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[Cómic] Reseña de Muerte, de Jonathan Hickman y Sanford Greene: una carta de amor al Doctor Muerte

  Galactus, el Devorador de Mundos, ha cedido al fin ante su hambre insaciable y ha comenzado a consumir mundo tras mundo en un imparable sendero de destrucción. Antes de que su camino le condujera hasta la Tierra, el Doctor Muerte decidió emplear sus considerables dones místicos y tecnológicos para hacerle frente. Fracasó. Poco después, Galactus arrasó el planeta y acabó con las vidas de todos sus héroes. La única superviviente es Valeria Richards, ahijada de Muerte, que ahora busca a su padrino en el vacío del espacio. Ya no queda nadie más, así que, irónicamente, es posible que el Doctor Muerte sea la última esperanza para evitar la completa destrucción de todo el universo.



Mi relación con el trabajo de Jonathan Hickman ha cambiado de forma considerable en los últimos años. Como muchos otros lectores, quedé muy impactado con sus primeras propuestas para editoriales independientes, tales como El Informativo Nocturno o Pax Romana. Es más, hace doce años escribí una reseña muy apasionada en este mismo blog sobre The Red Wing, su original miniserie de ciencia ficción junto a Nick Pitarra, artista que le luego le acompañaría en la fabulosa aunque tristemente inconclusa Los Proyectos Manhattan (que, por cierto, también contó con su correspondiente reseña en este blog). Con semejantes referencias en su currículum, no es de extrañar que le recibiera con los brazos abiertos a su llegada a Marvel. Además, venía apadrinado por Brian Michael Bendis, probablemente el guionista más relevante de la editorial durante aquellos años pese a las muchas y variadas polémicas que suscitó. Dentro de la Casa de las Ideas, Hickman nos ofreció la refrescante Guerreros Secretos, cabecera protagonizada por personajes de segunda o tercera fila con los que supo armar una trama tan competente como entretenida, o la desafiante S.H.I.E.L.D., en la que narraba la historia de una peculiar sociedad secreta que había protegido el planeta desde la más remota antigüedad. Ya entonces se podían intuir algunos de los aspectos de su escritura que más me acabarían chirriando con el paso de los años, como su patente voluntad de retorcer la cronología del Universo Marvel para satisfacer las necesidades de su propia narración, restando así validez a las historias de decenas de autores anteriores. Recuerdo darle vueltas y vueltas a aquella viñeta de S.H.I.E.L.D. que mostraba la llegada de Galactus, acompañado de su heraldo, el Caminante Aéreo, a la Italia del Renacimiento, varios siglos antes de la formación de los Cuatro Fantásticos. Recuerdo la frustración que me produjo que no hubiera forma posible de hacerla encajar en la cronología (¡menuda afrenta a la mítica Trilogía de Galactus de Lee y Kirby!), pero estaba tan entusiasmado por todo lo demás que decidí dejar pasar ese detalle. Pero no fue el único que me chirrió y, desde luego, tampoco el último. Después llegó su etapa en la colección del cuarteto fantástico y luego su paso a la franquicia de los Vengadores, que culminó en las populares Secret Wars de 2015. Mis frustraciones siguieron creciendo, especialmente cuando Hickman decidía utilizar a Thanos (lo hizo, por ejemplo, para colocarlo como el gran villano del evento que se tituló Infinito). Cada vez que recurría al Titán Loco quedaba patente que el guionista no conocía demasiado bien el trabajo fundacional de Jim Starlin, padre del personaje y responsable de establecer sus líneas maestras. Pero las propuestas de Hickman resultaban tan chocantes, tan atractivas, que de nuevo se le podía pasar el no haberse empapado de la historia previa del Universo Marvel. No obstante, la llegada de la era krakoana de la Patrulla-X, que comenzó con las miniseries gemelas Dinastía de X y Potencias de X, supuso el abrupto fin de mi idilio con las propuestas hickmanianas: aunque reconocí la audacia y el valor de sus ideas, estaba claro que sus planteamientos no sólo ignoraban el longevo legado de la franquicia mutante y las casi sagradas aportaciones de Chris Claremont, sino que llegaban a pervertirlos, a violentarlos. Estaba claro que aquellos no eran los Hombres y Mujeres-X con los que me había criado y a los que había seguido con devoción durante décadas… y eso me hizo ver el trabajo de Hickman con otros ojos.

Como muchos otros autores actuales, el bueno de Jonathan considera el Universo Marvel como una caja de juguetes que puede usar a su antojo, haciendo y deshaciendo según convenga a los intereses de su historia del momento. Dicho en otras palabras, antepone su propia historia a los personajes que utiliza. Las historias de Hickman suelen estar inspiradas en la ciencia ficción más dura, de ahí que contengan ideas rompedoras, originales y desafiantes; que aún resultan mucho más rompedoras, originales y desafiantes cuando se comparan con las ideas frecuentemente conservadoras y demasiado alérgicas al cambio que suelen definir el mercado del cómic de superhéroes americano. El problema es que, para materializar todas estas ideas tan atractivas, al guionista no le importa ignorar de forma selectiva las historias previas que ha publicado la editorial con esos personajes. Hickman sólo toma del pasado aquellos elementos que convienen a su propuesta. Lo demás queda relegado al olvido o se retuerce de tal manera que se aleja por completo del concepto original. Eso para mí supone un gran problema, desde luego. Por encima de todo, me parece una falta de respeto a todos los autores previos que han empleado a esos personajes, han creado historias con ellos y han dado forma al Universo Marvel con su trabajo. Lo mínimo que debería hacer cualquier escritor que decida trabajar para la Casa de las Ideas, en mi modesta opinión, es investigar un poco sobre los personajes que pretende utilizar, empaparse de su pasado y familiarizarse con lo que otros autores hicieron con ellos antes. Por desgracia, vivimos una época en la que los personajes y sus historias ya no tienen valor por sí mismos: son meras franquicias, simples propiedades intelectuales cuyo único valor estriba en que quizá acaben siendo utilizados en alguna futura adaptación audiovisual, que es con lo que realmente pueden obtenerse beneficios. Pero, ay, a mí me importan los personajes, me importan las historias y, sobre todo, me importa el trabajo de todos esos autores que han construido el Universo Marvel década tras década, muchos de ellos malpagados y olvidados por la propia editorial a la que elevaron el olimpo de la cultura popular. Hoy en día, los autores llegan a Marvel para hacerse un nombre y, en cuanto acumulan cierta fama, emigran en busca de otros pastos más verdes. Hickman lo ha hecho en más de una ocasión. De hecho, en la actualidad compagina sus colaboraciones con Marvel con su trabajo como “arquitecto” del proyecto para Substack 3 Worlds/3 Moons.



A Hickman se le da muy bien eso de actuar como “arquitecto”, planteando ideas que luego otros autores podrán ir explorando a su antojo. Ese fue su papel hace unos años, en los inicios de la era krakoana, y también lo está siendo ahora en el relanzado Universo Ultimate. A veces creo que quizá sea mejor como “arquitecto” que como guionista normal y corriente. Sin embargo, pese a haber primado sus novedosos conceptos por encima de cualquier otra cosa, debo reconocer que ha sabido acertar en su caracterización de ciertos personajes del Universo Marvel, en especial con la del Doctor Muerte. Por alguna razón, Hickman tiene una gran facilidad para escribir a personajes tan exageradamente inteligentes que se encuentran alienados del resto de los simples humanos dotados de inteligencias convencionales. Victor Von Muerte entra en esa categoría, al igual que su eterno rival, Reed Richards, y también su hija, Valeria. Lo cierto es que gran parte de lo que ha escrito Hickman para Marvel ha girado alrededor de Muerte. Lo hizo su etapa en los Cuatro Fantásticos, evidentemente, pero también su etapa en los Vengadores y, sobre todo, sus Secret Wars. Diría que las Guerras Secretas de 2015 no fueron más que un extenso ensayo sobre los deseos del Doctor Muerte: un trono rodeado de súbditos, por supuesto, pero también una familia, una esposa e hijos; el rol del héroe, amado y admirado por sus abnegación, pero también respetado y temido por su fuerza; y una cierta paz interior, al saber que ya no necesitaba seguir probando su valía porque el rival que siempre había demostrado llevarle la delantera en todo se había desvanecido por fin. Hickman acertó completamente al mostrar que el deseo más íntimo del Doctor Muerte iba más allá del poder absoluto, pues lo que en el fondo deseaba era vivir la vida de su enemigo, Reed Richards; ser como Reed Richards, pero mejor, demostrando que él siempre tuvo razón en todo y Reed no. Esta idea iba un poco más allá de lo que nos mostraron las añejas Secret Wars originales de 1984, pero era muy fiel a la esencia del personaje tal y como lo han definido infinidad de autores marvelitas. Se le pueden criticar muchas otras cosas, desde luego, pero Hickman resultó ser un excelente guionista en lo que se refiere a escribir al Doctor Muerte. Así pues, cada vez que se acerca al personaje de nuevo cuenta con toda mi atención.

Eso nos lleva al especial sobre el que versa esta reseña, un número único con guiones de Hickman y dibujo de Sanford Greene, autor responsable de la entretenida miniserie dedicada a los Runaways durante las Secret Wars de 2015 (su primer contacto tanto con el Doctor Muerte como con Valeria Richards), en la que colaboró con la guionista Noelle Stevenson, y también de la colección desbordante de personalidad dedicada a Power Man y Puño de Hierro de 2016, que fue escrita por David Walker. En esta ocasión, el padre de la propuesta no es el guionista, sino el dibujante, que, interesado por la relación entre Muerte y su ahijada, propuso a la editorial la elaboración de un especial centrado en Victor Von Muerte en el que Valeria jugaría un papel fundamental. Una vez aprobada la propuesta, Marvel le encargó a Hickman la labor de coescribir el guion. Es complicado, por tanto, determinar cuánto hay de Greene y cuánto de Hickman en el resultado final. Por mi parte, veo muchos elementos propios de Hickman en el número, pero es evidente que se trata de un proyecto pasional nacido de la admiración de Greene hacia el personaje. También es un proyecto para lucimiento del artista, que tiene ocasión de dibujar no sólo a la plana mayor de héroes marvelitas, sino también a buena parte de los héroes alienígenas y del panteón de deidades cósmicas de la editorial.

El estilo desenfadado y caricaturesco de Greene, que a mí me parece muy próximo al grafiti y al arte callejero, no me parecía a priori el más apropiado para una historia sobre seres de poder inmensurable y amenazas universales, pero la expresividad de la que dota a los personajes, incluso a Muerte, que se pasa casi todo el número embutido en su armadura, resulta ser muy apropiada para lo que pretende contar. Esta es una historia sobre el fin del mundo o, más bien, sobre el fin del universo mismo, por lo que tiene que resultar hiperbólica y teatral. Se trata de una tragedia, después de todo, y Greene entiende la tragedia desde un enfoque actual y urbano, muy influenciado por la cultura negra, el hip hop y el anime. Por momentos, el enfrentamiento entre Galactus y Muerte llega a recordar a los combates de Dragon Ball. Y eso, sorprendentemente, funciona a la perfección en el marco de esta historia de resistencia frente a la destrucción universal. El Doctor Muerte de Greene, por cuyas venas corre el suero del supersoldado y la sangre de los Celestiales, se equipa una armadura compuesta de uru y vibranium que está alimentada por el poder de tres cubos cósmicos y se erige así en la última esperanza del cosmos ante el hambre imparable de Galactus, como un Goku trasformado en supersaiyan tratando de detener a Freezer antes de que el planeta Namek explote. Pero, mientras que la pelea del anime acabó con una previsible victoria por parte del héroe, el choque entre Muerte y Galactus queda en el aire gracias a una conclusión mucho más ambigua.



Decía antes que no tengo claro si esta carta de amor hacia Muerte y su infinita resiliencia tiene más de Hickman o de Greene, pero lo que sí puedo decir con seguridad es que resulta muy fiel al personaje. Si algo ha definido a Victor Von Muerte más allá de su gigantesco ego ha sido su convicción: Muerte cree en sí mismo, en sus capacidades y en su valía, por encima de todas las cosas. Eso le ha llevado a realizar increíbles proezas como la conquista de Latveria o el robo de las energías cósmicas del Todopoderoso en una de las escenas más memorables de las primeras Guerras Secretas, pero también le ha mantenido anclado a sus errores pretéritos. Evidentemente, Muerte no pudo errar en los cálculos que acabaron desembocando en aquel accidente que le desfiguró el rostro. Debió ser el malintencionado Reed Richards, claro está, consumido por la envidia del logro que estaba a punto de obtener su rival gracias a esos mismos cálculos. En esta ocasión, esa convicción se pone a prueba en un enfrentamiento contra un rival imposible de derrotar, un Galactus que de forma inexplicable ha cedido al hambre y está a punto de provocar el fin del universo. Dicho enfrentamiento no sólo bebe del anime gracias a Greene, sino también de la épica más clásica, supongo que por influencia de Hickman. La imagen de Muerte luchando contra un Galactus imparable para hallar un final honroso contiene ecos del combate final de Beowulf contra el dragón en busca de lo único que resulta verdaderamente imperecedero: la gloria. Porque, como bien nos contó Hickman no hace tanto, todo muere. Incluso el Doctor Muerte, que se ha enfrentado a deidades cósmicas y ha permanecido impasible, tiene que morir. Todo muere, en efecto. Todo es temporal. Sólo la gloria es eterna. Y la gloria de Muerte radica en que, enfrentado a su destrucción definitiva, sigue negándose a acatar otra voluntad más que la suya propia; sigue aferrado a esa convicción que le lleva a escupirle en la cara al destino y a carcajearse de su propia muerte, porque Muerte siempre perdura. Porque Muerte está por encima de todo esas minucias para hombres menores. El destino es para los débiles: Muerte crea su propio destino.

Puede que el enfoque y el tratamiento de esta historia procedan de Greene, pero en los detalles es donde más evidente me resulta la mano de Hickman. Está en la forma en la que los diálogos plasman esa regia convicción, ese pétreo estoicismo (únicamente roto cuando algo le sucede a Valeria), ese deseo de ascender por encima de todo que define a Muerte. En ese sentido, debo admitir, aunque me escueza un poco, que el guionista ha vuelto a dar en el clavo una vez más al caracterizar a este personaje. El maldito Hickman ha vuelto a ofrecernos una historia memorable del Doctor Muerte. Otra vez. Y no ha necesitado orquestar un complejísimo misterio cósmico para que desembocara en uno de los eventos más grandes y ambiciosos de Marvel, sino que le han bastado las sesenta y cuatro páginas de un número especial que surgió a propuesta de otro autor. Eso me deja sin argumentos. He pasado los últimos años criticando su labor como “arquitecto” de la era krakoana, que he considerado una afrenta a todo lo que la Patrulla-X ha representado a lo largo de los años, y me gustaría poder decir que el trabajo de Hickman ha perdido todo atractivo para mí… pero no es así. No es así en absoluto. El bueno de Jonathan puede ser un guionista excepcional. ¡Cuánto mejor sería si se tomara su tiempo para hacer sus deberes y repasara las historias previas de los personajes antes de empezar a proponer las suyas! No creo que sea mucho pedir: si quieres escribir a Thanos, pégale un repaso a los cómics de Jim Starlin y, si quieres escribir a la Patrulla-X, por lo que más quieras, échale un ojo al inmenso trabajo de Chris Claremont. Ay, si Hickman amara un poco más el Universo Marvel...



Muerte es un especial muy entretenido que se lee en un suspiro, que cuenta con un dibujo potente y una fantástica caracterización de su protagonista. Panini lo ha publicado en una grapa de sesenta y cuatro páginas a un precio de 3,50€, algo caro para lo que debería ser una grapa, pero barato en comparación con otras grapas de esta editorial. Recomiendo su lectura, seas o no fan de Hickman y de sus incursiones previas en el Universo Marvel. Es un cómic accesible, que no requiere de lecturas previas y que ofrece una historia más o menos autoconclusiva con un final abierto que queda a la interpretación del lector. Ahora bien, siendo como es una historia que bien se podría encuadrar como What if…?, no entiendo que Marvel la haya promocionado con tanta insistencia como el lugar en el que buscar las pistas sobre el futuro próximo de su cosmos de ficción. Sabemos que el Doctor Muerte va a ocupar un rol prominente en el Universo Marvel durante 2025, ¿pero qué pistas se pueden encontrar sobre ello en este número?

Hasta donde he podido leer, en el presente del Universo Marvel Galactus no ha enloquecido ni se ha dejado llevar por su hambre y los Cuatro Fantásticos siguen vivitos y coleando. Nada parece indicar que el nuestro universo de ficción favorito se encamine hacia ese aciago destino en el que Muerte se convertirá en su última esperanza de salvación. Así pues, ¿qué nos dice este número sobre el futuro del Universo Marvel? No lo tengo nada claro. ¿Quizá esta versión de Muerte vaya a recuperarse de alguna forma en algún momento? Y, de ser así, ¿en qué contexto se produciría esa reaparición? Ya sabemos algunas cosas sobre lo que nos reserva 2025 con ese escenario titulado One World Under Doom y no sé cómo podría encajar esta versión de Victor Von Muerte en él. ¿Quizá las pistas que oculta este especial sean para mucho más adelante? ¿Quizá para un futuro evento que ponga fin a ese One World Under Doom antes mencionado? Quién sabe. Es más, puede que la promoción por parte de Marvel haya sido una simple exageración y en verdad no haya pista alguna que encontrar en estas páginas. No sería la primera vez que la editorial promociona una de sus publicaciones como algo que no es, desde luego. En cualquier caso, la lectura de Muerte me ha dejado confundido y perplejo, buscando esas posibles conexiones que no he sabido encontrar. Quizá sea necesario volver a leer este especial más adelante, cuando esas posibles conexiones hayan salido a la luz.

Es curioso. Creo que le he dado muchas más vueltas de lo que debería a este número, pese a que en su portada aparece el nombre de un guionista con el que estaba algo desencantado y al hecho de que llegó amparado por un montón de promesas (quizá vacías, como tantas otras) por parte de la editorial. Así pues, no esperaba que me dejara tanta huella, sinceramente. Hoy en día los cómics de superhéroes son tan previsibles que las ocasiones en las que uno de ellos me pilla desprevenido por no saber con seguridad qué es lo que me voy a encontrar en su interior o qué camino está tomando de cara el futuro de su universo son muy, muy escasas. Me alegra comprobar que un tebeo más o menos convencional como este aún tiene la capacidad para sorprenderme.


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