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[Cómic] Reseña de El Castigador, de Jason Aaron, Jesús Saiz y Paul Azaceta: la manifestación de la gran cobardía de Marvel

  Frank Castle, exmarine, perdió a su mujer y a sus dos hijos por las balas perdidas de un tiroteo entre bandas rivales. Desde ese momento se lanzó a una obsesiva cruzada contra el crimen que le llevó a acabar no sólo con los responsables de aquella tragedia sino con miles de vidas de mafiosos, homicidas, traficantes y delincuentes de toda clase. Conocido por amigos y enemigos como el Castigador, Frank ha derramado ríos y ríos de sangre. Equipado con un extenso arsenal y con la voluntad para usarlo, es el asesino de masas más prolífico de la historia del Universo Marvel. Ahora ha sido reclutado por La Mano, una secta ninja que cree que Frank es el legendario Puño de la Bestia, un sumo asesino bendecido con los dones de una siniestra deidad ancestral. A cambio de dirigir a La Mano en su misión de extender la muerte por el mundo, el Castigador podría recuperar aquello cuya pérdida le lanzó a recorrer su sendero de violencia y destrucción: su familia. Obviamente, nadie ve con buenos ojos esta impía alianza. Deidades rivales y antiguos compañeros se alzarán para detener de una vez por todas la matanza que inició Frank Castle muchos años atrás, cuando las balas llovieron sobre el parque aquella fatídica mañana. ¿Logrará alzarse el Puño de la Bestia o será este el final definitivo del Castigador?

Presentada como la culminación de toda la trayectoria del personaje en el Universo Marvel, la maxiserie de doce números escrita por Jason Aaron (Thor, Los Vengadores) y dibujada por Jesús Saiz (La Cosa del Pantano, Doctor Extraño) y Paul Azaceta (Outcast, Punisher Noir) partía de una necesidad ineludible: la de desvincular al personaje del Castigador y a su característico símbolo en forma de calavera de los elementos nocivos de la sociedad estadounidense que se los habían apropiado. Antes de hablar sobre el cómic en cuestión me parece necesario enmarcarlo en su contexto, por desagradable que me resulte, así que voy a dedicar los siguientes párrafos a hacerlo.

El 25 de mayo de 2020, George Floyd, un ciudadano afroamericano, fue asesinado por un oficial de policía de Minneapolis, Minnesota, durante un arresto llevado a cabo con una fuerza excesiva. No era la primera vez que se producía un incidente similar y, de hecho, la policía de Estados Unidos ya estaba bajo el escrutinio público a causa de otras muchas acciones igual de cuestionables que habían resultado en la muerte de otras personas de color. El hartazgo de la población se hizo manifiesto en las protestas multitudinarias llevadas a cabo por movimientos como el Black Lives Matter que se hicieron eco en todo el mundo. No obstante, poco después surgió una contraprotesta desde las filas de la alt-right y el supremacismo blanco que aplaudía el uso de violencia por parte de la policía. Es más, desde dentro de la propia policía surgieron individuos que defendían su autoridad mediante la fuerza de las armas. Todos estos elementos tóxicos empleaban una simbología con claras connotaciones racistas, como una bandera estadounidense en blanco y negro en la que aparecía una única línea azul: la “delgada línea azul” que representaba a la policía como una especie de dique, una última barrera para proteger a la población blanca de la peor amenaza posible, es decir, los negros. Otro de sus símbolos recurrentes era la calavera del Castigador, personaje que venía a representar su visión extrema, violenta y despiadada de la justicia. No eran pocas las empresas que estaban haciendo caja mediante la venta de productos ilegales adornados con estos símbolos durante aquellos momentos. Recuerdo haber visto, por ejemplo, coches policiales con la calavera del Castigador en el techo. El símbolo de Frank Castle incluso pudo verse en la vestimenta de algunos de los asaltantes que entraron violentamente en el Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021 y se me ocurren pocas cosas que pudiesen dañar más la imagen del Castigador que esa.

Poco después de la muerte de George Floyd, el propio cocreador del personaje, Gerry Conway, mostró su rechazo al uso del símbolo de la calavera por parte de la extrema derecha y el supremacismo blanco. Hasta llegó a encabezar una iniciativa para reclamarlo de nuevo y recaudar fondos para el movimiento Black Lives Matter. Pero todo eso lo hizo a título personal. Mientras tanto, Marvel, la poseedora de la propiedad intelectual del personaje de Frank Castle y de los derechos de distribución y explotación de su símbolo, permanecía en silencio. La editorial tardaría un tiempo considerable en reaccionar y en comunicar al público que iba a hacer todo lo posible por eliminar la dichosa calavera de todos esos productos ilegales... si es que era posible tal cosa. Lo que sí hizo con rapidez fue eliminar al Castigador del panorama general del Universo Marvel durante una temporada. El personaje estuvo un tiempo perdido en el limbo editorial, a la espera de que se decidiese qué hacer con él.

Pues bien, el momento llegó en diciembre de 2021, cuando se anunció una maxiserie de lo que en principio iban a ser trece números (pero luego se quedaron en doce por motivos nunca aclarados del todo) que se presentó como el “capítulo definitivo de Frank Castle”. La nota de prensa decía que iba a ser “la culminación definitiva del viaje de Frank Castle en el Universo Marvel hasta la fecha, construida desde su pasado para revelar su inescapable futuro”. Esas palabras parecían indicar que la editorial al fin estaba decidida a tomar cartas en el asunto y a hacer algo realmente osado con el Castigador. Quizá incluso someterle a juicio por las innumerables muertes que había provocado. El proyecto contaría con los guiones de Jason Aaron, que ya había escrito al personaje en su versión de la línea MAX, los dibujos de Jesús Saiz para las secuencias situadas en el presente y los dibujos de Paul Azaceta para los flashbacks ambientados en su pasado. El colorista Dave Stewart (Hellboy, Daredevil) completaba el sólido equipo creativo.

Era la ocasión perfecta para lanzar un mensaje contundente, para que la editorial abordase algunos de los problemas más complejos a los que se enfrenta Estados Unidos en la actualidad. Era el momento de hablar sobre la violencia racial, sobre la tendencia a romantizar el vigilantismo, sobre la presencia de armas de fuego en la sociedad, sobre el auge de la extrema derecha y sobre cómo usa la cultura popular para acercar sus consignas a la población. Marvel siempre ha tenido cierta fama de progresista, al menos desde aquella vez que Stan Lee, Gil Kane y John Romita Sr. se saltaron el Comics Code para publicar su célebre “trilogía de las drogas” en las páginas de la colección de Spiderman. Por desgracia, hoy en día su postura progresista obedece más a los intereses del marketing que a un deseo real de provocar a los lectores e incentivar cambios sociales. El “capítulo definitivo de Frank Castle” tenía que haber abordado muchos temas, pero apenas pasa por encima de algunos de ellos. Otros los ignora por completo, probablemente de forma intencional, para ahorrarse problemas y no entrar en asuntos demasiado espinosos. Es una serie poco comprometida, que no se atreve a hacer lo que era necesario y desmitificar de una vez por todas al Castigador para que aquellos que se habían apropiado su símbolo dejen de encontrarlo atractivo. El Castigador de Jason Aaron, Jesús Saiz y Paul Azaceta es un simple producto comercial que, amparado en la polémica que le rodeó, apunta en muchas direcciones interesantes pero al final no cuenta nada que no hayan contado otros muchos tebeos antes. Su objetivo no es remover conciencias ni promover el cambio. Es, en definitiva, una serie cobarde; una de las series más cobardes que recuerdo.

Creo que no me daría tanta rabia si fuese un mal cómic. Un tebeo cobarde y poco comprometido con un envoltorio mediocre me habría pasado desapercibido entre las decenas de lanzamientos que llegan cada mes, pero ese no es el caso en esta ocasión. El Castigador de Jasón Aaron, Jesús Saiz y Paul Azaceta es un cómic más que decente, bien escrito, dibujado de forma ejemplar y colorodeado maravillosamente. Es un buen tebeo cuyo único problema es su incapacidad para comprometerse ideológicamente y ofrecer la imagen del Castigador que el momento presente necesitaba que se mostrase.

Por un lado, a través de los muchos flashbacks que nos cuentan su infancia y juventud, la maxiserie insinúa que Frank Castle podría haber sido un niño con algún tipo de trastorno antisocial... pero no tiene el valor necesario para confirmarlo. Por otro lado, insinúa que su experiencia en el ejército y, muy especialmente, en la guerra pudo haberle generado un trastorno de estrés postraumático... pero tampoco tiene el valor necesario para confirmarlo. Y lo que es aún más extraño: la maxiserie llega a insinuar que detrás de las tendencias violentas de Frank Castle siempre ha existido una oscura fuerza sobrenatural, la presencia de la Bestia a la que adoran los seguidores de La Mano... algo que tampoco se atreve a asegurar de forma canónica. Cualquiera de esas explicaciones podría haber servido para matizar las acciones del Castigador a lo largo de su trayectoria, afirmando que su guerra contra el crimen era producto de un trastorno mental originado en su infancia o de un trastorno de estrés postraumático que le lleva a revivir sus días como marine en la guerra. Incluso la explicación sobrenatural habría servido para presentarlo como una marioneta de una siniestra deidad primigenia en lugar de como un psicópata en guerra contra el mundo.

Creo que cualquiera de las explicaciones anteriores, hasta la cuestionable influencia demoníaca, alejaría al Castigador de la romántica figura del vigilante que está repartiendo justicia entre los que escapan al alcance de las autoridades. Me parece más apropiado asumir que Frank Castle es un enfermo mental de gatillo fácil al que la muerte de su familia sirvió como excusa para ceder a sus impulsos violentos que un justiciero trágico que actúa en nombre de su esposa e hijos asesinados. Batman podría ser un justiciero trágico de ese tipo, pues Batman es consciente de lo que supone la pérdida de una vida y por eso mismo se niega a matar. El Castigador, en cambio, es la personificación del desencanto con la justicia ordinaria y la persecución de una justicia mucho más antigua y que algunos consideran infalible, la del “ojo por ojo”. No obstante, el cómic es muy consciente de que lo que hace no tiene nada que ver con la memoria de su familia. En determinado momento, cierto personaje le dice a Frank Castle que si quería honrar la memoria de su familia debería haber donado dinero a la caridad en su nombre, no haber iniciado una interminable serie de asesinatos de criminales. La lástima es que el cómic no vaya más allá, que no tenga la valentía necesaria para afirmar que el Castigador es un asesino de la misma calaña que aquellos a los que lleva años ajusticiando. Jasón Aaron, Jesús Saiz y Paul Azaceta siguen cayendo en el error de romantizar a Frank Castle, convirtiéndolo primero en un niño superado por la violencia de su entorno, luego en un soldado superado por la violencia de la guerra y, finalmente, en un justiciero superado por las promesas de unos ninjas místicos que parecen dispuestos a llevar su cruzada personal hasta sus últimas consecuencias.

Me parece odioso que los autores presenten al Castigador como una víctima de las circunstancias. Innumerables personas se han encontrado en sus mismas circunstancias o incluso en circunstancias peores y no han elegido desatar una violencia sin igual sobre el mundo. La realidad es que las tragedias así rara vez crean asesinos. Las raíces de la cruzada de Frank Castle, por tanto, habría que buscarlas en otra parte. ¿Un trastorno antisocial arrastrado desde su infancia quizá? ¿Puede que un trastorno de estrés postraumático a causa de su participación en la guerra? ¿O tal vez la esotérica influencia sobrenatural? La verdad es que, personalmente, ninguna de esas explicaciones me satisface. La mayor cobardía de este tebeo consiste en evitar por completo cualquier mención referida al mayor problema de todos, la gran causa que se oculta detrás del origen de la mayoría de los asesinos y una de las realidades más tristes de Estados Unidos: la omnipresencia de las armas de fuego.

Todos conocemos el poder que tiene la industria de las armas de fuego en Estados Unidos y las consecuencias que eso genera en su sociedad. No ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hemos tenido noticias de una masacre llevada a cabo en un colegio y no pasará mucho tiempo hasta que volvamos a tener noticias similares. Sin embargo, gran parte de la cultura popular sigue abrazando las armas de fuego. El Castigador es uno de los mayores ejemplos de ello, pues se trata de un personaje cuyo atractivo reside en las armas de fuego. Para una parte de la sociedad estadounidense, la calavera del Castigador simboliza la capacidad de disponer de un arma de fuego y de usarla a voluntad cuando se considere “justo”. La “justicia” del Castigador es entonces la justicia de las armas, la misma que reclaman los policías que no tienen problema en tirorear a un adolescente negro que trataba de escapar en la oscuridad o en asfixiar hasta la muerte a un detenido, también de color, que estaba indefenso. La justicia de las armas no es más que una pobre justificación para el odio y para la violencia más primaria.

Lo que quizá incluso a los lectores más fieles del Castigador les cuesta entender es que el crimen no mató a la esposa y los hijos de Frank Castle aquella fatídica mañana en el parque. No fueron las mafias ni las bandas. Fueron las balas. Fueron las armas de fuego. ¿Y qué hizo Frank Castle al respecto? Utilizar esas mismas armas y provocar una interminable lluvia de balas sobre el Universo Marvel. La mayor cobardía de El Castigador de Jasón Aaron, Jesús Saiz y Paul Azaceta es que no pone sobre la mesa esta discordancia… ¡pese a estar muy cerca de hacerlo! El principal antagonista de esta historia no es otro que Ares, Dios de la Guerra y antiguo integrante de los Vengadores Oscuros, que actúa como traficante de armas. Apoyado por una secta de Apóstoles de la Guerra, Ares distribuye armas entre los criminales de todo el mundo para extender el conflicto y la violencia. Pero no son armas de fuego, no, sino armas de ciencia ficción como cañones de rayos gamma y granadas de partículas Pym. Hubiese sido demasiado polémico mostrar al caricaturesco villano de este cómic vendiendo armas de fuego, como hacen los villanos del mundo real que se enriquecen mientras los niños mueren tiroteados en sus propios colegios.

Hay un momento en el que el cómic está insultantemente cerca de entender lo problemático que es el mensaje que está transmitiendo, pero sin llegar a hacerlo. Durante el primer enfrentamiento entre Ares y el Castigador, ahora convertido en una suerte de ninja que ha abandonado las pistolas en favor de las katanas y los puñales, el Dios de la Guerra resulta ser muy superior y le da una tremenda paliza a Frank Castle. Derrotado y con su puñal místico roto, el Castigador se arrastra por el suelo y alarga el brazo para agarrar un arma de fuego caída durante la refriega. Ese momento coincide con un flashback en el que se muestran las consecuencias del tiroteo en el parque, cuando Frank Castle se arrastraba por el suelo, extendiendo el brazo hacia el cuerpo ensangrentado y cosido a balazos de su esposa. ¡Pero aún así el propio cómic parece ignorar la conexión entre ambos momentos! ¡Es indignante! Poco después, el Castigador decide que para ganar el combate debe dejar a un lado los métodos de La Mano y recuperar los suyos propios, por lo que funde los fragmentos del puñal roto para crear así un juego de balas místicas. En un irónico giro de los acontecimientos que prefiero no especificar para no desvelar demasiados detalles sobre el argumento, esas mismas balas se vuelven en contra del propio Castigador más adelante. ¡Y aún así el personaje sigue sin darse cuenta de que las armas de fuego son el principal problema! Las armas son el caldo de cultivo en el que se hacen los asesinos y lo único que puede esperar la persona que persigue la justicia de las armas es acabar lleno de plomo más pronto que tarde. Ojalá este cómic hubiese tenido la valentía suficiente para grabar este mensaje a fuego en sus páginas. Ese es el mensaje que hay que transmitir a todos esos que lucían pegatinas con la calavera, creo yo, pero Marvel no se atrevió.

Los motivos de la editorial están bastante claros y son los esperables. El Castigador es una propiedad intelectual que puede ser explotada y eso significa dinero. Aunque ahora no sea el mejor momento para que protagonice una colección, ya habrá otras oportunidades más adelante. El personaje también sigue siendo candidato a ser explotado en el cine y la televisión, por supuesto, si no ahora en el futuro próximo. Y el merchandising va a seguir existiendo, claro. Aunque durante un tiempo no veamos muchas calaveras, seguirá habiendo figuras de acción oficiales y licenciadas por Marvel. La principal función del “capítulo definitivo de Frank Castle” ha sido ganar tiempo hasta que las aguas vuelvan a calmarse… y desviar la atención del público mediante el burdo truco de cambiar la clásica calavera del Castigador por un cráneo de demonio ninja.

En efecto, uno de los motivos por los que esta serie ha dado tanto que hablar fue el cambio del símbolo de la calavera. Quedarse en ese pequeño detalle y orquestar cualquier crítica en torno al símbolo me parece reduccionista, teniendo en cuenta que la propuesta de Marvel tiene problemas mayores, pero sobre todo me parece ignorante. El personaje volverá en algún momento y volverá a lucir su símbolo de siempre porque así es como funciona la industria del cómic mainstream: todo acaba volviendo siempre. Los héroes y villanos de Marvel van y vienen, cambian de forma y luego vuelven a ser los mismos. Y cuanto más icónico sea un personaje, menos probable es que los cambios efectuados en él se mantengan durante mucho tiempo. Nos guste más o menos, el Castigador es un personaje icónico y eso significa que acabará regresando a sus raíces cuando la editorial considere que ha llegado el momento. Mientras tanto, esta maxiserie ha servido para desviar la atención y para ganar tiempo. Mientras Frank Castle pasa algún tiempo más en el limbo, se lanzarán otros proyectos para seguir desviando la atención y seguir ganando tiempo. Ya conocemos el primero, de hecho, que tiene como protagonista a un personaje distinto que reclamará el rol del Castigador: un tal Joe Garrison, antiguo agente de operaciones encubiertas de S.H.I.E.L.D. Lo poco que se ha mostrado hasta el momento de su colección me hace pensar que recurrirá más a las armas de ciencia ficción que a las armas de fuego, por lo que seguirá sin posicionarse respecto a ese debate. Y, así, Marvel seguirá desviando la atención y ganando tiempo hasta que se anuncie el siguiente “capítulo definitivo de Frank Castle”, su “vuelta a los orígenes” o como quieran llamarlo.

Supongo que pedir que Marvel se posicione ideológicamente en una cuestión que levanta tantas ampollas en Estados Unidos como las armas de fuego sería demasiado, pero insisto una vez más en que todo esto no me enfadaría tanto si la maxiserie de Jason Aaron, Jesús Saiz y Paul Azaceta no se quedase tan, pero tan cerca de hablar de los temas de los que verdaderamente tendría que hablar. Si esto hubiera sido otra de esas historias en las que un héroe cae en desgracia y es tentado durante un tiempo por unos perversos ninjas para hacer maldades no me habría molestado tanto. Ese fue el caso de Lobezno en Enemigo del Estado o de Daredevil en Tierra de sombras, aventurillas olvidables e intrascendentes al fin y al cabo. Pero esta pretendía ser algo más que eso. Mucho más.

No me considero un gran fan del Castigador. Ni he leído mucho sobre él ni me interesa demasiado su cronología, pero sé reconocer un cómic que ha sido elaborado con un cuidado especial o un mimo fuera de lo común. La mayoría de los cómics mainstream se elaboran de forma rutinaria y se consumen de forma rutinaria, pero de vez en cuando surgen proyectos que destacan y estoy convencido de que este es uno de ellos. Jason Aaron, un guionista que ha sido muy criticado por su reciente etapa en la colección de los Vengadores, despliega aquí algunos de sus mejores recursos. La forma en la que conoce a los personajes y las dinámicas que se han establecido entre ellos con los años se hace evidente en varias escenas, pero sobre todo al final, cuando un equipo de héroes se enfrenta a Frank Castle con el objetivo de solucionar el problema del Castigador de una vez por todas. Es entonces cuando vemos que la forma que tiene el Capitán América de aproximarse a Frank Castle consiste en aludir al rango y a su formación militar o que el único de estos héroes (todos ellos, por cierto, de pasado moralmente cuestionable y con unos cuantos esqueletos en el armario) que entiende en realidad al exmarine es el Caballero Luna, una persona con esquizofrenia que en ocasiones pierde el asidero con la realidad.

De igual forma, el arte que despliega Jesús Saiz a lo largo de la maxiserie está a la altura de sus mejores trabajos. Quizá incluso sea su mejor trabajo hasta la fecha. Llevo tiempo siguiendo a este dibujante, casi desde que debutó en el mercado americano y empezó a destacar por su trabajo en colecciones como Manhunter, El Proyecto OMAC o Jaque Mate (serie a la que guardo gran aprecio, como puede comprobarse en esta entrada). En todo ese tiempo no recuerdo haberle visto unas páginas tan contundentes, tan detalladas y tan bien narradas. Su estilo se ha refinado, sus personajes se han vuelto menos estáticos y su capacidad expresiva se ha disparado. Esta historia está repleta de escenas en las que priman las emociones contenidas y Saiz brilla tanto en ellas como en las escenas en las que plasma desmesuradas batallas campales. Además, el dibujante elegido para realizar las escenas situadas en el pasado, Paul Azaceta, ofrece un estilo distinto que se complementa muy bien con el Saiz y esto crea un curioso juego de contrastes. Saiz es detallista y contundente, próximo a lo que podríamos llamar realismo, mientras que Azaceta tiene un trazo libre, fluido y abstracto, todas ellas propiedades muy apropiadas para mostrar flashbacks situados en el pasado y que, por tanto, son reconstrucciones subjetivas realizadas por la memoria de alguien. El resultado de combinar a ambos artistas es un tebeo visualmente muy atractivo. 

Y no son esas las únicas virtudes de la maxiserie. También me parece muy destacable el tratamiento de Ares, presentado como un hombre de negocios que viste un casco espartano (una simbología también muy apreciada por la extrema derecha). Ares llega a reclamar el viejo símbolo de la calavera del Castigador, a quien considera que ha sido desviado de su camino por parte de los ninjas de La Mano, y lo luce sobre su pecho cuando lucha contra él. El Dios de la Guerra cree que Frank Castle es el primero y mejor de sus apóstoles, aunque él mismo no se haya dado cuenta. Esto viene a decir que las acciones del Castigador nunca han servido para crear un mundo mejor sino que sólo han extendido la guerra y aumentado el número de víctimas. Es lo más cerca que está la maxiserie de posicionarse acerca del problema que supone la existencia del personaje, aunque lo hace a través de un villano y de pasada.

Otro aspecto que me parece digno de aplauso es lo que hace esta colección con Maria Castle, la fallecida esposa de Frank. Estando implicada La Mano, famosa por su capacidad para revivir a los muertos (fueron ellos los responsables de la resurrección de Elektra tras su muerte a manos de Bullseye, por ejemplo), era obvio que el Castigador iba a ser tentado con la posibilidad de resucitar a su familia. De nuevo prefiero no entrar en detalle para no desvelar más de la cuenta sobre el argumento, pero los autores hacen un trabajo muy destacable empoderando a Maria, que hasta ahora no había sido más que una nota al pie en la historia de su marido. Maria incluso se podría considerar una mujer en el frigorífico, un personaje femenino cuya única función consistía en convertirse en la víctima que motivaría a su esposo para iniciar su carrera como justiciero. Era un personaje vacío, sin voz y olvidado. Pero aquí los autores lo traen de vuelta y le dan una voz propia. Y, más importante aún, permiten que use esa voz para opinar acerca de las acciones del Castigador; acciones llevadas a cabo en su nombre y en el de sus hijos, no lo olvidemos.

La maxiserie de Jason Aaron, Jesús Saiz y Paul Azaceta está tan cerca de ser algo especial, atrevido y valiente… pero tan, tan cerca… y, sin embargo, no se atreve a serlo. No culpo a los autores, que como digo hacen un trabajo notable, sino a los editores y a la propia editorial por esta estúpida equidistancia, este miedo a ofrecer un mensaje que resulte relevante más allá de las páginas del tebeo y nos transmita algo sobre el mundo real. Como hemos visto, el mundo tiene muchas cosas que decir sobre el Castigador y sobre lo que simboliza. Por desgracia, Marvel ha demostrado que no tiene nada que decirle al mundo sobre Frank Castle. Esta maxiserie es un espectáculo fantástico y muy disfrutable, pero es un espectáculo vacío y carente de auténtico significado. Y eso me pone furioso.

Para más inri, el precio de las grapas de Panini hace que me resulte aún más difícil recomendar esta colección. Doce números de 32 páginas a 3,80€ el número me parece un precio disparatado, muy en la línea de lo absurda que se ha vuelto la política de precios de Panini en lo que a las grapas se refiere. Y habría que añadir los tres números complementarios de El diario de guerra del Castigador, titulados Blitz, Hermano y Base, situados durante esta breve etapa de Frank Castle como Puño de la Bestia. Si bien las historias paralelas que narran no son esenciales para el arco argumental, sí que ahondan un poco más en la psique del Castigador y ofrecen interesantes conexiones con su pasado. Recuperan por ejemplo a William Russo, alias Puzzle, uno de sus viejos enemigos. La maxiserie en sí no se adentra demasiado en la trayectoria del personaje, quizá para resultar así más accesible a los lectores que no lo conocen demasiado, así que estos especiales están más enfocados a sus lectores habituales. Suponen por tanto un gasto añadido para los que quieran tener la imagen completa de lo que ha hecho la editorial con el Castigador en este proyecto. En total, casi 60€ para comprar completa una historia que seguramente cuente con una edición en tomo considerablemente más barata dentro de un tiempo. Terrible, verdaderamente terrible.

¿Pero qué otra cosa se podía esperar de Panini? ¿Qué otra cosa se podía esperar de Marvel? Nada de esto me sorprende a estas alturas. Ni los precios desorbitados (podrían haber sido peores: ¡Panini publica grapas aún más caras!) ni la falta de compromiso de Marvel me sorprenden. Este es el mundo del cómic que tenemos hoy en día, en el que lo más triste no es que los tebeos se hayan convertido en un objeto de lujo fuera del alcance de los lectores más humildes, sino que las editoriales no tienen ningún mensaje que transmitir. Sólo se dedican a mantener con vida sus franquicias mientras estas esperan su oportunidad para llegar al cine o la televisión, que es donde está el auténtico negocio. No hay un compromiso genuino. Todo es marketing. Todo es imagen de marca. Esta maxiserie es lo más cerca que he visto a Marvel de posicionarse ideológicamente en bastante tiempo y aún así no llega a adoptar ninguna postura firme en absoluto. ¿Cómo esperan que la gente quiera comprar sus tebeos a unos precios cada vez más altos si no ofrecen algo comprometido, algo auténtico, algo que te haga ver el mundo con otros ojos?

Frank Castle volverá en algún momento. Pronto algún editor pensará que las polémicas ya se han quedado atrás y encargará a algún guionista que escriba una propuesta para traerlo de vuelta. Se pondrá alguna excusa facilona para decir que ha estado redimiéndose de sus malas acciones (como ya apunta Jason Aaron en el epílogo de esta maxiserie) o se ignorará todo este asunto de La Mano como si nunca hubiera existido (como hacen los lectores de Daredevil cuando alguien menciona Tierra de sombras), pero Frank Castle volverá de su exilio. Y volverá a tener colección propia. ¿Será el mundo diferente entonces? ¿Será Marvel diferente? Siento decir que lo dudo. El Castigador seguirá siendo un personaje problemático cuya simbología atraerá a gente problemática y Marvel seguirá siendo una empresa más preocupada por aparentar ser progresista que por ser realmente progresista. Y nada cambiará hasta que no aparezca alguien, autor o editor, con la valentía necesaria para cambiarlo.

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