Cultura mutante es una sección en la que recuperaremos y comentaremos viejos conceptos aparecidos en los cómics de la Patrulla-X a lo largo de los años. En la entrega de hoy: el Virus del Legado.
Entre 1993 y 2001 se narró una de las líneas argumentales más interesantes y, pese a ello, más torpemente desarrolladas de toda la historia de la franquicia mutante: la del Virus del Legado, un patógeno diseñado para afectar a los portadores del gen mutante que con el tiempo mutó hasta adquirir la capacidad de contagiar también a los humanos. Concebido en un laboratorio del lejano futuro y traído al presente por un terrorista llamado Dyscordia, este virus era el siniestro legado que esperaba dejar tras su muerte; un legado de condenación y exterminio para su propia especie. Lo curioso es que el virus apenas alcanzó a unos pocos personajes relevantes. Es cierto que infectó a villanos como Mente Maestra o Pyros, así como a personajes del entorno de la Patrulla-X como Illyana Rasputin, la hermana del Hombre-X Coloso, o el Hombre Múltiple, miembro del grupo gubernamental Factor-X. Sin embargo, la mayoría de sus relativamente escasas víctimas fueron personajes secundarios o directamente desconocidos. Para ser una plaga que asoló a los mutantes durante casi una década dejó pocas víctimas de renombre… y la más importante de todas no la provocó el virus en sí sino su cura. Irónico, ¿verdad?
Mientras se desarrollaba la historia del ficticio Virus del Legado muchos lectores vieron en ella ciertos paralelismos con la epidemia que había afectado al mundo real durante los años anteriores y que había tenido efectos devastadores sobre la comunidad LGBT+: el VIH (virus de la inmunodeficiencia humana), causante del SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). Aunque los métodos de transmisión eran muy distintos, el funcionamiento de ambos virus era similar y hasta algunos de sus síntomas eran parecidos. El hecho de que en los inicios de la epidemia la creencia popular considerase que el VIH sólo afectaba a personas LGBT+, en especial a hombres homosexuales, cuando pronto empezaron a darse también casos entre personas heterosexuales, recuerda a lo que sucedió en los cómics con el Virus del Legado. Al principio el virus parecía afectar sólo a los mutantes, que desde siempre se han usado como una metáfora más o menos evidente de las minorías sociales en el Universo Marvel, hasta que surgió el caso de la primera infección en humanos y con ella la certeza de que la enfermedad podía extenderse también entre la población “normal”.
Nunca he sabido si la intención original de los autores era establecer este paralelismo con el VIH y ahora, más de dos décadas después, comprobarlo resulta muy complicado. La historia del Virus del Legado pasó por las manos de muchos guionistas distintos en una época en la que los editores de la franquicia hacían y deshacían a su antojo, por lo que no me sorprendería que la intención original se perdiese en alguno de esos múltiples cambios de equipo creativo. Lo único que puedo decir es que ni siquiera ahora, tanto tiempo después, me siento cómodo comparando el Virus del Legado con el VIH. Me parece… inapropiado.
Para entender cómo una de las líneas argumentales más desaprovechadas de los cómics de la época acabó asentándose como una suerte de metáfora de una epidemia dolorosamente real es preciso conocer la historia del Virus del Legado, así que vamos a repasarla durante los siguientes párrafos. Quizá eso sirva para poner las cosas en su contexto y hacer que nos replanteemos si es correcto o no considerar que el Virus del Legado es “el VIH de los mutantes”.
Nuestro repaso comienza necesariamente con Dyscordia (Stryfe en el original), un personaje que ejemplifica muy bien el absurdo nivel de complejidad que había adquirido la franquicia mutante en los inicios de la década de los noventa. Dyscordia era un clon de Nathan Christopher Summers, el Hombre-X desplazado en el tiempo conocido como Cable, hijo de Scott Summers, alias Cíclope, y de Maddelyne Pryor, la villana conocida como Reina Duende, que a su vez también era un clon (de la Mujer-X Jean Grey). Durante su infancia, Cable había sido infectado por un peligroso tecnovirus creado por el villano inmortal Apocalipsis y la única esperanza de que sobreviviera era enviarlo al remoto futuro, donde fue criado por una especie de secta religiosa conocida como el Clan Askani. La líder de estos Askani, por cierto, era otra viajera temporal: Rachel Summers, la hermana de Cable procedente de una línea temporal alternativa. El árbol genealógico de los Summers es todo un cachondeo.
Temiendo que el joven Nathan no sobreviviera al tecnovirus, Rachel, más conocida en ese periodo como Madre Askani, ordenó que fuese clonado en un cuerpo libre de virus. Ese clon fue luego secuestrado por los enemigos del Clan Askani, los Canaanitas siervos de Apocalipsis, que en ese lejano futuro había conseguido conquistar el mundo. Mientras el clon crecía bajo el tiránico régimen de Apocalipsis, el Nathan Christopher Summers original vivió bajo la protección del Clan Askani (y de sus padres genéticos, Cíclope y Jean Grey, cuyas mentes fueron desplazadas en el tiempo por motivos demasiado complejos como para explicarlos aquí) y fue entrenado con el objetivo de destruir a Apocalipsis. Con el paso de los años el clon se convirtió en Dyscordia, un villano cruel y lleno de resentimiento, y el original en Cable, el soldado mutante que logró derrotar a Apocalipsis en el futuro y luego viajó a su línea temporal de origen para tratar de hacer lo propio con el Apocalipsis del presente… evitando de esa forma que llegase a existir el oscuro futuro en el que había crecido.
Dyscordia, consumido por el odio hacia su hermano genético, le siguió hasta el presente y reunió a un ejército de mutantes a su servicio, el Frente de Liberación Mutante, al que lanzó una y otra vez contra Cable y sus pupilos de X-Force. Como suele suceder en estos casos de personajes clónicos, durante una larga temporada no estuvo claro cuál de los dos era el original y cuál la réplica. Al principio se insinuó que Dyscordia era el auténtico y Cable el clon… pese a que Cable seguía infectado con el tecnovirus, que mantenía a raya gracias a su poderes telequinéticos, lo cual demostraba que él era el mismo niño que había sido infectado por Apocalipsis en primer lugar.
En fin, con semejante cacao en su historia de origen no es de extrañar que Dyscordia estuviera enfadado con todo el mundo: con su hermano genético Cable, con sus padres genéticos Cíclope y Jean Grey, con su diabólico mentor inmortal Apocalipsis y con todo el que se le pusiera por delante. La culminación de sus planes de venganza llegó durante una saga conocida como La Canción del Verdugo (X-Cutioner's Song en el original), que abarcó doce números y un epílogo a finales de 1992 y principios de 1993. Dyscordia sabía que era probable que no lograse sobrevivir a su enfrentamiento final contra Cable, por lo que ideó un plan de contingencia que asegurase la condenación de toda la especie mutante independientemente de cuál fuera su destino. En efecto, Dyscordia murió durante la conclusión de La Canción del Verdugo (en X-Force #18 USA, publicado en 1993, por Fabian Nicieza y Greg Capullo), pero para entonces ya había dejado preparado su legado para el mundo.
Durante La Canción del Verdugo, Dyscordia había recibido la ayuda del villano experto en manipulación genética Mr. Siniestro a cambio de la promesa de entregarle un contenedor que, según él, albergaba más de dos mil años de investigación sobre el ADN de la familia Summers. Para un genetista como Siniestro, que además estaba obsesionado con el linaje Summers, aquel premio era de un valor incuestionable, así que no había tenido que pensárselo mucho para acceder. Por supuesto, aquel resultó ser un caramelo envenenado. Tras la muerte de Dyscordia, Siniestro se hizo con el ansiado contenedor y lo depositó en manos de uno de sus asociados, un científico mutante llamado Gordon Lefferts. Lefferts usó entonces su poder psiónico para abrir el contenedor, descubriendo que estaba… vacío. Parecía que Siniestro había sido engañado y por eso el villano se alejó del lugar maldiciendo a Dyscordia. Mientras tanto, una ominosa tos empezó a afectar a Lefferts. En efecto, en el interior del contenedor se encontraba el Virus del Legado y Lefferts no sólo sería el responsable de liberarlo sobre el mundo, sino también su primera víctima. Aquel era el auténtico legado de Dyscordia.
¿Por qué dejar una plaga como regalo póstumo? ¿Qué ganaba Dyscordia exterminando a la especie mutante? Un especial titulado Los Archivos de Dyscordia (Stryfe's Strike File USA, 1993) ofreció un vistazo a sus motivaciones. Se trataba de un libro de ilustraciones acompañadas por comentarios realizados por el propio villano, como si aquellos fueran sus auténticos archivos personales. De esta forma, la ficha dedicada a sí mismo incluía estas iluminadoras palabras: “Lo hice sólo por dos razones. Lo hice porque os odio a todos. Y lo hice, finalmente, porque me odio a mí mismo”. El nihilismo que emanaba de esta declaración me impactó mucho la primera vez que leí Los Archivos de Dyscordia. Creo que entiendo al pobre clon de Nathan Christopher Summers: yo también me odiaría a mí mismo si necesitara recurrir a la enciclopedia y a una pizarra cada vez que quisiera explicar de dónde vengo.
Pero en realidad la creación del Virus del Legado no se la debemos a un terrorista del futuro lejano, sino a Fabian Nicieza y a Scott Lobdell, entonces los principales guionistas de la franquicia mutante. Nicieza está acreditado como el creador oficial junto al dibujante Greg Capullo, por ser ambos los encargados del número en el que debutaba el patógeno, el ya mencionado X-Force #18 USA. No obstante, creo que Lobdell tuvo mucho que decir al respecto, ya que fue él quien escribió la primera muerte destacable a causa del virus.
Apenas seis meses después del final de La Canción del Verdugo, la joven Illyana Rasputin, anteriormente conocida como Magik de los Nuevos Mutantes, contrajo el virus. En este periodo de su vida, tras lo sucedido en una saga anterior titulada Inferno, Illyana había retornado a su apariencia infantil, es decir, al aspecto que tenía antes de haber caído en el Limbo, de haberse convertido en la Niña Oscura y de haberse unido a los estudiantes de Xavier bajo el nombre código de Magik. Era, por tanto, una simple niña mutante con escaso control sobre sus poderes y que ya no disponía de su Espada Alma ni de sus dones místicos. Era, en definitiva, la víctima perfecta para generar el mayor impacto posible entre los lectores. Pero antes de eso había que ir preparando el terreno.
En X-Men Annual #2 USA (1993), por Fabian Nicieza y Aron Wiesenfeld, supimos que el virus liberado por Gordon Lefferts se estaba extendiendo y que unos cuantos afectados habían acudido a una clínica dirigida por otro mutante que, en realidad, estaba aprovechándose de ellos para alimentar sus propios poderes. Entre esos pobres desesperados estaba St. John Allerdyce, alias Pyros, antiguo integrante de la Hermandad de Mutantes Diabólicos dirigida por Mística, un villano que ahora se arrepentía de sus actos al ver las terribles lesiones cutáneas que le estaba provocando el patógeno en su imparable avance. Pyros comparaba aquel lugar con una “colonia de leprosos” para mutantes.
Pero Pyros no fue el único personaje en desvelar que se había infectado en aquella historia. También Kwannon, alias Revancha, la ninja que había intercambiado su cuerpo con el de la Mujer-X Mariposa Mental y que ahora permanecía como aliada de la Patrulla-X, era portadora del Virus del Legado. En su caso, las lesiones de su piel afectaban a su pecho y se iban extendiendo a partir de ahí. Supongo que esa imagen podríamos ver cierta similitud con las personas que sufren SIDA, aunque la comparativa es un tanto forzada: las lesiones provocadas por el legado de Dyscordia parecían, efectivamente, producto de la lepra más que del VIH.
En X-Factor #90 USA (1993), por Scott Lobdell y Joe Quesada, el grupo mutante sancionado por el gobierno estadounidense viajaba a la isla nación de Genosha para descubrir que una misteriosa enfermedad estaba diezmando a la numerosa población mutada de la isla. ¿Podría ser una cepa diferente del Virus del Legado? La Doctora Moira MacTaggert, experta en mutación y aliada de la Patrulla-X, se encontraba allí investigando el suceso. Aquello era sospechoso, pero en principio había pocos motivos para pensar que se avecinaba una plaga global. Después de todo, los mutados de Genosha no eran como el resto de mutantes, pues habían pasado por un proceso que los alteraba para convertirlos en esclavos. La enfermedad que sufrían bien podía tener algo que ver con dicho proceso, pero ya sabemos que no era el caso.
En el epílogo de The Uncanny X-Men #300 USA (1993), el Profesor Xavier y Moira MacTaggert se reunían para analizar los datos que habían recogido sobre esa extraña anomalía médica, llegando a la conclusión de que alguien había soltado un virus con alta capacidad para mutar y adaptarse que estaba afectando a la desprevenida población mutante. Ese mismo número ya apuntaba hacia Illyana como una víctima potencial.
Para que los lectores tuviesen claro que la amenaza era real, el anual publicado al mes siguiente nos desvelaba el destino de otro conocido mutante que había contraído el mismo virus. Se trataba de Jason Wyngarde, más conocido como Mente Maestra, integrante de la Hermandad de Mutantes Diabólicos original fundada por Magneto en los primeros tiempos de la Patrulla-X y luego del infame Círculo Interno del Club Fuego Infernal. Wyngarde fue el responsable de corromper al Fénix y desencadenar así a Fénix Oscura oscura sobre el universo, por lo que la mala sangre entre la Patrulla-X y él era patente. Muchos años después de aquello, perseguido por un incansable enemigo y afectado por un virus que lo estaba matando lentamente, Mente Maestra recurrió a la ayuda de los Hombres-X e incluso se disculpó ante Jean Grey por sus acciones pasadas. Tras esa muestra de arrepentimiento, las complicaciones derivadas del virus acabaron con su vida sin que los mutantes de Xavier pudieran hacer nada (The Uncanny X-Men Annual #17 USA, 1993, por Scott Lobdell y Jason Pearson).
Coincidiendo con la publicación de este anual llegó The Uncanny X-Men #301 USA (1993), número en el que Illyana empezaba a mostrar los mismos síntomas que había mostrado Mente Maestra. Lo que había empezado con unas inocentes toses se había convertido ya en una enfermedad debilitante que hizo que la niña se quedase postrada en una cama. Y su estado seguía empeorando con rapidez. Para entonces, Xavier y MacTaggert ya habían unido los puntos y sabían que el origen del virus era Dyscordia.
A pesar de los cuidados de la Patrulla-X, que incluso recurrió a la tecnología alienígena Shi’ar para mantenerla con vida, el estado de salud de Illyana siguió empeorando. La niña murió en The Uncanny X-Men #303 USA (1993), por Scott Lobdell y Richard Bennett. Su muerte no llegó a mostrarse de forma explícita, pero su impactó se dejó sentir a través de aquellos personajes que la habían acompañado en sus últimos momentos, en especial la joven Mujer-X Júbilo. El hermano de Illyana, que se encontraba fuera de la base de la Patrulla-X en una misión destinada a recabar información sobre el virus, descubriría poco después lo que había sucedido y se hundiría en una profunda depresión. Aquello formaba parte de un plan a largo plazo de Scott Lobdell, pues al guionista se le habían metido entre ceja y ceja que Coloso debía sufrir. En poco tiempo, el Hombre-X de la piel de acero orgánico había asistido al suicidio de su hermano mayor Mikhail y al asesinato de sus padres. También había recibido unas severas heridas que le obligaban a mantener su forma metálica sin poder revertir a su forma humana, un cambio que le resultaría difícil en tiempos posteriores. Finalmente, la triste muerte de su hermana pequeña fue la gota que colmó el vaso y lo que le llevó en última instancia a traicionar a la Patrulla-X y a unirse a las filas de los Acólitos de Magneto durante la siguiente gran saga de la franquicia mutante, titulada Atracciones fatales. Esa es otra historia que debemos dejar de lado de momento, pero volveremos a hablar sobre Coloso más adelante, desde luego, ya que su relación con el Virus del Legado aún estaba lejos de haber concluido.
En X-Men #24 USA (1993), por Fabian Nicieza y Andy Kubert, Xavier recurría a la ayuda de Hank McCoy, alias la Bestia, todo un experto en genética y bioquímica mutante, para estudiar el virus. Su conclusión fue que, dadas las propiedades del patógeno, pronto habría muchas más víctimas. Durante los siguientes años la Bestia pasaría la mayor parte de su tiempo encerrado en su laboratorio, tratando sin éxito de encontrar una cura. Es más, sus escasas salidas solían estar relacionadas siempre con el virus. Por ejemplo, en X-Men #27 USA (1993), por Fabian Nicieza y Richard Bennett, él y un grupo de Hombres-X descubrieron el laboratorio de Lefferts, el lugar en el que se había liberado el virus en primer lugar. Poco después, en ese mismo número, acudía en ayuda de la antigua villana mutante Infectia, que tantos problemas le había dado en los tiempos en los que formaba parte de la alineación original de Factor-X. Infectia, una mujer con el poder de alterar patógenos, se había infectado con el Virus del Legado y se estaba muriendo. La Bestia la acompañó durante sus últimos momentos, ignorando el riesgo que suponía para su propia salud. Aquello fue una escena inusualmente bonita e inusualmente triste, además de otro amenazante presagio del aciago futuro que se cernía sobre la especie mutante. Los tebeos de aquella época eran más oscuros de lo que recordamos.
Otro momento interesante llegó en X-Factor #91 USA (1993), por Scott Lobdell y Joe Quesada, cuando durante la misión del grupo en Genosha, Jamie Madrox, alias Hombre Múltiple, se vio obligado a hacerle la respiración boca a boca a un mutado infectado con el virus. Aunque llevaba un traje protector, tuvo que usar su poder para crear uno de sus duplicados para reanimar al mutado. Como resultado de aquel contacto, su duplo contrajo el virus y, al reabsorberlo en su interior, el propio Madrox también fue contagiado. Aquel número resultó especialmente angustioso y evocó los miedos, muchas veces infundados, a entrar en contacto con personas portadoras del VIH. El hecho es que, para ayudar a un inocente que de todas formas estaba condenado, el Hombre Múltiple había firmado su propia sentencia de muerte.
El personaje moriría poco después, en X-Factor #100 USA (1994), por J.M. DeMatteis y Jan Duursema. Pero, como descubrimos unos cuantos años más adelante, para matar a un hombre capaz de crear copias de sí mismo a voluntad iba a ser necesario algo más que una infección.
En X-Men #31 USA (1994), por Fabian Nicieza y Andy Kubert, tendríamos otra muerte a causa del Virus del Legado: la de la mujer conocida como Revancha. Kwannon recurrió a su antiguo amante, Matsu'o Tsurayba, uno de los líderes de la Mano, para que le concediera la piadosa muerte del guerrero antes de que el patógeno que recorría su sistema acabara con ella. Finalmente, atravesada por su propia espada, Kwannon murió en un último estallido de energía telequinética. Sin embargo, para su vergüenza Matsu’o sobrevivió a la muerte de su amada. En X-Men #32 USA (1994), de nuevo por Nicieza y Kubert, Matsu’o intentaría quitarse la vida para reunirse con ella, pero Mariposa Mental, la mujer que ahora habitaba el antiguo cuerpo de Kwannon, se lo impidió. Aquella historia terminó con ambos visitando la tumba de Revancha, cuyo epitafio rezaba “un amor que trascendió cuerpo y alma”.
El giro más inesperado llegaría en Excalibur #80 USA (1994), por Scott Lobdell, Chris Cooper y Amanda Conner. Las pesquisas de Xavier y MacTaggert se habían trasladado a las instalaciones de esta última en la Isla Muir, lugar de residencia del equipo británico Excalibur. Allí descubrieron que un pequeño cambio en la configuración molecular del virus le había proporcionado la capacidad de extenderse entre la población humana, que hasta entonces se creía a salvo de la enfermedad. En ese mismo número supimos que la primera humana infectada había sido la propia Moira MacTaggert. Quizá el hecho de haber dado a luz a un hijo mutante años atrás la había hecho vulnerable a esta nueva variante del virus o quizá fuera debido a haberse expuesto al patógeno en Genosha o durante la autopsia que le realizó a Illyana. Nunca supimos cuál fue el motivo concreto, pero desde ese momento MacTaggert llevaría el estigma de ser la primera humana infectada con el Virus del Legado.
En Excalibur #81 USA (1994), por Scott Lobdell, Chris Cooper, Paul Abrams y Jose Kleber de Moura Jr., Xavier y MacTaggert se tomarían un respiro para procesar esa revelación y viajarían a París para recordar los viejos tiempos en los que ambos habían sido pareja. Viéndolo con perspectiva, ahora aquel viaje me parece una tremenda imprudencia por su parte. En lugar de mantener a Moira en cuarentena tras conocer su infección, Xavier se la llevó a una ciudad con millones de habitantes arriesgándose a extender una enfermedad que, en ese punto, también podía afectar a los humanos. Claro que entonces aún se sabía poco sobre la transmisión del Virus del Legado. De hecho, se creía que para que el patógeno se activara era imprescindible la activación previa de un gen mutante. Gordon Lefferts había contraído el virus al usar su poder psiónico para abrir el contenedor de Dyscordia. Algo parecido había ocurrido con Jamie Madrox, el Hombre Múltiple, que usó su poder de duplicación para generar un duplo que pudiera hacerle el boca a boca a aquel pobre mutado genoshano. Por otro lado, si la Bestia no se había infectado mientras sostenía en sus brazos a la moribunda Infectia fue porque ella había reprimido la activación de sus poderes. Evidentemente, el hecho de que Moira estuviese infectada cambiaba por completo las cosas. ¿Cómo iba a transmitirse el Virus del Legado a partir de entonces si ya no precisaba de ADN mutante ni de la activación de un poder? ¿Podría transmitirse por simple contacto físico? ¿O incluso por el aire? ¿Acaso estaba Moira esparciéndolo por todo París?
La visita a la capital francesa terminó con Xavier besando apasionadamente a Moira y confesándole que, pese al tiempo transcurrido desde su ruptura, una parte de él la seguiría amando para siempre. Aquel momento tan bonito vino acompañado de la inevitable dosis de paranoia. ¿Se había expuesto Xavier al virus al besarla? ¿Estaba en riesgo la vida del fundador de la Patrulla-X? El futuro se presentaba cada vez más inquietante.
En ese punto, la línea argumental del Virus del Legado llevaba poco más de un año en marcha y seguía avanzando a buen ritmo. La amenaza de la epidemia seguía creciendo poco a poco mientras Xavier, la Bestia y Moira MagTaggert buscaban una cura. También Mr. Siniestro, ayudado por una joven protegida recién reclutada, Responso, estaba investigando el virus por su cuenta. Mientras tanto, el patógeno seguía cobrándose nuevas vidas. Su sombra estaba presente a lo largo de toda la franquicia mutante, desde las colecciones principales hasta los títulos menores.
He aquí un ejemplo poco conocido pero muy destacable de una de esas historias publicadas en las cabeceras secundarias: en X-Men Unlimited #8 USA (1995), por Howard Mackie, Tom Grummett y Dan Lawlis, un adolescente llamado Chris Bradley descubría en un corto intervalo de tiempo que no sólo era mutante sino que también había contraído la enfermedad. Rechazado por su mejor amigo, Chris descubrió que la chica que le gustaba le seguía aceptando a pesar de su mutación y del Virus del Legado que infectaba su cuerpo. Aquella era una historia triste, pero a su manera también esperanzadora. El Hombre-X que se acabó convirtiendo en el mentor de aquel joven mutante fue Bobby Drake, el Hombre de Hielo, algo curioso teniendo en cuenta que ya por aquel entonces los lectores empezaban a comparar el Virus del Legado con el VIH y que siempre se había sospechado que Bobby podía ser homosexual (algo que no se confirmaría de forma oficial hasta muchos años después).
Chris se convirtió en objetivo del grupo antimutante conocido como los Amigos de la Humanidad en X-Men Unlimited #15 USA (1997), por Howard Mackie y Duncan Roleau, pero el mutante Christoph Nord, alias Maverick, un antiguo aliado de Lobezno que también estaba infectado por el Virus del Legado (aunque en su caso su factor curativo lo mantenía a raya), le ayudó a escapar y a crearse una nueva identidad. Poco después, el joven recurrió a sus poderes bioeléctricos para luchar contra el crimen como parte de una olvidada alineación de los Nuevos Guerreros (New Warriors #1 USA, 1999, por Jay Faerber y Steve Scott) que apenas duró diez números. Finalmente, se reencontró con Maverick, en ese momento convertido en el Agente Zero por el Programa Arma-X, una organización cuyo objetivo era usar a mutantes como armas biológicas. Por desgracia, Chris no sobrevivió a la pelea contra su antiguo protector (Weapon X #21 USA, 2004, por Frank Tieri y Roger Robinson).
Pero volvamos al objeto principal de este texto, que es la historia del Virus del Legado. La habíamos dejado en 1995, momento en el que parecía que había ganado tracción y se dirigía hacia alguna parte. Todas las colecciones apuntaban hacia un oscuro destino para la especie mutante, pero entonces… la línea argumental empezó a estancarse. Los dos siguientes eventos de la franquicia, La Alianza Falange y La Era de Apocalipsis, acapararon todo el protagonismo a lo largo de los diferentes títulos, relegando al Virus del Legado a un argumento de fondo. Había que tomar medidas para recuperar el interés sobre esta línea argumental y los autores de la franquicia tuvieron la idea de retomar lo sucedido con Moira MacTaggert. Justo al finalizar La Era de Apocalipsis, la saga mutante que arrasó en ventas durante verano de 1995, se publicó un número especial que serviría para establecer el panorama de la franquicia durante los meses posteriores. Lobdell y Nicieza se encargaron de escribirlo, mientras que los artistas Bryan Hitch, Jeff Matsuda, Gary Frank, Mike McKone, Terry Dodson, Ben Herrera y Paul Pelletier serían los responsables del dibujo.
En aquel especial, la infección de MacTaggert se hacía pública en contra de su voluntad. La periodista Trish Tilby, por entonces pareja de la Bestia, fue la responsable de filtrar la noticia, lo que le confirió gran éxito profesional pero estuvo a punto de destruir por completo su relación con Hank McCoy. Aunque no se conocían más casos similares, saber que el Virus del Legado había infectado a una humana provocó lo esperable: oleadas de odio antimutante por todo el mundo. Un joven mutante llamado Dennis Hogan, que había contraído la enfermedad, se dirigía hacia el Instituto Xavier en busca de ayuda cuando la noticia desvelada por Trish Tilby llegó a la televisión. El virus le había debilitado y hacía que le resultase difícil controlar su poder mutante, que le hacía adquirir un aspecto reptiliano. Al descubrir su naturaleza, un grupo de humanos lo apaleó hasta la muerte muy cerca de la base de la Patrulla-X. Pese a la llegada de Xavier y sus pupilos, Dennis moría en los brazos del Profesor X, augurando la llegada de una época de gran violencia para su especie (X-Men Prime #1 USA, 1995).
Aquel parecía un punto de arranque lo bastante potente y dramático como para volver a situar a los lectores, que se habían pasado los meses anteriores inmersos en la realidad alternativa de La Era de Apocalipsis. El problema es que la franquicia tenía demasiados frentes abiertos y demasiadas líneas argumentales a la espera de una conclusión. Teníamos a Lobezno regresando a una forma cada vez más animal después de que Magneto le arrancara el adamantium del esqueleto, a un infantilizado Dientes de Sable viviendo en el Instituto Xavier después de que Lobezno le atravesara el cerebro con sus garras de hueso, a Gambito en coma después de que se besara por primera vez con Pícara y esta absorbiera sus recuerdos más secretos, al Hombre de Hielo intentando superar que la Reina Blanca había controlado su cuerpo y le había mostrado facetas nunca antes vistas de su poder, a varios exiliados de la Era de Apocalipsis que habían logrado escapar de su línea temporal y se habían trasladado a nuestro presente… y además se estaba gestando la siguiente gran saga, que no sólo afectaría a los mutantes sino a todo el Universo Marvel: la Saga de Onslaught. Es más, incluso se estaban dando ya las primeras pinceladas de lo que sería la saga que vendría después de esa, Operación: Tolerancia Cero.
¿Dónde dejaba todo eso a la historia del Virus del Legado? Pues de nuevo como un argumento de fondo que se iba arrastrando por pura rutina sin que se produjeran grandes avances. La principal evidencia de aquel estancamiento fue que el número de víctimas del virus se frenó de golpe tras 1995. Además, los siguientes mutantes en adquirir la enfermedad eran personajes de segunda o tercera fila: personajes como la mujer felina Feral o el joven genoshano Abismo importaban más bien poco a los lectores y la amenaza de su posible fallecimiento carecía del impacto que habían tenido las muertes de Illyana y de Revancha, por ejemplo.
Aún así, The Uncanny X-Men #326 USA (1995), por Scott Lobdell y Joe Madureira, ofrecía una lectura muy interesante sobre el Virus del Legado. En ese número, la Bestia compartía sus hallazgos sobre el patógeno en una conferencia con representantes de las Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud. Su intervención era interrumpida por el Profesor Xavier, que cuestionaba sus pruebas y ponía en duda su alarmismo. En realidad aquello era un teatrillo cuidadosamente estudiado para poner freno al temor de la sociedad, que se había descontrolado después de que se hiciera pública la primera infección en humanos. No obstante, algunos de los puntos de Xavier merecían ser tenidos en cuenta, como el hecho de que los datos de la Bestia se basaban en apenas un puñado de casos aislados o que la infección de Moira MacTaggert podía haberse debido a su exposición continuada a los pacientes a los que había tratado y no a la existencia de una nueva cepa. Dichos argumentos no carecían de verdad, pero minimizaban considerablemente el problema para evitar un pánico global. Eso enfureció a la representante de Genosha, que proclamó que en su país habían muerto más de trescientos mutados a causa de una de las variantes del virus. La respuesta que se le ofrecía era que no había forma de saber si la enfermedad que sufrían los mutados era consecuencia del proceso de transformación al que habían sido sometidos por el anterior gobierno de la isla, lo que era una mentira... y Xavier lo sabía. Aunque sus intenciones eran buenas, aquella intervención supuso una gran carga para él y le hizo cuestionarse su rumbo de acción.
Mientras tanto, Moira MacTaggert veía la conferencia desde la Isla Muir y ponía en duda lo que los datos habían dicho sobre el Virus del Legado hasta ese momento. Según decía, más que comportarse como un virus, el patógeno parecía actuar como un “gen de diseño”. Esto implicaba que el Virus del Legado no funcionaba según lo que se podía esperar por su biología, sino que cumplía una función preprogramada. La naturaleza de dicha función seguía siendo un misterio, pero Rondador Nocturno afirmaba que quizá la intención real de Dyscordia no era liberar una enfermedad letal para la especie mutante, sino simplemente extender el miedo, la desconfianza y la paranoia por el planeta. Si aquel era el caso, los cómics de la franquicia no llegaron a confirmarlo nunca.
Las colecciones siguieron publicándose mientras la línea argumental del Virus del Legado se iba relegando más y más a un segundo plano. Aquella historia se había ido convirtiendo en algo familiar, en una más de las muchas amenazas terribles que se cernían sobre la especie mutante en aquellos tiempos. Los Amigos de la Humanidad, el misterioso Onslaught, el aún más misterioso Bastión, los exiliados de la Era de Apocalipsis, el Virus del Legado… todos esos peligros sobrevolaban el panorama, pero el único que no parecía avanzar era el virus. Apenas se produjeron nuevas infecciones y el único infectado que solía aparecer de vez en cuando era Pyros, cada vez en peor estado físico y con menor control sobre sus poderes de manipulación flamígera. Lo vimos, entre otros, en The Uncanny X-Men #338 USA (1996), por Scott Lobdell, Joe Madureira y Salvador Larroca, en The Uncanny X-Men #351 USA (1997), por Steve Seagle y Ed Benes, y en The Uncanny X-Men #362 USA (1998), por Steve Seagle y Chris Bachalo.
El problema de dejar la historia estancada durante tanto tiempo es que se perdió la sensación de temor y opresión que causó al principio. Mencionar el Virus del Legado pasó a ser algo rutinario, un recordatorio periódico para que los lectores no olvidasen que seguía estando por ahí. Incluso el hecho de que la Bestia estuviese encerrado en su laboratorio buscando la cura se convirtió en un recurso tan repetido que empezaba a costar tomárselo en serio. Para los que seguíamos las cabeceras mutantes durante aquellos años, ver a la Bestia llevando a cabo su ocasional salida del laboratorio para quejarse sobre lo retorcido que era el dichoso virus había adquirido la categoría de meme. Ni siquiera sus propios compañeros de la Patrulla-X parecían tomarse muy en serio el compromiso de su colega y, desde luego, no lo echaron mucho de menos durante su enclaustramiento. Tanto es así que cuando el pobre Hank fue secuestrado y sustituido por uno de los exiliados de la Era de Apocalipsis, su doble malvado de aquella realidad conocido como la Bestia Oscura, los Hombres y Mujeres-X no se percataron de que les habían dado el cambiazo (X-Men Unlimited #10 USA, 1996, por Mark Waid, Frank Toscano y Nick Gnazzo). Con el auténtico Hank McCoy encarcelado y su doble usurpando su puesto en el Instituto Xavier, la búsqueda de una cura para el Virus del Legado se olvidó durante una larga temporada.
En verano de 1996 la historia del Virus del Legado ya llevaba tres años en marcha, pero los mutantes estaban demasiado ocupados con la Saga de Onslaught como para prestar atención al patógeno. Con Xavier bajo custodia gubernamental (X-Men #57 USA, 1996, por Scott Lobdell y Andy Kubert) después de lo sucedido con el villano, que dejó al Universo Marvel sin Vengadores ni Cuatro Fantásticos durante un año entero, otro de los puntales de la historia del virus salió del tablero.
Al año siguiente sí tuvimos una historia en la que el virus tuvo cierta importancia, aunque fuera tangencial. Entre X-Men #62 USA (1997) y X-Men #64 USA (1997) se publicó una historia en tres partes escrita por Scott Lobdell y Ben Raab y dibujada por el añorado Carlos Pacheco, que hacía su debut en la cabecera. En dicha historia la Patrulla-X se veía inmiscuida en un conflicto entre Sebastian Shaw, antiguo líder del Club Fuego Infernal, y Wilson Fisk, antiguo Kingpin del crimen de Nueva York. Ambos villanos estaban compitiendo para desarrollar su propia cura del Virus del Legado con la intención de sacar grandes beneficios económicos de la empresa. Ayudados por Shang-Chi, el maestro de las artes marciales del Universo Marvel, los mutantes acudían al rescate de uno de los suyos, Bala de Cañón, que iba a ser utilizado como conejillo de indias de la posible cura. La portada de X-Men #64 USA nos preguntaba lo siguiente: “¿Debe morir un Hombre-X… para curar el Virus del Legado?”, una cuestión muy interesante teniendo en cuenta quién escribió esta historia y lo que pasaría unos años después, como veremos más adelante. No obstante, en esta ocasión Tormenta decidió destruir la posible cura antes de que se le inyectara a Bala de Cañón. Era preferible sufrir los estragos de la enfermedad que dejar que la cura fuera propiedad de unos hombres de negocios sin escrúpulos, o eso parecía transmitir aquella conclusión. ¿Una crítica más o menos velada a las farmacéuticas? Quién sabe.
Durante el año siguiente los mutantes estarían ocupados con Operación: Tolerancia Cero, por lo que tampoco se producirían nuevos avances en la historia. Llegados a ese punto, los equipos creativos empezaron a cambiar. Las idas y venidas de los siguientes guionistas relegaron al olvido cualquier intención o plan original que tuviesen Fabian Nicieza y Scott Lobdell. Me atrevería a decir que ninguno de los autores posteriores tenía claro qué hacer con esa delicada línea argumental, así que hicieron lo más prudente que se podía hacer: ignorarla. Los pocos que no la ignoraron se dedicaron a dar vueltas en círculos sin avanzar en ninguna dirección.
Por ejemplo, en Excalibur #115 USA (1997), por Ben Raab y Mel Rubi, MacTaggert decidía que el virus de su interior era demasiado peligroso como para seguir exponiendo a sus aliados de Excalibur y se encerraba en una cámara de cuarentena sellada bajo las instalaciones de la Isla Muir. Sus investigaciones sobre el Virus del Legado le habían hecho llegar a la conclusión de que el patrón de dispersión del patógeno no seguía ninguna lógica. Los infectados a los que había estudiado no tenían ningún rasgo en común y eso significaba que el virus infectaba a los sujetos al azar. Esta revelación continuaba aquella idea de que la enfermedad era, en efecto, producto de un “gen de diseño” creado en un laboratorio. Por tanto, no había forma de predecir quién podría ser su siguiente víctima y, ya que al parecer el virus podía transmitirse por el aire, cualquier humano o mutante a su alcance podría contraerlo. La única solución era que Moira se encerrase en una cámara aislada hasta encontrar una cura. Incapaz de soportar que su madre adoptiva pasara la cuarentena en soledad, Rahne Sinclair, más conocida como Loba Venenosa de los Nuevos Mutantes, decidió encerrarse con Moira. Aquella decisión resultó ser mucho más dramática de lo necesario, pues apenas cinco números después (Excalibur #120 USA, 1998, también por Raab y Rubi), MacTaggert afirmó que necesitaba tomarse un descanso de la cuarentena, así como una temporada sabática de su búsqueda de la cura, y salió de su encierro como si nada. Aquello me pareció totalmente inexplicable y todo un ejemplo de que los autores no sabían qué hacer con ese argumento del virus que se les había quedado enquistado.
Llegamos a 1998. Habían pasado cinco años desde que el legado de Dyscordia se extendiese por el mundo y nada parecía indicar que la historia estuviese progresando. La búsqueda de una cura había quedado en suspenso, la condición de MacTaggert no parecía empeorar y no había surgido ningún nuevo caso digno de mención. Los autores iban y venían y los arcos argumentales se iban sucediendo: La búsqueda de Xavier, La guerra de Magneto, Los Doce… A principios de 2000, el veterano guionista Chris Claremont, el Patriarca Mutante que se había encargado de escribir las principales colecciones de la franquicia durante más de tres lustros hasta que los dibujantes estrella de los noventa le robaron la cabecera de la mesa, regresó para promover un gran relanzamiento de las series relacionadas con la Patrulla-X. Pero, ay, fue un relanzamiento fallido, pues fracasó en su intento de recapturar el desgastado interés de los lectores.
No obstante, fue Claremont, el auténtico protector de la historia mutante, quien retomó la historia del Virus del Legado para conducirla hacia su conclusión definitiva. En The Uncanny X-Men #388 USA (2000), por Claremont y Salvador Larroca, arrancó una pequeña saga titulada El fin del sueño en la que la terrorista metamorfa Mística y su reconstruida Hermandad de Mutantes Diabólicos atacaban las instalaciones de la Isla Muir para robar la investigación de Moira MacTaggert. Su objetivo era usar esos datos para crear una nueva cepa del Virus del Legado que afectase sólo a los humanos. El ataque de la Hermandad hirió gravemente a Moira y provocó la pérdida de todos los datos que había acumulado durante los años anteriores. Aunque la Patrulla-X logró evitar el plan de Mística (en realidad fue su antiguo aliado Pyros, que se sacrificó para frustrarlo), ya era demasiado tarde para salvar a Moira. MacTaggert iba a morir y, si ella desaparecía, la posibilidad de encontrar una cura para el legado de Dyscordia desaparecería con ella.
En X-Men #108 USA (2000), por Chris Claremont, Leinil Francis Yu y Brett Booth, Xavier se comunicaba telepáticamente con la moribunda Moira, descubriendo que había logrado encontrar la ansiada cura. Su antigua amante ya no podía ser salvada, pero su conocimiento acerca de la cura podía ser preservado mediante la telepatía. Mientras su cuerpo moría, Moira descargó sus hallazgos en la mente de Xavier, que se sintió tentado de seguir a su antigua pareja hacia la muerte. Aquella historia no estuvo mal y, lo que es más importante, supuso un gran avance para esta línea argumental tras varios años de estancamiento. Desafortunadamente, no fue Claremont el encargado de cerrarla de forma definitiva: los editores decidieron traer de vuelta a Scott Lobdell para que pusiese fin de una vez por todas a la historia del Virus del Legado… y el resultado fue una de las historias más odiadas e impopulares de aquella época.
Así llegamos a The Uncanny X-Men #390 (2001), número guionizado por Scott Lobdell y dibujado por Salvador Larroca. Después de que Xavier traspasara la información de la mente de Moira a la Bestia (no la Bestia Oscura, sino el Hank McCoy de siempre), el Hombre-X azulado volvió a encerrarse en su laboratorio para replicar el último descubrimiento de su colega y sintetizar de una vez la cura del Virus del Legado; cosa que lograba en las primeras páginas. A continuación, el número pasaba a recapitular la historia del virus a través de la explicación que ofrecía la Bestia a sus compañeros. Después de todo, habían transcurrido casi ocho años desde la primera aparición del legado de Dyscordia y seguramente había lectores que ni siquiera conocían el virus ni al responsable de su liberación. Ese fue también el primer momento en el que la comparación con el VIH apareció de forma explícita en el texto, quizá como parte de un intento del guionista por aumentar la solemnidad de sus palabras.
La Bestia explicaba entonces que el Virus del Legado procedía del futuro y había sido liberado por Dyscordia como parte de un plan de venganza que sólo un loco podría entender. El virus era una especie de caballo de troya, un patógeno que se transmitía por el aire y que se unía a un segmento de la cadena de ADN común a humanos y mutantes a la espera de detectar la activación de un gen mutante. Si detectaba el uso de un poder mutante, el virus abandonaba su forma latente y provocaba una cascada de reacciones químicas en el cuerpo del portador que interfería en la replicación de nuevas células sanas y causaba los síntomas de la enfermedad. Moira había buscado una cura que evitase ese proceso durante mucho tiempo, pero no había dado con la respuesta hasta que Mística apareció en su puerta queriendo retorcer el virus para que afectase sólo a los humanos. Había hecho falta una terrorista loca para que pudiese observar el virus desde la perspectiva de Dyscordia, otro terrorista loco, y eso es lo que le había permitido encontrar la cura. El problema era que, igual que el virus necesitaba la activación de un gen mutante para abandonar el estado latente y activarse, la cura también necesitaba detectar el uso de un poder para que fuese efectiva… y, al hacerlo, mataría de forma inevitable a su portador. Recordemos a Gordon Leffert, la primera víctima, y cómo la activación de su poder psiónico había dado inicio a la epidemia. Para liberar la cura, ese momento debía replicarse y otro mutante debía morir.
Aquella no era la explicación más verosímil desde el punto de vista biológico, desde luego, pero fue la única explicación que tuvimos. Si bien la idea de que la cura fuera tan letal como el propio virus parecía una jugada maestra de gran maldad, en el fondo era un movimiento bastante absurdo, ¿no? ¿Es posible que Dyscordia creyese que ningún mutante iba a ofrecerse voluntario para salvar al resto de su especie? ¿Acaso no conocía a la Patrulla-X? ¿Es que no había sido testigo del complejo de mártires de muchos de sus integrantes?
En cualquier caso, el resto del número era un auténtico despropósito. Tras llegar a la conclusión de que la cura que había obtenido era letal, la Bestia decidía extraer una dosis y guardarla en un refrigerador de su laboratorio bajo la atenta mirada de su compañero Coloso. ¿Recuerdas a Coloso? ¿El Hombre-X cuya hermana pequeña había muerto por el Virus del Legado? ¿El mismo Hombre-X que había perdido a toda su familia y se había sumido en la depresión? ¿El que llegó a abandonar a la Patrulla-X para dejar atrás todo el dolor que arrastraba? Pues aquí es donde vuelve a entrar en escena. La Bestia había dejado la cura letal justo a su alcance en una escena que, leída hoy en día, me parece bastante irrisoria por lo evidente y predecible que es.
Mientras sus compañeros procesaban el fracaso de la cura jugando un partido de baloncesto (¡sí, en serio!), Coloso se quedaba en el laboratorio observando la jeringuilla, pensando que no era mala idea entregar su vida si a cambio nadie más tenía que morir como había muerto Illyana, su querido copito de nieve. No había podido hacer nada por su hermana pequeña, pero podía hacer algo por todos los demás infectados. Como decía antes, los Hombres-X tienen un marcado complejo de mártires; les gusta cargar con el dolor ajeno sobre sus hombros. Finalmente, para sorpresa de nadie, el ruso de la piel de acero orgánico se inyectó la cura y activó su poder mutante, activando a su vez el antídoto del Virus del Legado y liberándolo a la atmósfera. Un instante después caía al suelo sin vida y sin que sus compañeros pudieran hacer nada por reanimarle.
Su sacrificio quedaba rematado por una repetición de las palabras que pronunció muchos años atrás, durante su primera aparición en el mítico Giant-Size X-Men #1 USA (1975), de Len Wein y Dave Cockrum, cuando decidió abandonar su hogar en Rusia para hacer el bien junto a la Patrulla-X. Una vez más, esa era la manera de Scott Lobdell de añadir grandilocuencia a un momento que carecía de ella. La de Coloso había sido una muerte predecible y ridícula, amparada en una excusa bastante peregrina. Lo que me resulta más terrible es que suponía también la culminación de ese empeño por parte del guionista de hacer que el ruso sufriera. Había matado a su hermano, había matado a sus padres, había matado a su hermana… y ahora Lobdell completaba su inexplicable venganza contra la familia Rasputin enviando al propio Coloso a la tumba.
La antigua pareja de Coloso, Kitty Pryde, alias Gatasombra, se despedía de él en un número sorprendentemente bonito en el que llevaba sus cenizas de vuelta a la granja siberiana en la que se había criado (X-Men #110 USA, 2001, por Scott Lobdbell y Leinil Francis Yu). Debo reconocer que aquella despedida le quedó bastante bien a Lobdell, aunque quizá el contraste con el despropósito de la muerte de Coloso la haya magnificado un poco en mi memoria. ¿Sería esta la historia que siempre quiso contar el guionista? ¿Sabía que la historia del Virus del Legado iba a terminar así desde el momento de su concepción? ¿La cura iba a costarle la vida a un Hombre-X? ¿A Coloso? Tiene sentido, teniendo en cuenta todo lo que sabemos, pero tengo mis dudas. Después de varios años y de muchos guionistas distintos tratando con el Virus del Legado, es más probable que Lobdell tuviese que improvisar una conclusión con los personajes que tenía más a mano. La casualidad quiso que Coloso volviese a la Patrulla-X después del cierre de la colección de Excalibur un tiempo antes y el resto es historia. De esta forma se cerró la línea argumental y el asunto del Virus del Legado se dio por zanjado… aunque no del todo.
Resulta que la propagación de la cura tuvo efectos inesperados. Algún tiempo antes, durante La guerra de Magneto, las Naciones Unidas habían tenido la brillante ocurrencia de entregarle la soberanía de la isla nación de Genosha al Amo del Magnetismo. Tenían la esperanza de que la guerra civil y la epidemia del Virus del Legado que se estaba cebando entre los mutados genoshanos mantuvieran a Magneto alejado de sus planes de conquista durante mucho tiempo. Y así fue, hasta que, gracias al sacrificio de Coloso, cientos y cientos de mutados moribundos recuperaron de golpe la salud. En menos de un día, Magneto se encontró con un descomunal ejército de mutados leales a su causa y dispuestos a llevar la guerra hasta los humanos que los habían esclavizado (X-Men #111 USA, 2001, por Scott Lobdell y Leinil Francis Yu). Y eso también tuvo consecuencias, por supuesto, aunque tendremos que dejarlas para otra ocasión porque se alejan de nuestro relato de hoy.
Lo que sí podemos hacer son algunas matizaciones sobre las muertes de Moira MacTaggert y Coloso, pues revisiones de guionistas posteriores cambiaron la historia que conocíamos. En cuanto a Coloso, cuyas cenizas suponíamos que estaban descansando en las tierras de su añorada granja, podríamos comentar que en realidad nunca fue incinerado. Un alienígena llamado Ord se hizo con su cadáver y usó su avanzada tecnología para revivirlo, usándolo luego como sujeto en los experimentos de una científica humana, la Doctora Kavita Rao, para conseguir una cura para el gen mutante. La Patrulla-X acabaría encontrándole y liberándole, lo que propició uno de mis momentos favoritos de la historia de la franquicia: la escena en la que una sorprendida Gatasombra se reencontró con su antiguo amor, al que creía muerto (Astonishing X-Men #6 USA, 2004, por Joss Whedon y John Cassaday). La propia Kitty se encargaría de recriminarle poco después que no sólo había llorado su muerte, sino que creía había esparcido sus cenizas por Siberia. Verle de nuevo removió muchos sentimientos que creía superados, dando lugar a una buena dosis de melodrama para disfrute de los lectores.
También acabarían regresando los hermanos de Coloso. Primero Mikhail, con quien de hecho tuvo ocasión de reencontrarse antes de aplicarse la cura del Virus del Legado. Unos años después regresó también Illyana, primero como una réplica sin alma de la Niña Oscura, su aspecto demoníaco del Limbo. Algún tiempo después, tras recuperar su alma, Illyana volvió a ser Magik y regresó junto a los Hombres-X para hacer equipo con su hermano. Hoy en día, y para desasosiego de Lobdell, la familia Rasputin goza de un buen estado de salud. Ya sabemos que en el Universo Marvel la muerte no es más que un estado transitorio.
En 2019, casi veinte años después de la muerte de Moira MacTaggart, el guionista Jonathan Hickman orquestó un complejo plan para relanzar la franquicia mutante con Moira como eje central. Su propuesta, que obtuvo un gran éxito tanto de crítica como de público, se basaba en gran medida en la retrocontinuidad: revelaba que Moira siempre había sido mutante y que tenía el poder de reencarnarse en sí misma después de morir, reiniciando así su línea temporal, volviendo a ser un bebé y teniendo la oportunidad de revivir su vida mientras disponía de todo el conocimiento acumulado en sus vidas anteriores para alterar los acontecimientos. De esta forma, Moira había previsto el fin de la especie mutante y había tramado una compleja conspiración junto a Xavier y Magneto para evitarlo. Parte de esa conspiración requería fingir su propia muerte, por lo que la Moira que murió en aquel ataque de Mística a la Isla Muir era en realidad una réplica construida usando tecnología Shi’ar (Powers of X #6 USA, 2019, por Jonathan Hickman, R.B. Silva y Pepe Larraz).
Supongo que Hickman, embelesado como estaba con su gran e inteligente plan, no se paró a plantearse las preguntas que yo voy a plantear ahora. Si Moira siempre fue mutante en secreto, ¿eso quiere decir que el Virus del Legado nunca fue capaz de infectar a los humanos? Si su caso no fue más que el de otra mutante que había contraído la enfermedad, ¿entonces el temor a que el patógeno se extendiera entre la población humana siempre fue infundado? ¿Y tanto Xavier como Moira, conociendo la verdad como la conocían, lo permitieron? Recordemos que aquella mentira provocó muertes. Podríamos volver la vista atrás hasta el desafortunado Dennis Hogan, que había sido asesinado por un grupo de humanos que temían que pudiese extender el Virus del Legado. ¿Sabía entonces Xavier, mientras sostenía su cadáver maltrecho, que había muerto por una mentira? Supongo que Hickman nunca se lo planteó y, si lo hizo, no le dio importancia.
Al reescribir la historia de Moira, de forma involuntaria estaba reescribiendo también parte de la historia del Virus del Legado, robándole así parte del sentido que le habían infundido los autores anteriores. Si Moira era mutante y el virus del legado no se había extendido entre los humanos, ¿acaso la Bestia no se habría dado cuenta después de tantos años encerrado en su laboratorio investigando la enfermedad? ¿Todas las muestras y pruebas que había estado estudiando eran falsas? ¿Habían sido manipuladas desde el principio? Cuando Mística y su Hermandad de Mutantes Diabólicos atacaron la Isla Muir para robar la investigación de Moira y liberar su propia cepa del virus modificada para afectar a los humanos, ¿no descubrieron que en realidad no había pruebas de que el virus hubiese infectado a humanos? ¿Y cómo consiguieron modificar el virus a partir de premisas falsas? En fin, podríamos seguir así un buen rato.
El gran problema de los guionista que recurren a la retrocontinuidad para reescribir la historia de un personaje es que se creen que están trabajando con la delicadeza de un cirujano que maneja un escalpelo, pero en realidad están machacando años y años de historias pasadas con un martillo pilón. Y cuando más preguntas te plantees sobre ellas, más agujeros encontrarás en su propuesta. Es lo que me pasa a mí con Hickman y con sus “brillantes” ideas sobre los mutantes.
Quizá soy un poco ingenuo, pero creo que las historias pasadas, las que se han ido acumulando con los años, las que dan forma a la continuidad independientemente de que sean mejores o peores… tienen valor. Los guionistas que vengan después deberían respetar a sus predecesores construyendo sus propuestas sobre las historias que estos les habían dejado… no a pesar de ellas. La resurrección de Coloso no le restó validez a la historia de su muerte. Quizá un poco a la de Kitty esparciendo unas cenizas que en realidad no eran las suyas, pero no a la de su sacrificio para curar el Virus del Legado. Su resurrección se construyó en base a ese sacrificio, de hecho. En cambio, la reinvención de Hickman le restó toda la validez a la muerte de Moira. Si Xavier sabía que Moira era mutante y formaba parte de su secreta conspiración, ¿a qué vino tanta tristeza mientras su antigua amante se moría en sus brazos durante El fin del sueño? ¿Por qué llegó a plantearse acompañarla en la muerte si aquello no era más que una ficción para que la verdadera Moira pudiese seguir operando en secreto? Llámame ingenuo, pero los guionistas que se creen que su continuidad es mejor que la de los demás no me gustan.
Pero ahora sí que nos hemos desviado demasiado y es necesario que volvamos a nuestro relato sobre el Virus del Legado. Es cierto que la historia del legado de Dyscordia se dio por concluida en 2001, pero ha habido unas cuantas menciones al virus en años posteriores y al menos dos ocasiones en las que el patógeno tuvo cierta importancia en otras historias.
Por ejemplo, durante Invasión Secreta, el evento en el que una secta de alienígenas Skrull atacaba el planeta, los mutantes convirtieron el dichoso virus que tantos problemas les había dado… ¡en un arma! Aunque la participación de la Patrulla-X en Invasión Secreta fue casi testimonial, eso no les impidió tener su inevitable encontronazo con los extraterrestres metamorfos como el resto del Universo Marvel. Mientras los Vengadores se ocupaban del problema principal en Nueva York, un grupo de Super-Skrulls capaces de imitar sus poderes mutantes atacaron a los Hombres-X, que entonces residían en San Francisco. La Bestia pronto descubrió que los Super-Skrulls eran vulnerables a las mismas cosas que afectaban a los mutantes, por lo que podían contraer el Virus del Legado. Ni corto ni perezoso, Cíclope pensó que la forma más eficaz de derrotar esa amenaza era untarse muestras del Virus del Legado en el uniforme y dejarse capturar por las alienígenas, que enfermaron de inmediato y tuvieron que rendirse (Secret Invasión: X-Men #4 USA, 2008, por Mike Carey, Cary Nord y Miguel Ángel Sepúlveda). Un plan sin fisuras, claro que sí. Imagina que un grupo de soldados se impregnaran de ébola antes de dejarse capturar por las fuerzas enemigas. ¿Qué es lo peor que podía pasar?
La siguiente aparición del Virus del Legado fue bastante más seria. La Liga Sapiens, un grupo antimutante que estaba siendo manipulado por Bastión, quien en su tiempo había liderado la Operación: Tolerancia Cero, diseñó una nueva cepa del patógeno capaz de sobrecargar los poderes de cualquier mutante y convertirlo así en una bomba viviente. La Liga Sapiens, bajo las órdenes de una terrorista conocida como la Reina Leprosa, secuestró a varios mutantes y los infectó con esta variante para provocar el caos. Los semidesconocidos Pozo Febril, antiguo miembro de un grupo llamado Gene-Nación, y Bella Durmiente, de los Morlocks que vivían bajo Manhattan, perdieron la vida cuando el virus los hizo detonar. Boom-Boom, Infernal y Tensión, todos ellos antiguos estudiantes de Xavier, fueron oportunamente rescatados por el grupo de operaciones encubiertas X-Force (X-Force #13 USA, 2009, por Craig Kyle, Chris Yost y Clayton Crain).
Aquella no fue la única vez que una organización humana trataba de recrear el Virus del Legado o de fabricar un nuevo virus que pudiese ser empleado contra los mutantes, pero sin duda fue la que más impacto tuvo. Claro que siempre que un científico crea un virus con el objetivo de usarlo contra los mutantes lo primero que pensamos los lectores es en el Virus del Legado, incluso cuando ambos patógenos no tienen relación.
Más allá de alguna que otra mención ocasional, lo cierto es que el virus no ha vuelto a dejarse ver. Estas dos fueron las últimas ocasiones en las que desempeñó un rol destacable… y ya ha pasado mucho tiempo desde entonces. Han pasado casi quince años desde la última vez que el Virus del Legado tuvo algo de importancia en la franquicia mutante y más de veinte desde que se dio por concluida aquella historia con la liberación de la cura. Sin embargo, de vez en cuando a alguien se le ocurre publicar algún artículo en el que, por supuesto, compara este virus ficticio con el VIH. Yo mismo lo he estado haciendo en los párrafos anteriores. ¿Pero es correcto? Ya hemos visto que las similitudes con el VIH no fueron tan numerosas ni tan evidentes como parecía y que, de hecho, la comparación sólo se hizo explícita en una única ocasión. Es más, diría que el empleo de la metáfora no sirvió para concienciar acerca de la problemática derivada del VIH sino para aprovecharse del temor que provocaba el SIDA en aquellos años. Creo incluso que la fatídica historia de la cura partía de una cierta desconfianza hacia las vacunas: ¿de qué otra forma se puede interpretar la idea de que una cura resulte ser tan letal como la enfermedad que pretende tratar… salvo desde el temor hacia la ciencia médica? Con esto no pretendo afirmar que Lobdell sea un antivacunas ni nada por el estilo, pero su propuesta me parece conceptualmente problemática.
Estamos en 2023 y, por suerte o por desgracia, todos sabemos lo que es vivir una auténtica pandemia global. La mayoría de nosotros hemos pasado por la experiencia de haber estado confinados o de haber tenido que hacer cuarentena. Muchos nos hemos contagiado o conocemos a alguien que ha estado contagiado. Algunos hemos perdido a amigos y familiares a causa de un virus. En la era posterior al COVID-19 todas estas historias sobre enfermedades contagiosas y virus letales se interpretan de una manera diferente, más crítica. Con más delicadeza, quizá. La historia del Virus del Legado no es una excepción.
En mi caso, haber pasado por la pandemia me hace sentir una empatía muy intensa hacia las personas que han tenido que vivir algo similar. Contraer el VIH a finales de los ochenta o principios de los noventa tuvo que ser algo terrorífico: apenas se sabía nada sobre el virus y la respuesta ante los enfermos era de rechazo absoluto. En parte era por temor al contagio y, en parte, porque mucha gente culpaba a las personas seropositivas de su estado. Cuando los casos empezaron a extenderse entre la población LGBT+, la respuesta general de la población fue culpar a las personas LGBT+ por su estilo de vida. Hubo quien proclamó que el virus era una especie de castigo divino por su pecados y también quién creyó que se trataba de una enfermedad creada de forma artificial en un laboratorio para que acabara con todos esos individuos “problemáticos”. Por otro lado, la investigación lleva tiempo y requiere mucho dinero, pero entonces las autoridades públicas tardaron mucho en movilizar los fondos necesarios porque al principio no consideraban que el VIH fuera un problema de salud pública. Se creía que era algo que afectaba a homosexuales y drogadictos, elementos indeseables, así que el resto de la población estaba segura. Aquella creencia era falsa, desde luego, y pronto empezaron a documentarse casos de personas heterosexuales con VIH. Pese a todo, para entonces los prejuicios ya estaban muy bien asentados y el estigma que sufrían las personas que habían dado positivo era atroz. La comunidad LGBT+ sigue sufriendo ese estigma en gran medida, pese a que en la actualidad la vía más frecuente de contagio son las relaciones heterosexuales.
Además, el VIH no ha desaparecido. No ha habido ninguna cura milagrosa viajando por el aire y sanando a los afectados. Puede que en los países desarrollados se haya convertido en una enfermedad crónica que se trata con medicación y que las personas portadoras ya no tengan que temer por su vida, pero en el tercer mundo sigue siendo una epidemia muy peligrosa y muy extendida. Y allí no disponen de la cara medicación de la que disponemos nosotros. Según datos de 2022, los países con más afectados son Sudáfrica con 7,5 millones de enfermos y Mozambique con 2,2 millones.
Se me ponen los pelos de punta al pensar que Genosha, un país ficticio creado con la intención de ofrecer una metáfora sobre el apartheid en Sudáfrica, fuese el lugar en el que más se cebó el Virus del Legado. He visto los campos de refugiados mutados en los cómics y no quiero ni pensar en cómo debe ser la situación en el mundo real, en un país que tiene siete millones y medio de personas con VIH. Siete millones y medio de personas de carne y hueso. Enfermas. Y sin apenas tratamiento. Es aterrador.
Teniendo todo esto en cuenta, ¿comparar el Virus del Legado con el VIH no parece… inapropiado? Como hemos visto, la historia del virus no fue demasiado buena. Puede que funcionase bien al principio, pero pronto se quedó atascada. Cualquier intención original que tuviese quedó olvidada y se acabó cerrando de una forma cutre que buscaba el drama más gratuito. ¿Comparar esta ficción tan mal desarrollada con un problema tan real que afecta a tantísimos millones de personas no parece una falta de respeto? A mí sin duda me resulta irrespetuoso. Me encanta la historia de la Patrulla-X y podría pasarme horas y horas escribiendo sobre el más estúpido de los aspectos de su continuidad. Lo he hecho en este mismo artículo. ¿Pero pretender que toda esta historia tan mal llevada era una realidad una ambiciosa metáfora sobre el VIH? Eso es ir demasiado lejos.
He leído historias de la Patrulla-X que pretendían ser una metáfora de una situación real, como la de Genosha y el apartheid antes mencionada, y sus pretensiones estaban a años luz de la historia del Virus del Legado. No sólo estaban infinitamente mejor escritas, sino que pretendían despertar el espíritu crítico del lector, apelar a sus sensibilidades y hacerle más consciente de su realidad. Creo que la historia del Virus del Legado no hizo nada de eso. Al contrario, es una historia que apelaba a lo más negativo del lector, como el miedo al contagio y la desconfianza hacia las vacunas. Por tanto, aunque resulte muy impactante decir que el Virus del Legado fue “el VIH de los mutantes”, prefiero evitar el paralelismo. Quizá todos deberíamos evitarlo.
Es imposible evitar que la realidad en la que vivimos se acabe filtrando de alguna forma en lo que hacemos. Nos pasa a todos, pero en especial les pasa a los autores de ficción. Ya sean escritores, cineastas, diseñadores de videojuegos o autores de cómic, sus trabajos siempre van a estar empapados del zeitgeist del momento, del espíritu de su tiempo. Cabe pensar que, en 1993, en una época en la que la problemática del VIH ocupaba gran parte de las noticias, es posible que los guionistas de la franquicia mutante acabaran trasladando aquella preocupación social a sus cómics. Ya fuese de forma consciente o inconsciente, el zeitgeist del momento se acabó filtrando en sus escritos y quizá eso fue lo que dio forma al Virus del Legado. En aquel año yo era demasiado joven y, además, estaba inmerso en ese mismo zeitgeist, pero ahora, tantos años después y desde la distancia, quiero pensar que tengo la experiencia y el conocimiento suficientes como para analizar aquella historia de una forma más crítica. El resultado ha sido este texto excesivamente largo en el que me he ido demasiado por las ramas; un texto para celebrar este rinconcito de la historia mutante y para homenajear a los autores que lo hicieron posible, pero también para reflexionar acerca del peso que tienen las metáforas.
Hasta la más irrelevante de las ficciones transmite ideas y esas ideas pueden tener un impacto en la forma en la que las personas que disfrutan de esa ficción perciben el mundo en el que viven. Algunas ficciones lo hacen de forma deliberada y otras de forma accidental, pero siempre es importante pararse a reflexionar sobre ellas y sobre lo que pueden enseñarnos sobre nuestra realidad. Lo creas o no, reflexionar acerca de este virus ficticio a lo largo de este texto me ha hecho sentir humildemente agradecido por todas esas benditas vacunas que llevo puestas.
Y aquí termina esta segunda entrega de Cultura mutante. En la próxima entrega: el Club-X.
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