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[Series] Crítica de Everything's Gonna Be Okay, de Josh Thomas: destellos de brillantez

  Nicholas es un joven entomólogo australiano que se ha trasladado a California por petición de su padre, que está enfermo de cáncer. Hace tiempo que su padre se separó de su madre y se mudó a Estados Unidos, donde se casó con otra mujer y tuvo dos hijas: Matilda y Genevieve. Por desgracia, las niñas perdieron a su madre algunos años atrás y ahora su padre no está dispuesto a permitir que se queden solas cuando él muera. Por eso pretende que Nicholas se convierta en su tutor y viva con ellas de ahora en adelante. De esta forma, y aunque es poco más que un veinteañero, Nicholas dejará atrás su vida anterior y asumirá la responsabilidad de cuidar a sus hermanastras. Junto a ellas y a su novio, Alex, formará una familia muy poco convencional. Así empieza Everything's Gonna Be Okay, una comedia creada por el cómico Josh Thomas, que también interpreta a Nicholas, conocido por la serie australiana Please Like Me (de la que ya hablé con anterioridad en este blog).

Please Like Me no tardó mucho en alcanzar el estatus de serie de culto, por lo que las expectativas estaban muy altas cuando Josh Thomas dio el salto a la televisión norteamericana con Everything's Gonna Be Okay. Por eso me parece importante aclarar que no nos encontramos ante una especie de secuela espiritual. En realidad, pese a que ambas producciones tienen ciertos puntos en común, se dirigen a un público muy distinto. Please Like Me es una serie para veinteañeros que ya se van acercando a la treintena y habla sobre cómo la muerte de nuestros seres queridos es uno de los ritos de paso hacia la madurez. En cambio, Everyting's Gonna Be Okay es una serie orientaba más bien hacia quinceañeros en la que la muerte del padre de los protagonistas se despacha con rapidez en el episodio piloto para dejar espacio a unas tramas adolescentes bastante convencionales. Eso no quiere decir que evite abordar cuestiones de mayor profundidad, como comentaré más adelante, pero sin duda acerca más a la serie a las típicas comedias de situación para adolescentes que al enfoque indie y alternativo que tan bien funcionó en Please Like Me.

Algunos aspectos de Everything's Gonna Be Okay parecen pensados para emular a Please Like Me, pero creo que no acaban de funcionar del todo bien. Por ejemplo, los episodios de la serie australiana estaban titulados con el nombre de una comida o una bebida que aparecía en ese mismo capítulo. Esto era así porque los personajes vivían parte de su vida en torno a la comida y la bebida, reuniéndose alrededor de una mesa durante una comida o saliendo a cenar a un restaurante. La trama se urdía a partir de esos momentos en los que los personajes hablaban y se relacionaban entre ellos; momentos que nos resultarán familiares porque no se diferencian mucho de los que vivimos los espectadores en nuestras vidas cotidianas. En cambio, y aprovechando la circunstancia de que Nicholas es entomólogo, Everything's Gonna Be Okay opta por titular sus episodios con el nombre común de un insecto o un arácnido, que luego aparece durante un par de segundos durante dicho capítulo. Hay muchos momentos en los que los actores y actrices entran en escena con una tarántula en la mano o con una mantis religiosa paseándose por su cabeza; momentos que se perciben artificiales y fuera de lugar, demasiado alejados de la rutina diaria de la gente. Aunque Nicholas sea entomólogo y tenga una enorme colección de insectos en casa, me parece muy raro que vaya invitando a todas las personas que pasan por allí a conocer a sus bichitos. Por tanto, pronto resulta evidente que este aspecto es en realidad un truco que busca diferenciar la serie de otras producciones similares.

Lo cierto es que el hecho de que Nicholas sea entomólogo es poco más que un gimmick. Ese aspecto apenas resulta relevante para el personaje, pese a que se supone que abandonó un proyecto de investigación que estaba realizando en Australia para cuidar a sus hermanastras. Lo único que evidencia que Nicholas es entomólogo es su colección de bichos, a los que aparece alimentando en un par de ocasiones a lo largo de la serie. Hay otro momento en el que se pone la camiseta de un congreso de entomología mientras pasea por el campo con sus hermanastras, pero más allá de eso la entomología no parece desempeñar un gran papel en su vida. Hay otros aspectos que definen mucho más a Nicholas, como el hecho de ser gay, de tener un trastorno por déficit de atención y, como también comentaré más adelante, de haber sido diagnosticado con un trastorno del espectro autista. En definitiva, lo de los insectos es un detalle que queda muy bonito en las imágenes promocionales y en los tráilers, pero que no aporta mucho al conjunto. Sólo se me ocurre un momento determinado de la serie en el que las imágenes de los insectos (en concreto, las mariposas monarca) se usan con una intención simbólica y no tengo claro de hasta qué punto eso es intencional o un producto de mi propia interpretación.

No me cuesta admitir que llegué a Everyting’s Gonna Be Okay porque quería ver más de Josh Thomas tras acabar Please Like Me, pero en esta serie su personaje no es el protagonista. Nicholas actúa como un personaje secundario, incluso como un alivio cómico; es la extravagante, excéntrica e histriónica figura paterna en la vida de las dos adolescentes a las que cuida. Siempre está de fondo, pero no es la estrella de la función. Las auténticas protagonistas son Matilda y Genevieve. La primera es la hermana mayor, una chica de dieciocho años con un trastorno del espectro autista interpretada por Kayla Cromer, una actriz con autismo. Matilda se debate entre su deseo de independencia y sus dificultades para adaptarse a las exigencias de una vida fuera de su entorno cercano, adaptado a las necesidades de una persona neurodivergente. También está ansiosa por explorar su sexualidad, una circunstancia que le genera más ansiedad a su familia que a ella misma. En cuanto a Genevieve, la hermana más joven es quizá el personaje con menos desarrollo de la serie. Cargada de la típica angustia adolescente y de la confusión que experimentan todos los quinceañeros, Genevieve es una niña cuando se compara con sus compañeras de instituto. En cambio, en lo que respecta a su familia despliega una madurez inusitada y suele ser la voz de la razón ante los problemas; más que Nicholas, incluso. Ese es el motivo por el que el personaje interpretado por Maeve Press funciona mejor en relación a sus hermanos que en sus propias tramas. Ni sus intereses románticos ni su faceta creativa parecen llegar muy lejos, pues siempre son eclipsados por lo que le sucede a sus hermanos. Sus tramas románticas me parecen especialmente poco interesantes, así que al personaje no le habría venido mal la oportunidad de explorar otras facetas fuera del rol que ejerce en su peculiar familia.

Al final quien acaba acaparando la atención del espectador es Matilda, un personaje muy bien escrito y aún mejor interpretado. Son muchas las series que recurren a personajes con autismo, pero muy pocas las que entienden de verdad lo que supone ser una persona neurodivergente. La mayoría de estas producciones buscan de forma intencional los aspectos más llamativos o dramáticos del espectro autista, sin preocuparse por ofrecer una imagen cercana a la realidad. Por tanto, la imagen del autismo que muestra la cultura popular suele estar distorsionada y, en lugar de ayudar a visibilizar a las personas neurodivergentes, resulta nociva y perjudicial. Por suerte, Everything’s Gonna Be Okay entiende el autismo mejor que ninguna otra serie que haya visto y, lo que es más importante, entiende lo que supone convivir con una persona neurodivergente. También entiende que no hay nadie mejor equipado para mostrar la realidad del autismo que una persona con autismo. Kayla Cromer, la actriz que da vida a Matilda, está diagnosticada de discalculia, dislexia, trastorno por déficit de atención y trastorno del espectro autista, como ella misma compartió en una entrevista. Es la primera vez que veo a una actriz con autismo interpretar a un personaje autista en televisión y eso me parece tan destacable como positivo.

No obstante, tengo la impresión de que durante los primeros episodios los guionistas no tenían muy claro qué hacer con el personaje de Matilda. La primera trama en la que está involucrada tiene que ver con el hecho de haberse encaprichado del guaperas del instituto, un romance que por supuesto no es recíproco. Estos primeros capítulos me resultan muy manidos y convencionales, con unos argumentos que saben a refrito en los que sólo de vez en cuando aparece algún breve destello de genialidad. La serie no acaba de encontrar su camino hasta más o menos el final de la primera temporada, con los episodios en los que el viaje de exploración de Matilda lleva al personaje a iniciar un romance con una compañera llamada Drea que también tiene autismo. Interpretada de una forma encantadora por Lillian Carrier, una actriz neurodivergente, el personaje de Drea va ganando cada vez más importancia y acaba volviéndose una parte fundamental de la vida de Matilda, aunque quizá no de la forma más esperable. A partir de los sucesos del final de la primera temporada y durante toda la segunda, Everything’s Gonna Be Okay habla sobre asumir la propia sexualidad y sobre aprender a manejar una relación abierta en la que ambas partes tienen una consideración distinta acerca del sexo. Me parece de especial interés señalar que Drea acaba desvelándose como asexual y que la visión que ofrece la serie sobre el espectro ace me parece digna de aplauso.

No creo que sea casualidad que algunos de los capítulos en los que se producen esos puntos de giro que cambian por completo la dinámica entre los personajes, como el episodio de las mariposas monarca en el que florece la relación entre Matilda y Drea, acrediten al propio Josh Thomas como guionista. También algunos de mis capítulos favoritos de Please Like Me estaban escritos por él. Había algo de autobiografía en aquella serie australiana, aunque era difícil saber qué estaba inspirado en la vida de Thomas y qué era pura ficción. En Everything’s Gonna Be Okay también podemos encontrar algo de eso, aunque hay que esperar hasta la segunda temporada para verlo. Al igual que Nicholas, el actor que lo interpreta es australiano, gay y un tanto neurótico. También sufre un trastorno por déficit de atención y, no mucho antes de iniciar el rodaje de la serie, se le diagnosticó un trastorno del espectro autista. Esa experiencia se traslada luego a la ficción de una manera sorprendentemente natural y cercana. Puede que sea la trama que más me ha gustado y veo en ella la hábil mano del cómico australiano.

Desde el primer capítulo, Nicholas y su novio Alex están presentes, ejerciendo algo así como el rol de unos padres diferentes y graciosos. Pero, poco a poco, entre los momentos cómicos van surgiendo pequeños roces entre ellos que van creciendo y transmitiendo la sensación de que algo no acaba de funcionar bien en su relación. Nicholas nunca parece tomarse nada en serio y sus bromas no siempre son bien recibidas por parte de Alex. Llegados a determinado punto, la relación entre ellos se mantiene por pura inercia. En ese sentido, y de nuevo no sé hasta qué punto esto es intencionado por parte de los guionistas, su relación se parece a la de la mayoría de los padres que conozco, cuyo amor se quemó mucho tiempo atrás y que sólo siguen juntos por sus hijos y por esa inercia que han acumulado tras tantos años de convivencia. Hacia el final de la segunda temporada, y sin querer desvelar demasiado sobre la trama, diré que Alex acepta que no puede cambiar a Nicholas y que lo que siente hacia él no es correspondido de la misma forma. La comunicación entre ellos no funciona bien y eso ha sido el golpe de gracia para su relación. Cuando la pareja se rompe, Nicholas se ve obligado a afrontar algunas cuestiones sobre sí mismo que nunca se había planteado y eso le acaba llevando a ser diagnosticado con un trastorno del espectro autista. A su vez, el diagnóstico lleva al espectador a reinterpretar todo lo que conoce sobre el personaje hasta ese momento y esas pequeñas cosas que antes no terminaban de encajar adquieren sentido de golpe.

El duelo por el que pasa el personaje de Nicholas hasta aceptar su naturaleza neurodivergente me parece uno de los grandes hallazgos de la serie. “Soy gay y tengo un trastorno por déficit de atención”, le dice a una de sus hermanas en una escena muy emotiva, “no necesito más estigmas”. Todo el proceso desde su negación inicial hasta la escena en la que acude en busca de ayuda profesional me resulta fascinante y enriquecedor. Todo ese proceso, que apenas abarca un par de capítulos de menos de media hora cada uno, me ha ayudado a entender la realidad de las personas neurodivergentes más que ninguna otra cosa que haya visto. Es uno de los motivos por los que recomiendo mucho darle una oportunidad a Everything’s Gonna Be Okay, qué duda cabe. Una vez pasados los primeros episodios, que son los más convencionales y manidos, la serie empieza a adentrarse en estas cuestiones y, al llegar el final de la segunda temporada, se han convertido en el eje sobre el que gira todo el conjunto, volviéndose mucho más fresca y estimulante.

No obstante, por pequeño que sea al principio, el papel de Josh Thomas siempre resulta divertido. El cómico ha ganado experiencia y madurez desde la época de Please Like Me y eso se nota. A Thomas se le sigue dando igual de bien la faceta verbal del humor, con sus característicos diálogos rápidos y chispeantes, pero aquí está mucho más cómodo explorando la faceta física. Incluso hay un capítulo en el que se atreve a bailar y hacer un lipsync completamente en drag que me dejó descolocado y que disfruté mucho. Más importante aún es que Thomas ha mejorado como actor dramático desde Please Like Me, lo cual contribuye en gran medida a las escenas de corte más serio como las que componen ese proceso de aceptación que mencionaba antes. Lástima que Nicholas sea un personaje secundario y que no pueda brillar de verdad hasta la segunda temporada.

Así es Everything’s Gonna Be Okay en realidad: una buena serie que, en algunos momentos concretos, muestra auténticos destellos de brillantez. Si tuviese que valorar el conjunto diría que es una serie para adolescentes bastante entretenida pero demasiado convencional para mi gusto. Sin embargo, esos destellos de brillantez me atraen como la luz de una vela atrae a una polilla. Bajo esa apariencia manida y esos estereotipos tan propios de las series norteamericanas se esconde otra serie muy superior, una que tiene mucho que decir sobre las personas neurodivergentes y sobre sus relaciones con los demás. Desafortunadamente, esa otra serie se deja ver mucho menos de lo que me gustaría más allá de esos breves destellos. De los veinte episodios que componen las dos temporadas de Everything’s Gonna Be Okay sólo cuatro o cinco me parecen excepcionales. El resto oscilan entre lo aceptable y lo mediocre.

¿Habría sido mejor serie si hubiese apostado por una naturaleza más experimental y alternativa desde el principio? ¿Habría podido explotar mejor sus puntos fuertes si se hubiese ahorrado todas esas tramas de instituto que no iban a llegar a ninguna parte? ¿Habría dejado más huella si se hubiera centrado en el autismo de una forma más decidida? Poco importa, ya que la serie tuvo muy mala suerte. Everything’s Gonna Be Okay se emitió entre 2020 y 2021, en plena pandemia. De hecho, su segunda temporada se tuvo que rodar respetando las medidas de seguridad, de ahí que en ella se muestren tantas escenas al aire libre y se vea a los actores manteniendo la distancia. Supongo que también es la razón de que parte del reparto de la primera temporada no aparezca durante la segunda. Puede que esta sea una de las series en las que mejor he visto reflejada la frustración del confinamiento y cómo esa frustración genera roces y conflictos con las personas con las que se convive, ya que los actores estaban experimentando esa misma frustración durante el rodaje. Pero a las dificultades del rodaje se les sumaron unas cifras de audiencia poco favorables y la serie no fue renovada por una tercera temporada. Su cierre es más o menos conclusivo, pero deja algunos cabos sueltos. Nunca sabremos si Nicholas y Alex llegaron a retomar su relación tras conocer el diagnóstico del primero, como tampoco conoceremos la evolución de la vida en pareja de Matilda y Drea. Cuando se canceló la serie nos quedamos sin la posibilidad de que esos destellos puntuales de brillantez se convirtieran en algo más.

Temo que esta primera incursión de Josh Thomas en la televisión estadounidense sea también la última. En el momento de escribir este texto no tengo constancia de que esté trabajando en un nuevo proyecto audiovisual. Es más, parece haberse centrado de nuevo en su carrera cómica, volviendo a los espectáculos en directo (el más reciente de ellos se titula Let's Tidy Up y le llevará a una gira por Canadá y Estados Unidos). Tampoco Kayla Cromer y Maeve Press se han dejado ver mucho en televisión tras el final de la serie, por cierto. Ha tenido algo más de suerte el actor que interpreta a Alex, Adam Faison, que parece haberse pasado al cine de terror al haber participado en títulos como Beso a medianoche y el reboot de Hellraiser de 2022. También la actriz que interpreta a Drea, Lilian Carrier, se ha dejado ver en la serie As We See It (Nuestra mirada) de 2022, en la que se trata de nuevo el tema del autismo, aunque en esta ocasión no como protagonista.

Hoy, ya en 2023, resulta algo complicado ver Everything’s Gonna Be Okay, incluso recurriendo a esos métodos poco legales a los que todos recurrimos cuando algo no está disponible en nuestras plataformas de streaming habituales. La serie ya no está disponible en ninguna parte, ni siquiera en la web de Freeform, y creo que eso nos dice mucho sobre el escaso impacto que ha tenido. Me parece triste, pues creo que hay gente que disfrutaría mucho de esta serie… si supiera que existe. Ojalá Josh Thomas tenga la oportunidad de desarrollar otro proyecto para televisión, uno en el que pueda ofrecernos algo más que esos destellos fugaces de brillantez. Estoy convencido de que tiene mucho más que contarnos si le dejamos.

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