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[Cómic] Reseña de Marvel, de Alex Ross, Kurt Busiek y otros: el hermoso sueño del Universo Marvel

  Kurt Busiek y Alex Ross publicaron Marvels en 1994, pocos años después de la fundación de Image Comics. Mientras la gran mayoría de los lectores de cómics de superhéroes babeaban con el Spawn de Todd MacFarlane o con los WildC.A.T.S. de Jim Lee, estos dos autores nos ofrecieron una obra de corte extremadamente clásico que celebraba la historia del Universo Marvel a través de los ojos de un hombre normal y corriente; no un héroe hipermusculado embutido en un colorido uniforme, sino un simple periodista gráfico que se había empeñado en registrar las hazañas de los superhombres y supermujeres que habitaban su mundo. Hoy en día seguimos sin ser conscientes del impacto que supuso algo así en su momento, pues esa reivindicación del pasado y de la tradición llegó justo en una época en la que el cómic de superhéroes había rechazado sus propias raíces y se había lanzado a una desesperada huida hacia adelante plagada de excesos, contradicciones y experimentos fallidos. Era la primera mitad de la década de los noventa, al fin y al cabo. Marvels ganó varios Premios Eisner y colocó sobre el mapa tanto a Busiek como a Ross, que pronto empezaron a destacar en otros trabajos como Astro City o Kingdom Come. El reconocible estilo pictórico de Ross le acabó convirtiendo en uno de los artistas más reconocidos del mercado y en un nombre siempre asociado a los valores más clásicos del género superheroico.

Pero Marvels podría haber sido una obra muy diferente. Para empezar, las primeras ideas que barajó Ross antes de que Busiek se sumara al proyecto planteaban una historia corta que quizá podría convertirse en la primera de una antología. Se dice que mientras pintaba una de las portadas para uno de sus primeros trabajos, la miniserie Terminator: The Burning Earth, Ross se percató de que el Terminator cubierto de llamas le recordaba mucho a la Antorcha Humana original de Marvel. Pensó entonces en realizar una historia que sirviese de homenaje a la primera aparición de la Antorcha en el Marvel Comics #1 USA de 1938 y en expandir luego el concepto con otra historia dedicada a Namor, el Hombre Submarino. La posterior llegada de Busiek sirvió para descartar el concepto de antología, aunque algo quedó de aquella idea primigenia en forma de la historia corta dedicada a la Antorcha Humana dentro de la propia Marvels.

Veinticinco años después, como parte de las celebraciones del aniversario de Marvels, Ross retomó su propuesta original y lanzó una antología de historias cortas ambientadas en el Universo Marvel. Titulada simplemente Marvel, esta miniserie de seis números fue uno de los muchos lanzamientos relacionados con el aniversario de Marvels en los que participaron tanto Busiek como Ross con distintos niveles de implicación. Los he estado repasando últimamente, buscando el característico sabor añejo de la nostalgia por el pasado. Ya hablé sobre la miniserie The Marvels en esta entrada y ahora quiero dedicarle unas palabras a Marvel, la antología de historias cortas. Mientras que en The Marvels era Busiek el que llevaba la voz cantante y construía una historia de corte clásico usando para ello las versiones actuales de los personajes, en Marvels fue Ross el que actuó como maestro de ceremonias gracias a la historia que sirve como excusa para presentar los distintos relatos. Sin embargo, Ross dejó que brillasen más los demás autores, muchos de los cuales no habían trabajado antes para la Casa de las Ideas o lo habían hecho en contadas ocasiones. El resultado fue una antología compuesta por historias de calidad desigual, pero visualmente muy estimulante y con algunas páginas muy potentes. En lugar de centrarse en el argumento, su foco se colocó sobre el apartado gráfico, mostrando retazos de cómo sería un Universo Marvel en el que los argumentos quedasen en segundo plano para dejar más espacio al disfrute plástico de los artistas.

La premisa de Marvel es muy sencilla: Pesadilla, el viejo enemigo del Doctor Extraño, ha conseguido derrotar al Maestro de las Artes Místicas y se ha apoderado de los sueños de los humanos. Gracias a ellos su poder ha crecido de forma desmesurada y el propio Pesadilla se ha transformado en un ser capaz de desafiar a entidades cósmicas como Galactus o los Celestiales. Su objetivo no es otro que conquistar el propio universo mientras obliga a que un apresado Extraño sea testigo de su triunfo definitivo. Esas son las páginas que ilustra Ross, que son una auténtica gozada. No son más de dos o tres por número, pero suponen un apabullante despliegue de poderío visual. Hace ya algunos años que Ross centró su trabajo en ilustraciones y portadas, por lo que disfrutar de sus interiores se ha convertido en una experiencia cada vez menos común.


No obstante, la aportación de Ross resulta casi anecdótica. En verdad es poco más que un vehículo para que los artistas invitados, que son los auténticos protagonistas de la antología, vayan lanzando sus propuestas. Sus historias componen los retazos de sueños que han empoderado a Pesadilla, pero, como sucede en toda antología que se precie, funcionan por separado. Algunas son mejores, otras son peores, pero todas cuentan con algún aspecto curioso o interesante. Vamos a echarles un vistazo:


  • En Spiderman: Alégrame el día tenemos a Frank Espinosa, un animador que ha trabajado tanto para Disney como para Warner, presentando una historia dedicada al Hombre Araña que destaca por su acabado suelto, fluido y dinámico. La historia no es gran cosa, pero su propuesta gráfica supone una versión mucho más ligera e impresionista del estilo pictórico rico en detalles de Ross.


  • En El chico… y el bruto tenemos a Kurt Busiek acompañado por Steve Rude en una historia nostálgica ambientada en los primeros días de los Vengadores. Con el gusto por la exactitud cronológica tan propio de las historias de Busiek, el argumento recupera un artilugio usado en The Avengers #3 USA para provocar una pelea entre los Héroes Más Poderosos de la Tierra y Hulk. Aunque me parece muy correcta desde el punto de vista narrativo, creo que destaca más por el clasicismo que destila el dibujo de Rude. El creador de Nexus no se ha prodigado mucho en Marvel pese a que su arte es ideal para estas historias de tono nostálgico. La única pega que puedo ponerle es el uso de un estilo moderno de coloreado, que no parece apropiado ni para el dibujo ni para el tono que transmite. ¿Tanto cuesta simular el color impreso mediante métodos tradicionales usando técnicas informáticas?


  • En La Sala de Peligro está cerrada, el artista Dan Brereton hace una pirueta narrativa para reunir a la Patrulla-X original con la Patrulla-X de la Segunda Génesis poco después del combate contra la isla viviente de Krakoa. Es decir, que la historia se sitúa justo a continuación del mítico Giant-Size X-Men #1 USA, antes de la marcha de Fuego Solar y la muerte de Ave de Trueno. Encaja por los pelos en la continuidad, pero visualmente es muy atractiva. Con un estilo que recuerda al de Bruce Timm, Brereton nos muestra una sesión de entrenamiento en la Sala de Peligro que acaba con la primera “bola rápida” de Coloso y Lobezno. Nada que no hayamos visto ya cientos de veces, pero su lectura resulta bastante agradable. Brereton, conocido por The Nocturnals, apenas ha dibujado para Marvel y sería una gran incorporación para la línea de miniseries de corte nostálgico de la editorial.


  • En Olvídate del demonio, llévate los cannoli, Eric Powell, autor de El Bruto, propone una comedia en la que Spiderman y la Cosa se enfrentan al Doctor Muerte y a un Estela Plateada poseído por un demonio. Bastante floja, a mi parecer. El chiste final es decente, pero no justifica el resto. Una pena, porque he leído opiniones muy positivas sobre El Bruto y esta historia no me ha dejado con muchas ganas de explorar más trabajos de Powell.


  • En La Visión: Fuera de fase tenemos a un Paolo Rivera desatado, ofreciendo una de las mejores historias de toda la antología. Rivera es un excelente pintor que nada tiene que envidiar a Ross, pero también lleva unos años centrado en labores de portadista. Pese a ello, guardo un gran recuerdo de sus números de Daredevil junto a Mark Waid. Aquí lo tenemos narrando con pulso firme una historia en la que la Visión rescata a un grupo de personas sepultadas en un edificio derrumbado. Además de demostrar un íntimo conocimiento de lo que hace que la Visión sea uno de los personajes más especiales de todos cuantos han pasado por la serie de los Vengadores, la historia tiene un componente emotivo importante. Tenemos a los héroes actuando ante una tragedia mundana, no ante un ataque alienígena o ante el plan maléfico de un supervillano, y, lo que es más importante, tratando con las víctimas. Para la Visión, dada su naturaleza artificial, esto es un tanto más complicado que para los demás. Siendo como es mi Vengador favorito, esta historia me ha llegado muy hondo. Las últimas viñetas incluso me han llenado los ojos de lágrimas. No sé a qué esperan los editores para ofrecerle más proyectos a Rivera, porque después de esto y de su Mitos junto a Paul Jenkins necesito verle más en Marvel.



  • En ¡Un choque en las más profundas profundidades! tenemos a Alan Weiss homenajeando las historias primigenias del Namor de Bill Everett, es decir, las que se publicaron en la época Timely. Para los que sólo conocen al Hombre Submarino por su historias posteriores a su recuperación en la cabecera de los Cuatro Fantásticos esta interpretación puede resultar chocante. Este Namor es mucho más festivo, provocador y chabacano, bastante alejado del dramatismo con el que lo caracterizaba Stan Lee. El dibujo de Weiss, supongo que por su manera de ilustrar la anatomía masculina, me ha recordado por alguna razón al trabajo de Tom of Finland. La actitud que exhibe el Hombre Submarino junto al Capitán América en su última página no ha hecho más que acrecentar esa curiosa sensación.


  • En Comienzos, un reflexivo Bill Sienkiewicz explora su relación personal con los cómics, los dibujos animados y la cultura popular en su amplio conjunto, así como la conexión entre ella y su interés por el arte. Como muchos de los trabajos de este dibujante, se trata de una historia densa y difícil de leer. Gráficamente es muy agresiva, debido a la mezcla de estilos y referencias que bailan, evolucionan y cambian de página a página. También es una historia muy cruda, muy intensa, como todas las que tienen un fuerte componente autobiográfico. Sin embargo, acaba con un mensaje muy simple rematado por un chiste magistral. No me importaría ver esta historia ampliada hasta convertirse en una obra independiente, porque es el tipo de tebeo con el que acabaría obsesionado. El trabajo de Sienkiewicz no es plato para todos los gustos, en especial cuando no está moderado por un guionista más o menos tradicional, pero a mí siempre me parece un verdadero manjar.


  • En Atención no deseada tenemos al ilustrador de cuentos infantiles Scott Gustafson mostrando cómo sería un cuento ilustrado del Mapache Cohete. La propuesta es bastante más oscura que los libros que publica Marvel para lectores infantiles hoy en día y eso la acerca más a los cuentos de hace unas cuantas décadas, cuando a los autores no les importaba impresionar o asustar a los pequeños lectores. Curioso, pero sin más trascendencia.


  • En Luna de miel en el infierno tenemos una historia de corte underground y colores estridentes en la que el ilustrador Ryan Heshka recupera a la Viuda Negra original, la del Mystic Comics #4 USA de 1940. La propuesta tiene mucho de arte pop y mucho de provocación, pues en ella podemos ver a este demoníaco personaje contrayendo matrimonio con Cráneo Rojo, al que arrastra hasta el infierno para convertir en su esposo en contra de su voluntad. La viñeta en la que el propio Hitler entrega a la novia en el altar es impagable.


  • En Hijos de un mundo Desviante, el fantástico dibujante murciano Daniel Acuña nos presenta un mundo alternativo en el que el planeta ha sido conquistado por los Desviantes y los superhéroes que quedan son utilizados como gladiadores en letales combates en una suerte de coliseo. Muchos de ellos son amalgamas de personajes conocidos, como esa especie de Capitán América que también tiene algo del Ikaris de los Eternos. Muy disfrutable en lo visual y con la posibilidad de expandirse en el futuro si surge la oportunidad, esta historia acaba con un poderoso cliffhanger: la llegada de Estela Plateada en busca de un planeta que pueda saciar el hambre de su amo Galactus. Qué sucederá después en ese mundo en el que no hay unos Cuatro Fantásticos capaces de plantarle cara al heraldo del Devorador de Mundos es algo que, por desgracia, queda a nuestra imaginación.


  • En ¡Donde los monstruos huelen! tenemos a Doug Rice y Hilary Barta recuperando al Doctor Droom, una especie de antecesor del Doctor Extraño de la época en la que Marvel aún era Atlas. Con un claro tono de comedia desenfadada, esta historia pretende homenajear a las clásicas historias de monstruos de aquellos años, muchas de ellas realizadas por Jack Kirby y Steve Ditko. A mí no me ha hecho especial gracia, pero tiene un final muy inteligente en el que la mano de Mr. Fantástico le extiende una carta de despido al pobre Doctor Droom firmada por el “editor sufriente” y escrita al más puro estilo de Stan Lee. Al igual que los monstruos, este Doctor Droom desapareció de los cómics con la llegada de los Cuatro Fantásticos y el inicio de la Era Marvel, aunque más tarde se recuperaría cambiando su nombre por el de Doctor Druida.


  • En Soy una situación chunga el propio Alex Ross escribe una historia corta para que la ilustre su colega Sal Abbinanti. Todas las antologías suelen tener un espacio reservado para el amigo del recopilador, así que no debería sorprendernos la presencia de Abbinanti en estas páginas. Conocido por la serie independiente Atomika, no recuerdo que este artista hubiese publicado algo para Marvel con anterioridad. Esta historia centrada en la Cosa tiene mucho de cómic independiente o, más concretamente, de narración ilustrada. El uso del color de Abbinanti me parece bastante espectacular, pero su interpretación del mundo interior de Ben Grimm se me antoja un tanto desconectada de los textos que la acompañan.


  • En Un día en la vida mística de Wong tenemos a Gene Ha y a Zander Cannon, dos figuras poco relacionadas con Marvel, narrando una aventurilla del sirviente del Doctor Extraño. No es la primera vez que me encuentro con una propuesta en la que Wong ostenta el rol protagonista en lugar de su habitual papel secundario, pero siempre agradezco que se le ofrezca una cierta relevancia. Desafortunadamente, esta historia me parece muy competente pero poco estimulante. Su resolución resulta demasiado predecible y sus personajes secundarios no destacan demasiado, lo cual hace que quede enterrada entre las demás.


  • En El mejor de nosotros tenemos a Adam Hughes presentándonos una historia sorprendentemente intimista en la que el Nick Furia de 1945 habla sobre el entonces desaparecido Capitán América. Hughes es conocido por su faceta de ilustrador y se asocia más a los personajes femeninos que a los femeninos. Es uno de esos ilustradores de mujeres con grandes pechos, hablando en plata, famoso por sus interpretaciones de Wonder Woman o Catwoman, no por sus retratos intimistas de héroes bélicos. Por eso impacta tanto esta historia en la que un Furia borracho y nostálgico habla sobre Pamela Hawley, su primera pareja, ya fallecida, y sobre cómo la figura del Capi insufló esperanza a las tropas durante la guerra. Como dice el título, Furia define a Steve Rogers como “el mejor de nosotros” y lamenta su muerte más incluso que la de Pam. Como ya sabemos, el Capi no estaba muerto sino refrescándose en el hielo ártico, por lo que volvería más adelante. Aún así, eso no le resta ni un ápice de dramatismo a esta historia, que termina muy apropiadamente con Furia echando la pota encima de un retrato de Hitler.


  • En Lobezno tenemos al veterano Mark Waid escribiendo una historia muy breve para lucimiento del dibujante italiano Lucio Parrillo. Se trata de la enésima versión del clásico enfrentamiento entre Lobezno y Hulk con el que se presentó al mutante de las garras, trasladado a tiempos modernos y con Logan vistiendo su uniforme marrón en lugar del amarillo. No hay mucho que destacar aquí.


  • En El gambito tuerto tenemos a Greg Smallwood, dibujante que ya había destacado por su trabajo en la colección del Caballero Luna y que hoy en día es muy celebrado por su maxiserie Blanco humano junto a Tom King para la Distinguida Competencia. Estamos ante otra historia protagonizada por Nick Furia, ahora situada en sus tiempos como director de S.H.I.E.L.D., con una clara intención de homenajear la época de Jim Steranko con el personaje. Fabulosamente dibujada y narrada con maestría pese a extenderse a lo largo de unas pocas páginas, es la prueba de que el talento de Smallwood estaba ya entonces en pleno ascenso. Este tipo de historias en las que conviven el noir y el pulp se prestan especialmente a su estilo y está claro que las maneja con gran destreza. En mi opinión, otra de las joyas destacadas de la antología.


  • En El brillo plateado de los reflejos espaciales ha desaparecido tenemos a Lee Bermejo, un artista recordado por sus historias sobre el Joker o Lex Luthor para DC, ofreciendo su interpretación de Estela Plateada. El nivel de detalle de esta historia es algo asombroso, pues Bermejo optó por mostrar todos y cada uno de los reflejos que se manifiestan sobre los músculos plateados de Estela. Además es una historia en blanco o negro, lo que acentúa aún más los contrastes. La suya es la premisa de un What If…? en el que el heraldo de Galactus llega a la Tierra mucho después de lo esperable, cuando los humanos ya han devastado el planeta y el único habitante que queda es la Antorcha Humana original, que ha sobrevivido por ser un androide. No soy muy amigo del estilo de Bermejo, pero esta historia me ha gustado mucho más de lo que esperaba. Es dramática, es sugerente y deja con ganas de más.


Concluida la recopilación de historias cortas, a la antología no le queda más que cerrar la historia que servía como hilo conductor. Alex Ross le cede entonces el testigo a Mitch O’Connell, un ilustrador de estilo pop art a quien no esperaba ver en un tebeo de la Casa de las Ideas. O’Connel ha ilustrado revistas como Newsweek, Time, Rolling Stone, New Yorker, Entertainment Weekly y Playboy, ha trabajado en periódicos como el New York Times o el Chicago Tribune y ha elaborado posters para grupos como los Ramones, No Doubt y Moby. Hablamos de un artista cuya influencia va mucho más allá del mercado del cómic, un artista de gran proyección; alguien que en circunstancias normales no se rebajaría a trabajar en un simple tebeo de Marvel. Pero aquí lo tenemos, ilustrando las páginas finales del último número, en las que el Doctor Extraño da rienda suelta al mayor sueño de todos, el propio Universo Marvel, para “sobrecargar” a Pesadilla y provocar así su derrota final.

O’Connell nos ofrece un par de dobles páginas, una a continuación de la otra, en las que dibuja a buena parte de los personajes centrales de la Marvel de los sesenta y setenta. Se trata de un homenaje a Jack Kirby, qué duda cabe, pero creo que sobre todo a Steve Ditko, dado su nivel de abstracción. El Doctor Extraño presenta al Universo Marvel como un sueño inabarcable e impredecible, un sueño imposible de contener en una única mente, un sueño ante el que ninguna pesadilla puede prevalecer, lo cual me parece una idea realmente preciosa. Este cosmos de ficción es, sin duda, inabarcable, pues está formado por más historias de las que llegaremos nunca a leer. También es impredecible, pues cambia y se adapta a los tiempos que corren con mayor o menor acierto, haciendo que el Universo Marvel de hoy nunca sea igual al Universo Marvel de mañana. También es algo imposible de contener en una única mente humana, pues han sido innumerables los guionistas, dibujantes, entintadores, coloristas y rotulistas que le han dado forma a lo largo de las décadas. Es algo que una única persona no podría haber concebido. Ni dos. Ni tres. Ni cuatro. Es producto de cientos y cientos de artistas, de hecho. Tiene cientos de padres y madres. Y cada vez más, por supuesto. Finalmente, doy fe de que el Universo Marvel es un sueño capaz de borrar cualquier pesadilla. Desde que era un niño me he refugiado en su interior muchísimas veces cuando el mundo real se volvía demasiado oscuro y en todas esas ocasiones he podido encontrar el ánimo, la fuerza o la inspiración para volver a mi vida con energías renovadas. El Universo Marvel es algo más que un artefacto de la cultura popular: también es una fuente de sanación, un lugar seguro en el que explorar nuestro interior y descubrir (o redescubrir) facetas de nosotros mismos que el mundo exterior no siempre nos permite mostrar.


En definitiva, el Universo Marvel es importante, mucho más de lo que estamos dispuestos a admitir sus lectores. Más allá de su naturaleza comercial o de su aparente banalidad, forma parte de la vida íntima de miles de personas que han crecido leyendo sus cómics, amando a sus personajes, aprendiendo su cronología y transformando esas experiencias en combustible para impulsar tareas creativas como el dibujo o la escritura. En mi caso, me resulta difícil creer que pudiese encontrar tanto disfrute escribiendo sobre cualquier cosa de no ser por la cantidad de horas que he pasado leyendo tebeos de Marvel, absorbiendo las peculiaridades de su uso del lenguaje y tratando luego de imitarlas. Yo no sería yo sin las peroratas shakesperianas de Stan Lee o los melodramáticos monólogos de Chris Claremont. Los tebeos de Marvel fueron el comienzo, la primera puerta que se abrió ante mí cuando era poco más que un crío. Todo lo demás vino después y, en gran medida, gracias a ellos.

Por todo esto, no tengo problemas en abrazar esa visión romántica que presenta el Universo Marvel como un gran sueño que borra cualquier oscuridad. No se me ocurre mejor manera de cerrar una antología situada en este escenario que celebrar su inabarcable vastedad y la huella que puede llegar a dejar sobre aquellos que se adentran en su interior. Es lo que hace Marvel y por eso me gusta tanto su clímax. Esta antología, como cualquier otra recopilación similar, tiene sus altibajos, pero concluye con mucha fuerza, con mucho amor. Justo como se merece una cabecera que lleva la palabra Marvel por título.

Veinticinco años después de asombrar a los lectores de los noventa y hacerles redescubrir el sentido de la maravilla que ofrecían las historias más clásicas del Universo Marvel, el trabajo de Alex Ross en esta miniserie vuelve a transmitir ese mismo sentido de la maravilla, esa misma pasión por lo que el Universo Marvel puede ofrecer cuando se le ofrece libertad creativa a sus artistas y se abraza la riqueza de su extenso pasado. Marvel es una antología como cualquier otra, pero también es la continuación de una filosofía, de una forma de concebir el Universo Marvel desde la pasión más ardiente y el respeto más reverencial. Más de dos décadas y medio después, el sueño sigue estando igual de vigente. Y ojalá siga estándolo por muchos, muchos años más.

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