerte Roja comete muchos errores a nivel narrativo, sí. Su trama se complica demasiado, eso está claro. También ignora algunos elementos fundamentales de Vampiro: La Mascarada en su carrera hacia la molonidad. Se diría incluso que sus vampiros son… poco vampíricos. La alimentación no parece ser algo central para ellos, lo cual es extraño para unos seres que dependen por completo del consumo de sangre. Su naturaleza no resulta todo lo definitoria que debería, porque aquí lo que importa no es su maldición, sino los poderes asombrosos, la ropa gótica y las frases lapidarias. En ningún momento nos hemos alejado de la tónica de los “superhéroes con colmillos” de la que tanto he hablado en estas reseñas.

No obstante, tengo la impresión de que Robert Weinberg conocía bien que uno de los aspectos más atractivos de Vampiro: La Mascarada, más allá de su cacareado “horror personal”, era su énfasis en la diversidad. No se me ocurren muchos ejemplos de historias de fantasía urbana en la que convivan archivistas deformes que habitan bajo Notre Dame, bellas y despiadadas mujeres de negocios que poseen rascacielos en plena Nueva York, magos antiquísimos de Oriente Medio levemente inspirados en figuras históricas reales y mafiosos italianos de gustos retorcidos. Hay tal variedad de personajes en este libro que resulta fácil encontrar al menos dos o tres con los que conectar de una forma u otra. Pero, más importante que eso, es que todos esos personajes reflejan un mundo amplio, rico y diverso; un mundo multicultural y multiétnico. Y, como reflejo oscuro del nuestro, ese mundo tiene mucho que decir sobre nuestra política, nuestra economía y nuestra sociedad. Nada me gusta más que esos pequeños comentarios, tan sutiles como comprometidos, que salpican todo el libro y que se ceban especialmente en las autoridades, en los poderosos y en los ricos. Vampiro: La Mascarada nunca ocultó su posicionamiento político y los libros que se derivaron del juego tampoco lo hacen.

Queda por ver si la tercera y última entrega de La Mascarada de la Muerte Roja, que lleva por título Los liberados, es capaz de cerrar de forma coherente la enredada maraña de tramas establecida por los dos libros previos. Aliados impíos deja demasiados frentes abiertos, no sólo en lo que se refiere a las maquinaciones de la Muerte Roja, sino también respecto a los temibles Nictuku y a los movimientos que se están llevando a cabo dentro del Clan Tremere (y que sospecho que son el principal motivo por el que estos libros están fuera del canon oficial del Mundo de Tinieblas). El despertar de los Nictuku supone una clara oportunidad para acercar este delirio noventero hacia el terror más tradicional, como ya se apunta en este segundo libro con la escena en la que unos saqueadores de tumbas encuentran el lugar de reposo del monstruoso Azazel en mitad del desierto, pero personalmente encuentro más interesante toda la trama de fondo sobre las intrigas de los Tremere por cómo se conecta con el trasfondo del juego de rol (y, de paso, lo pervierte con gran descaro). Hablaremos sobre todo eso y llegaremos a algún tipo de conclusión sobre la trilogía en su conjunto en la reseña de Los liberados.

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