La Broma Asesina es uno de los cómics de Batman más conocidos. Se ha editado tantas veces y en tantos formatos diferentes que hablar sobre la enésima reedición de La Broma Asesina se ha convertido en un chiste. No obstante, sigue siendo un cómic que la gente se toma muy en serio. Demasiado en serio, quizá. Hay quien piensa que ofrece la interpretación definitiva del Joker, el archienemigo del Hombre Murciélago, y que explica como ninguna otra historia su relación con Batman. Muchos autores acuden a ella en busca de inspiración y se basan en ella para desarrollar sus propias historias. También muchos lectores siguen teniendo La Broma Asesina entre sus tebeos favoritos y no dudan en recomendarlo en cuanto tienen ocasión. Yo, en cambio, creo que ya va siendo hora de dejar atrás La Broma Asesina de una vez por todas.
No es ningún secreto que su guionista, Alan Moore, repudia La Broma Asesina, al igual que repudia casi todos los tebeos de superhéroes que escribió en su época. Es difícil distinguir qué parte de ello se debe a los propios tebeos y qué parte al rencor que Moore le guarda a la industria del cómic americano, que tan mal le trató pese a lo mucho que le debe. El hecho es que el autor británico ha reconocido en diversas entrevistas que lo que hizo en La Broma Asesina fue completamente inapropiado. En sus propias palabras, su mayor error fue “otorgarle a Batman un peso dramático para el que el personaje no estaba diseñado”. Como todos los superhéroes, Batman es un personaje sustentado en la fina línea entre la fantasía y el ridículo. Nadie en su sano juicio consideraría que vestirse de murciélago para luchar contra el crimen es una respuesta lógica y realista al drama de haber visto morir a tus padres tiroteados en un callejón. En el mundo real algo así sería un disparate, pero dentro del tebeo tiene todo el sentido del mundo... o al menos lo tenía hasta que llegaron los años ochenta.
En esa década, autores como el mencionado Alan Moore o Frank Miller comenzaron a reinterpretar el género de superhéroes, alejándolo de la visión fantástica e idealista de antaño y acercándolo a una perspectiva nueva, más crítica y con menos concesiones a la fantasía. Era una perspectiva hija de su tiempo, decepcionada por los idealismos de antaño y, hasta cierto punto, también nihilista. En manos de autores como Moore o Miller, los tebeos de superhéroes se volvieron más oscuros, con poco espacio para la esperanza y ninguna fe en el concepto de superhéroe. Fue la época de Watchmen y El Regreso del Caballero Oscuro, tebeos que yo no considero que pertenezcan al género de superhéroes sino más bien a su género opuesto, el anticómic de superhéroes. Esos nuevos tebeos mostraban por qué no es buena idea dejar el mundo en manos de un puñado de gente disfrazada, porque esa gente puede ser fácilmente manipulada por motivos políticos o, sencillamente, porque debajo de las máscaras y los disfraces hay personas con serios trastornos mentales y preocupantes parafilias sexuales.
La Broma Asesina, obra de Alan Moore y del artista Brian Bolland, también pertenece a esta época y es un tebeo escrito desde esa perspectiva: la perspectiva que defiende que tanto Batman como su archienemigo, el Joker, son exactamente iguales, es decir, sólo son dos locos disfrazados fuera de la ley. El discurso idealista de los tebeos de superhéroes no existe en esta historia. Batman no actúa en base a unos ideales o a una superioridad moral que lo eleva por encima de los villanos a los que se enfrenta. En verdad, esta es una historia sobre dos locos rabiosos que saben que tarde o temprano van a acabar matándose mutuamente. Por tanto, se puede considerar sin problema que La Broma Asesina también pertenece a este género de los anticómics de superhéroes.
Tebeos como La Broma Asesina, Watchmen y El Regreso del Caballero Oscuro iniciaron una tendencia, una moda, de la que bebió la industria del cómic durante la década siguiente y de la que a día de hoy siguen bebiendo tanto cómics como películas (no hay más que echarle un vistazo al infame Snyderverso). Algunos lo consideran una visión más “realista” de los superhéroes, más “adulta”. Yo prefiero considerarla una visión sin alma. Es una visión en la que prima más la crudeza y la violencia que el optimismo. Es una perspectiva en la que los superhéroes atemorizan en lugar de inspirar. Es, sobre todo, una manera de ver a los superhéroes como ídolos con pies de barro sin posibilidad de redención, por muchos ideales y muchas ganas de impartir justicia que tengan. No son símbolos de virtud. No son iconos inmaculados. No nos hacen creer que la bondad puede vencer siempre. No nos hacen sentir que el mundo puede ser un lugar mejor, lo que es, para mí, su principal función.
La Broma Asesina es un tebeo conocido por muchas razones. La primera es que fue uno de los primeros intentos por contar el auténtico pasado del Joker. La segunda es que su ambiguo final ha dado pie a diversas lecturas a lo largo de los años. Hay quien piensa que ese final insinúa que Batman acaba matando al Joker (¡incluso Grant Morrison, otro de los guionistas que han dejado una profunda huella en Batman, lo pensaba!) o que ambos acaban matándose mutuamente. Esto me parece terrible. Si Batman acaba matando al Joker al final de esa historia, ¿qué es lo que le diferenciaba de él? ¿Qué sentido ha tenido toda su carrera luchando contra el crimen? ¿Dónde se ha quedado su ideal de proteger a la gente de la tragedia que él sufrió de niño? Si asumes que Batman mata al Joker al final de La Broma Asesina, asumes el fracaso de Batman como superhéroe y aceptas que tanto Batman como el Joker son, en efecto, iguales, esto es, dos locos al margen de la sociedad sumidos en sus propias psicosis y cuya violencia no tiene ningún sentido.
En esta historia el Joker escapa del Asilo Arkham, mata a unas cuantas personas, dispara a Batgirl, secuestra al Comisario Gordon y lucha contra Batman. Su intención es volver loco al Hombre Murciélago, enfurecerle para que acepte que su cruzada es absurda y que abrace la misma violencia sin sentido que él; demostrarle que todo el mundo está a un mal día de convertirse en un asesino. Si asumes que Batman le mata al final, entonces asumes que el Joker ha ganado. Ha destruido a Batman.
Evidentemente, yo me niego a pensar así. Quiero creer que al final Batman se detiene y se da cuenta de lo tristes y patéticos que son ambos, dos locos disfrazados que se pelean sin cesar, y por eso ríe esa última broma del Joker. Aún así, eso no quita que la violencia y la destrucción que han sembrado a su paso haya sido excesiva. Y este es mi mayor problema con La Broma Asesina: la violencia, tanto física como psicológica, es excesiva. Y, además, es sexista.
En La Broma Asesina, la violencia del Joker tiene dos objetivos claros: Barbara y James Gordon. A ambos los ataca para provocar a Batman y a ambos los tortura de formas horribles... pero la forma en la que tortura a Barbara es bastante distinta de la forma en la que tortura al Comisario. No voy a entrar en todos los problemas que tengo con la reacción de Barbara cuando se abre la puerta de su casa y aparece el Joker con una pistola: podría decir que Barbara, que había sido entrenada de forma concienzuda como Batgirl, se había enfrentado a esa situación mil veces antes y estaba más que preparada para desarmarle en un segundo, pero lo voy a obviar. En cambio, lo que sucede es que se queda inmóvil y recibe un disparo. Después, el Joker la desnuda. Hay una viñeta escalofriante en la que le desabotona la blusa mientras se está desangrando. El resto de la escena se omite, pero luego vemos que el Joker se ha dedicado a fotografiarla desnuda. Hay un sadismo en esa escena que sólo se debe al hecho de que Barbara es una mujer. Hay un componente sexual en la forma en la que el Joker la tortura que no está presente cuando tortura a Gordon, desde luego. Al comisario también lo desnuda para despojarlo de su dignidad, pero esa sadismo sexual no está presente cuando el Joker lo arrastra hasta su macabro parque de atracciones. Es más, diría que la violencia contra Gordon es más psicológica que física: cuando le muestra lo que le ha hecho a su hija demuestra que lo busca es destruir su mente, no su cuerpo. En cambio, la violencia contra Barbara es tanto física como psicológica. Es un abuso terrible que además acaba destruyendo al personaje de una forma literal.
A mitad del tebeo, Barbara aparece hecha una piltrafa en la cama de un hospital y ya no vuelve a aparecer. A los autores no les interesaba explorar las consecuencias que había podido tener sobre ella el abuso sufrido. Había sido una víctima más y había quedado destrozada, sí, pero había que pasar página y volver al conflicto entre Batman y el Joker, que era lo verdaderamente importante. Es un caso claro de lo que suele llamarse “mujer en el frigorífico”. Lo curioso es que cuando Batman rescata a Gordon, el Comisario tarda apenas dos o tres viñetas en empezar a recuperarse de la tortura sufrida y en recordarle a Batman que el Joker tiene que ser arrestado según las reglas, es decir, cumpliendo la ley. Por su parte, lo único que podía hacer Barbara en su cama del hospital era balbucear entre lágrimas. No hay nada en La Broma Asesina que insinúe que Barbara se va a recuperar o que sus principios morales se han visto reforzados por la terrible experiencia, como sucede con su padre. En esta historia, Batgirl es un simple objeto que el Joker rompe para llamar la atención de Batman y nada más. No considero que Alan Moore sea un escritor sexista ni mucho menos, pero la manera en la que trató a Barbara en esta historia me perece sexista sin ninguna duda y, cuanto más reflexiono sobre el papel que tiene Batgirl aquí, más indignante me parece. Ni siquiera quiero mencionar la posibilidad de que pueda haber sido violada, que es una idea que también está presente cuando se analiza este cómic.
A Moore no le importó lo que pudiese pasar con Barbara después de este tebeo, como en realidad no le importaba lo que pudiese pasar con Batman y el Joker. En un principio La Broma Asesina era un cómic que iba a estar fuera de la continuidad del Universo DC, pero vendió tan bien que la editorial acabó incluyéndolo en ella. Otros autores tuvieron que lidiar luego con las consecuencias y hay que dar gracias sobre todo a guionistas como Gail Simone porque contribuyeron a coger esa carcasa rota en la que Moore había convertido a Batgirl y la desarrollaron hasta convertirla en Oráculo, un personaje que pese a estar postrado en su silla de ruedas demostró su valía en innumerables ocasiones; un personaje que además hizo muy bien lo que cualquier superhéroe debería hacer: inspirarnos para superarnos, para ser mejores. Pero eso vendría después, claro. No se ve en La Broma Asesina. Ni siquiera se insinúa.
Cuando se publicó este tebeo eran otros tiempos. El mercado del cómic americano era una mundillo hermético y mayoritariamente masculino. A la industria no le preocupaba el sexismo ni la opinión de las lectoras. Pero hoy eso ha cambiado y a la luz de la realidad actual La Broma Asesina se me antoja como un tebeo muy desfasado. Sigue estando presente porque DC se asegura de que siempre haya una reedición disponible en las tiendas y porque su impacto aún hoy se sigue notando (pienso, por ejemplo, en el videojuego Batman: Arkham Knight o en su fallida adaptación animada), pero, sinceramente, no creo que el mundo de hoy en día necesite este tebeo para nada.
Aún así, tengo que admitir que me cuesta criticarlo. En el fondo me gusta La Broma Asesina. Me parece bien escrito y tiene un dibujo espectacular de Brian Bolland. No soy muy amigo del recoloreado de las ediciones modernas, pero reconozco que me gusta el contraste entre el rojo y el blanco y negro de las secuencias que narran el pasado del Joker. Es un buen tebeo, en definitiva. Pese a todo, me cuesta horrores recomendarlo por mucho que siempre esté presente en las listas de las historias imprescindibles de Batman. Es más, cada vez que lo veo en una de esas listas me siento triste. Su visión descorazonadora del superhéroe, unida a su excesiva violencia y al tratamiento que se le da a su único personaje femenino me resultan elementos muy problemáticos; tan problemáticos, de hecho, que me gustaría que pudiéramos olvidar por fin que La Broma Asesina existió y dejar atrás esta historia para siempre.
En los años ochenta, Moore quiso darle un peso dramático a un personaje que no lo tenía y que quizá no lo necesitaba. Quizá Batman no necesitaba que se le aplicase ese filtro oscuro y cínico. Quizá no hacía falta ese profundo análisis de su psicología y de la de su principal enemigo. Quizá después de todo lo que hace que Batman funcione es la tonta fantasía de un hombre que se viste de murciélago para luchar contra el crimen, una fantasía que es mejor no cuestionar demasiado para no romper la ilusión. Y, sobre todo, es una fantasía que es mejor no enfrentar con la crudeza y la violencia del mundo del real, porque al hacerlo... se rompe.
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