[Animación] Crítica de Samurái de ojos azules (Temporada 1): sobre la impureza del alma y la pureza de la venganza
Japón, 1633. El país se ha cerrado al mundo y ha prohibido el paso de extranjeros a su territorio con la esperanza de permanecer alejado de lo que considera pueblos salvajes e incivilizados que ponen en peligro sus tradiciones. Sin embargo, el hombre blanco es insidioso y unos pocos lograron entrar a pesar de la prohibición. Ahora un samurái de penetrantes ojos azules, unos ojos que delatan su herencia mestiza, busca a aquellos blancos que pisaron las tierras niponas para consumar su venganza. Uno de ellos es probablemente su propio padre, el responsable de haberle condenado a una vida de rechazo en la que se le considera algo peor que una bestia... y por eso piensa usar su espada para acabar con él. Es más, piensa usar su espada para acabar con todos los demonios blancos que entraron en Japón para mancillar su pureza. Su viaje será sangriento y no terminará hasta que el último de sus objetivos haya muerto bajo su acero. Pero el samurái de ojos azules no es lo que parece y su viaje acabará desviándose de formas inesperadas. Los enemigos se convertirán en aliados, los aliados en enemigos… y la única constante será una insaciable y demoledora sed de venganza.
Llevaba algún tiempo decepcionado con las series de animación de Netflix. Salvando alguna que otra notable excepción, la mayoría han mostrado una calidad cuestionable debida sobre todo a un exagerado abaratamiento de sus costes de producción. Esta es una verdad innegable: para conseguir calidad hace falta invertir dinero y, en general, Netflix no estaba invirtiendo demasiado. Desde luego no estaba invirtiendo lo mismo que invirtió, por ejemplo, en la excepcional Arcane. No obstante, recientemente la plataforma ha estrenado en un corto espacio de tiempo varias producciones que han subido de forma considerable el listón: Castlevania: Nocturno, Pluto, Scott Pilgrim da el salto y la serie que ahora nos ocupa, Samurái de ojos azules, parecen demostrar que algo está cambiando en el servicio de streaming. Al menos a mí me están sirviendo para quitarme el mal sabor de boca que me dejaron Junji Ito Maniac: Relatos japoneses de lo macabro y Ghost in the Shell: SAC 2045.
Detrás de Samurái de ojos azules nos encontramos al guionista y productor Michael Green y a su esposa, Amber Koizumi. Green es conocido sobre todo por haber coescrito el guion de Logan junto a James Mangold, trabajo por el que fue nominado al Oscar, pero también ha sido productor y guionista de series como Smallville, Héroes o la tristemente fallida American Gods. Además de haber participado en los guiones de producciones cinematográficas como la ya mencionada Logan, Alien: Covenant, Blade Runner 2049 o la reciente Asesinato en el Orient Express, Green también ha trabajado en diversos cómics tanto para DC como para editoriales independientes (Supergirl: La última hija de Krypton, Blade Runner 2019, Blade Runner 2029). Por su parte, el currículum de Koizumi es bastante más escaso, ya que esta es la primera serie en la que está acreditada como creadora. Aún así, sospecho que ha aportado más de lo podríamos sospechar.
El apartado técnico corre a cargo del estudio francés Blue Spirit, que a pesar de no ser especialmente conocido ha participado en un buen montón de proyectos en los que ha empleado técnicas muy diferentes. Si repasamos su catálogo encontramos que el estudio ha trabajado, entre otras producciones, en la película Ernest y Célestine de Les Armateurs, la serie infantil Gigantosaurus de Cyber Group Studios, la primera temporada de What If…? de Marvel Studios y Gremlins: Los secretos de los Mogwai de Warner Bros Animation. Parece que Samurái de ojos azules es su primera serie para adultos y en ella han empleado una combinación de técnicas de dos y tres dimensiones. El resultado final es fantástico no sólo desde un punto de vista técnico, sino también artístico. El uso del encuadre y del color crean en no pocas ocasiones una serie de estampas de una belleza arrebatadora. Hay gente con mucho talento tras la iluminación y la fotografía de esta serie, por lo que merecerá la pena seguir el trabajo de Blue Spirit en el futuro.
Tengo que admitir que a priori tenía ciertas reticencias respecto a Samurái de ojos azules, pero la solvencia de su equipo creativo me hizo dejarlas a un lado casi de inmediato. Después de todo, esta es una historia con fuertes raíces en la tradición japonesa pero narrada desde un punto de vista occidental… y los occidentales no suelen ser los más apropiados para comprender las sutilezas de la tradición nipona. Por fortuna, y pese a pecar de ciertos excesos en algún que otro momento, la serie demuestra un respeto que roza la veneración hacia la cultura japonesa. Eso no quiere decir que Samurái de ojos azules sea totalmente verosímil desde un punto de vista histórico, pues contiene un puñado de anacronismos que se escapan del periodo temporal en el que se ubica. Claro que, en lugar de trabajar en detrimento de la narrativa, dichos anacronismos contribuyen a darle personalidad y sabor. Es el caso del personaje que canturrea una canción infantil japonesa que no se popularizó hasta 1927 (Akatombo, traducido como “libélula roja”, de Kōsaku Yamada) o del asalto a un fortaleza mientras suena uno de los temas de una famosa cantante de los años cincuenta y sesenta (Aizu Bandaisan de Chiemi Eri). Incluso las características gafas de cristal tintado con la que el protagonista disimula sus ojos azules son un anacronismo, pues la invención de este tipo de cristal está fechada en 1752, casi cien años después del periodo en el que se ubica la historia. Paradójicamente, a veces desviarse de los hechos históricos contribuye a que la narrativa parezca mucho más auténtica.
Parte del encanto de la serie se debe también a que se ampara en uno de los tropos más antiguos y atractivos: el de la mujer que se hace pasar por hombre o, al menos, debe adoptar el rol masculino para sobrevivir. La cultura japonesa está repleta de personajes femeninos que ocultan una gran destreza marcial bajo su aspecto delicado (recordemos, por ejemplo, Lady Snowblood), pero también de personajes femeninos que, por circunstancias de la vida, deben vestir como hombres y comportarse como tales (La rosa de Versalles o Utena, la chica revolucionaria podrían ser buenos ejemplos). En realidad, este es un tropo presente en la cultura oriental desde tiempo inmemorial: la historia de Mulan, una mujer que se hace pasar por hombre para ocupar el puesto de su padre en el ejército chino, data del siglo VI d.C. Pues bien, Samurái de ojos azules también es la historia de una mujer que, para sobrevivir en un entorno hostil, se hace pasar por hombre. A partir de aquí es necesario entrar en cuestiones argumentales, por lo que si aún no has visto la serie te recomiendo que vayas a Netflix y lo hagas antes de seguir leyendo este texto.
Como se desvela de una forma un tanto esperable al final del primer episodio, nuestro samurái protagonista es en realidad una joven llamada Mizu, la hija mestiza de una mujer que fue presumiblemente violada por uno de los pocos hombres blancos que había en Japón en aquella época. Su pasado está envuelto en misterio, pero sabemos que Mizu pasó su infancia escondiéndose y evitando ser descubierta. Puesto que buscaban a una niña, era necesario que se hiciera pasar por niño, por lo que se cortó el pelo y empezó a comportarse como un varón. Aun así, y pese a su disfraz, cuantos se cruzaron con ella la trataron como algo peor que una bestia. Era, después de todo, una mestiza; su sangre había sido contaminada por los demonios extranjeros. Separada de su madre, a la que da por muerta después de que los aldeanos prendan fuego a su refugio, Mizu jura solemne venganza; una venganza que antepondrá a todos y a todo, incluso a su propia integridad y su propia seguridad. Mizu sabe que su viaje sólo puede acabar de dos formas: con sus objetivos muertos o con ella misma muerta. Al contrario que su sangre, su venganza es pura, inalterable.
De esta forma, la pureza se convierte en uno de los temas principales de la serie, estableciendo una bella metáfora que tiene mucho que ver con el proceso de forjado de una espada. Perseguida por todos, Mizu acaba refugiándose en la choza de un maestro espadero y allí comienza a aprender lo que necesita para consumar su venganza. En primer lugar aprende a forjar el metal, lo cual supone un proceso peculiar. Si el acero es demasiado puro, la hoja de la espada no resistirá los golpes y se quebrará. Por tanto, para forjar una buena espada su acero debe contener algunas impurezas que le otorguen la resistencia necesaria para aguantar los golpes. La auténtica maestría subyace en la capacidad para renunciar a la cantidad apropiada de pureza para obtener así el mejor metal posible… y eso puede ser complicado para alguien como Mizu, que iguala la impureza con la debilidad. Se podría decir pues que su deseo de venganza es tan puro, que su odio hacia el hombre blanco es tan acusado, que su inevitable destino es quebrarse. Parte del viaje del personaje pasará por aceptar esta realidad, asumiendo su propia impureza y, más importante aún, dejando que otros toquen su interior, que otros se mezclen con su acero para dar lugar a una mejor aleación, por decirlo de alguna forma.
Además de aprender el arte de la forja, Mizu observa a los espadachines que acuden en busca de los servicios del maestro espadero, aprendiendo también a manejar la espada. Por la forma en la que se abre la serie, la imagen que se transmite del samurái de ojos azules es un tanto engañosa, ya que parece un espadachín de una destreza sobrenatural, casi imbatible... pero nada más lejos de la realidad, ya que Mizu es una heroína falible en todos los sentidos. No sólo recibe numerosas heridas durante su viaje, poniendo en evidencia que no es tan buena espadachina como creía ser, sino que también falla en lo que se refiere al aspecto moral: se supone que un samurái responde ante cierto código de honor, pero a Mizu no le importa sacrificar el honor en pos de la consecución de su venganza. Esto es muy relevante, ya que es aquí donde reside el peso central de toda buena historia de venganza.
En el Japón de aquellos años, todo samurái debía seguir los preceptos del bushidō, que era algo más que un estricto código de comportamiento. El bushidō, también conocido como “el camino del guerrero”, era una forma de vida basada en la aceptación de la propia muerte. Una vez aceptada la propia muerte, el guerrero puede tomar decisiones que no están basadas en el miedo a morir, sino en unos principios superiores. De hecho, el bushidō inculcaba una serie de principios morales que preparaban al guerrero para combatir sin renunciar por ello a su humanidad. Así, el código del samurái no sólo hablaba sobre honor y lealtad, sino también sobre rectitud, coraje, compasión, respeto y sinceridad. Evidentemente, Mizu está muy lejos del camino del guerrero. Aunque ha asumido que su viaje de venganza puede conducir a su propia muerte, no hay moral alguna en sus acciones. La mayor prueba de ello es que Mizu miente en varias ocasiones, algo totalmente impropio de un verdadero samurái. Y aquí es donde está el conflicto: el bushidō es lo que separa al hombre de honor de la bestia sedienta de sangre y también lo que diferencia al japonés del hombre blanco. Al adoptar los métodos del hombre blanco en su búsqueda de venganza, Mizu no está demostrando ser mejor que el animal que todos creen que es. Es más, no está demostrando ser mejor que los hombres blancos a los que persigue.
Hay un momento concreto en el que la serie define a Mizu como un onryō, un espíritu sobrenatural que regresa de la muerte para vengarse. En la tradición japonesa, la mayoría de los onryō son femeninos: en vida fueron mujeres que vivieron oprimidas bajo los deseos de sus maridos o amantes y en la muerte sólo existen para vengarse. Lo curioso de los onryō es que no son espíritus que busquen una justa venganza, por ejemplo contra sus abusivas parejas, sino que provocan el terror a todos aquellos que se cruzan en su camino. Son la venganza desatada, sin objetivo ni dirección, incapaces de sentir nada más que odio. Me parece interesante que se recurra a esta mención porque, además de ser una de las figuras sobrenaturales más influyentes de la cultura japonesa (incluso de la cultura popular moderna, como atestiguan películas como Ringu o Ju-on), habla sobre el proceso de deshumanización que experimenta aquel que está obsesionado con su venganza. Dicho de otra forma, renunciar al camino del guerrero a favor de la satisfacción de una venganza conduce hacia una vida en la que sólo tiene cabida el odio; conduce, en definitiva, a convertirse en un demonio de la venganza, en algo que ya no es humano.
Las historias de venganza componen uno de mis subgéneros favoritos, uno que además se suele abordar de formas muy distintas desde el punto de vista occidental y el punto de vista oriental. En las historias de venganza occidentales, la venganza suele ser sinónimo de justicia. Pensemos por ejemplo en El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, la historia de venganza por antonomasia, en la que un hombre es traicionado y desterrado para volver años después con los recursos necesarios para hacer pagar a los responsables de su desgracia. Aquí el vengador es el héroe de la historia, pues la justicia está de su parte. En ese sentido, su venganza llega incluso a ser aplaudida pese al gran coste emocional y humano que supone para el personaje. En cambio, en las historias de venganza orientales, la venganza no se considera una forma de justicia. Es una forma de retribución o castigo, sí, pero no siempre es justa ni mesurada. Aquí quizá los mejores ejemplos sean las tres películas de la afamada Trilogía de la Venganza de Park Chan-wook (Sympathy for Mr. Vengeance, Oldboy y Sympathy for Lady Vengeance), en los que el vengador nunca se considera una figura heroica, sino más bien todo lo contrario. En algunas de estas historias, en especial en Sympathy for Lady Vengeance, la consecución de la venganza no puede ser aplaudida porque está siempre asociada con la vergüenza. Es una venganza obtenida sin honor, en la que el vengador ha acabado convertido en algo peor que aquel que le agravió en primer lugar. A veces incluso en algo menos que humano. No necesariamente un demonio vengador o un onryō, sino más bien un despojo, una carcasa vacía que antes albergaba a un ser humano.
Samurái de ojos azules, pese a ser una producción occidental, se suma a esta concepción oriental de la venganza. En ese sentido, podríamos decir que la historia de venganza de Mizu es también la historia de la lucha por el alma de Mizu. ¿Acabará convertida en el onryō que dicen que es o será capaz de descubrir el camino del guerrero que le permitirá conservar su humanidad? Estamos ante el típico viaje del héroe que hemos visto en tantas y tantas ocasiones, pero sus sensibilidades orientales sugieren que esta quizá no sea una historia con un esperable final feliz.
Volviendo a la metáfora sobre la forja de la espada, decía antes que uno de los aprendizajes que debe realizar nuestra protagonista es aceptar que no puede vivir sola en el mundo: debe dejar que otros toquen su interior, que otros se mezclen con su acero para dar lugar a una mejor aleación de esa espada que es su alma. Eso es exactamente lo que nos enseña la serie, pues el viaje de Mizu no se realiza en solitario. Empezando por el personaje del maestro espadero, un anciano ciego que actúa como una suerte de mentor y padre adoptivo, Mizu se irá cruzando con personajes de todo tipo que desempeñarán un rol importante en la historia. Entre ellos están Ringo, un joven nacido con una malformación que le dejó sin manos y que sueña con la grandeza pesa su origen humilde; Taigen, un samurái pretencioso e indolente que está obsesionado con recuperar su honor perdido; y Akemi, hija de un noble señor feudal que se ha criado entre algodones y ahora ha descubierto las limitaciones de toda mujer nacida en una sociedad profundamente patriarcal. Los caminos de estos tres personajes se cruzan con el de Mizu y dicho cruce tiene consecuencias en ambos sentidos: Mizu aprende de ellos y ellos aprenden de Mizu, aunque no siempre para bien.
Cada personaje tiene su propio viaje y todos ellos me han resultado igual de satisfactorios. Empezando por Ringo, que empieza siendo algo así como el alivio cómico de la serie y acaba siendo fundamental en la evolución moral de Mizu; continuando por Taigen, que comienza reflejando una búsqueda vana del honor sin entender lo que significa realmente y acaba aceptando que en la vida hay cosas más importantes que el honor, la fama y la posición: y finalizando por Akemi, que en su primera aparición es una niña mimada y caprichosa que rechaza su rol en la sociedad y al final de la temporada acaba aceptando ese mismo rol para tergiversarlo y demostrar que ella es mucho más de que lo que la sociedad espera de una mujer. Es cierto, sin embargo, que el viaje de Akemi me resulta algo más interesante que el de los demás por la forma en la que se enfrenta a los estrictos roles de género de la sociedad japonesa de la época, tan patriarcal y tan condescendiente con las mujeres. Igual que Mizu, Akemi también rompe los roles de género de su entorno: la diferencia es que una de ellas lo hace desde fuera y la otra desde dentro.
Quizá podríamos discutir acerca de cuál de las dos mujeres tiene más mérito, aunque personalmente considero que lo que hace Akemi resulta mucho más complicado. Está luchando contra el sistema desde dentro del propio sistema, al fin y al cabo, erosionándolo poco a poco, así que su combate va a resultar arduo y muy, muy largo. El viaje de Akemi también está muy influenciado por otros personajes que a mí me han fascinado: las prostitutas del burdel de Madame Kaji, un grupo de mujeres que utilizan el sexo como instrumento de control con el que ponen a los hombres en su sitio y reivindican su posición. Soy consciente de que este puede ser un tema polémico tratándose de trabajadoras sexuales, pero creo que el hecho de ser prostitutas no está reñido con el hecho de que se sientan orgullosas de su feminidad y la empleen con toda la dignidad del mundo. Para ellas el sexo no sólo es una forma de ganarse la vida, sino también una manera de escapar a los límites que les impone su sociedad y, aunque sea por un rato, darle la vuelta a la tortilla e invertir los roles de género, pasando a ser ellas las dominantes y los hombres los dominados. Akemi toma buena nota de ello y lo pone en práctica cuando acaba llegando a la corte del shōgun.
Llegados a este punto es necesario mencionar que Samurái de ojos azules es una serie para adultos en la que se muestran relaciones sexuales de una forma bastante explícita. Al menos es bastante más explícita que la mayoría de series y no sólo en lo que se refiere a los cuerpos femeninos: creo que nunca había visto una serie de animación no pornográfica en la que se viesen tantos penes. No es un aspecto en el que se recree en exceso, es cierto, pero vale la pena mencionar que sus escenas de sexo no resultan nada puritanas ni contenidas. Más bien al contrario, pues se muestran sin pudor y con la intensidad debida. Supongo que al ser una serie de animación puede tomarse todas las licencias que en una serie con actores reales serían a todas luces excesivas. Tampoco se corta nada en lo que a la violencia se refiere, aunque a ese aspecto estamos mucho más acostumbrados y nos escandalizamos mucho menos. Un cuerpo cercenado con una katana y chorreando sangre es algo que tenemos muy visto gracias al anime. Lo que no es tan habitual es ver a una prostituta haciendo creer a sus clientes que está manteniendo relaciones sexuales con un pulpo vivo, un imagen que por cierto tiene cierto peso en la cultura japonesa. Si no me crees busca un grabado de Hokusai titulado El sueño de la esposa del pescador, que data de 1814 y es uno de los precursores del moderno hentai con tentáculos. Se agradece que una serie como Samurái de ojos azules se atreva a dar cabida a cosas como estas, que también forman parte de la cultura en la que se sitúa su historia.
Habiendo hablado ya sobre Mizu y sobre algunos de los personajes con los que se cruza a lo largo de su viaje creo que sólo quedaría comentar también al antagonista de esta primera temporada. Como dije antes, Mizu ha jurado solemnemente acabar con las vidas de los hombres blancos que había en Japón en el momento de su nacimiento, pues se supone que uno de ellos debe ser su padre biológico. Como se nos especifica ya en la introducción, en aquel momento sólo había cuatro hombres blancos en el país nipón. De ellos parece que Mizu ya ha logrado acabar con uno, aunque esto es algo que no se nos llega a mostrar. La historia de la protagonista se narra mediante diversos flashbacks que se van intercalando con sus acciones en el presente, pero el flashback en el que acaba con su primer objetivo se nos escatima (e imagino que con toda la intención del mundo: habrá que esperar a la segunda temporada para comprobarlo). Por tanto, lo único que sabemos es que quedan otros tres y que los ocho episodios que componen esta primera temporada giran en torno a uno de ellos: Abijah Fowler, un traficante de armas irlandés que ha pasado los últimos años refugiado en una fortaleza y muriéndose de aburrimiento. Su aburrimiento ha sido tal que ya no hay nada que logre estimularle, ni siquiera las más extravagantes perversiones. Fowler es un personaje teatral y caricaturesco, próximo a los típicos villanos de las películas de Disney, pero extremadamente violento y abierto a todo tipo de retorcidas prácticas sexuales. Es un villano de Disney en una serie para adultos y como tal no tiene por qué ocultar sus siniestros apetitos. Por ejemplo, hay una escena en la que se deja penetrar por una máscara tengu (esas típicas máscaras japonesas con una nariz larga), algo que sería impensable en cualquier película Disney.
Es curioso que el único personaje que está abordado con semejante histrionismo, extravagancia y pasión por el exceso sea precisamente el único hombre blanco que aparece en la serie, aunque tiene sentido. Fowler es tan hiperbólico que cuesta un poco tomárselo en serio; choca tanto con el resto de personajes que sin duda se percibe como algo ajeno a ese entorno, como algo pernicioso que viene de fuera a pervertir la pureza de la tradición con sus horribles vicios. Confieso que siento cierta predilección por los villanos caricaturescos y teatrales, pero en este caso creo que se han pasado un poco. Este antagonista es todo fachada, con apenas sustancia. Está diseñado para impresionar al espectador, pero resulta muy plano, está algo vacío. Es imposible empatizar con él porque no se nos ofrece la oportunidad de comprender sus motivaciones. La serie está demasiado empeñada en mostrarnos su salvajismo y sus perversiones, olvidándose en cierta medida de desarrollar su trasfondo, que es lo que nos va a permitir entenderle y sentir que es un personaje “real”. Apenas hay un par de líneas de diálogo sobre su difícil infancia en Irlanda, sin ir más lejos, una información que habría resultado de un tremendo valor para añadirle tridimensionalidad. Aún así, supongo que el guion pretende jugar con la idea de “civilización” a la hora de abordar a Fowler. Es obvio que para los japoneses el hombre blanco es una bestia incivilizada y Fowler lo es hasta cierto punto, pero también se presenta como un hombre culto que disfruta del arte y la gastronomía y que dispone de la mejor tecnología de la época. ¿Qué es, por tanto, lo que hace que un hombre sea civilizado? ¿Su cultura? ¿Su tecnología? ¿O quizá su código de honor, que es de lo que carece este villano?
Aunque el trabajo de los actores y actrices de voz de la versión en castellano me parece estupendo, es inevitable mencionar que en la versión original en inglés nos encontramos a un reparto excepcional. A Fowler lo interpreta nada menos que el shakesperiano Kenneth Branagh, que hace un grandísimo trabajo (en castellano lo hace Abraham Aguilar, conocido por haber puesto voz a Sayid Jarrah en Perdidos y a Jonas Maliki en Sense8). Hay otras voces igualmente conocidas en el reparto original, destacando Maya Erskine (Man Seeking Woman, Betas) como Mizu, Darren Barnet (Yo Nunca, Gran Turismo) como Teigen, Brenda Son (lo voz de la protagonista de la serie animada Anfibilandia) como Akemi, Masi Oka (el inolvidable Hiro Nakamura de Héroes) como Ringo, Cary-Hiroyuki Tagawa (el memorable villano de la primera película de Mortal Kombat) como el maestro espadero, Ming-Na Wen (Melinda May en Agentes de S.H.I.E.L.D. o Fennec Shand en El Mandaloriano y El libro de Boba Fett) como Madame Kaji y el veterano George Takei (Sulu en la serie original de Star Trek) como Seki, el sabio protector de Akemi. Sus homólogos en castellano son Laura Martínez García (April O’Neal en Tortugas Ninja: Caos mutante) como Mizu, Cholo Moratalla (Atticus Lincoln en Anatomía de Grey) como Teigen, Laura Pastor (Mantis en Guardianes de la Galaxia) como Akemi, Sergio Cerqueira (Varuna en Record of Ragnarok) como Ringo, Jacobo Dicenta como el maestro espadero (¡un trabajo fabuloso pese a no tener un curriculum demasiado extenso!), Emma Jiménez (Agatha Harkness en Bruja Escarlata y Visión) como Madame Kaji y Julián Rodríguez (Fersen en Pluto) como Seki. Me alegra decir que este es uno de esos casos en los que no te vas a equivocar elijas la pista de sonido que elijas, ya que ambas son igual de recomendables, pero la versión original tiene un plus de interés por contar con muchos actores conocidos y, además, la mayoría de ellos con ascendencia asiática.
En resumidas cuentas, Samurái de ojos azules es una muy buena serie. Técnicamente impecable, entiende la cultura que está tratando y desarrolla de forma acertada a sus personajes planteando algunas cuestiones de cierta trascendencia. Su villano principal es quizá demasiado caricaturesco como para tomárselo en serio, pero el viaje de Mizu y de los personajes que hay a su alrededor bien merece el tiempo que dura esta primera temporada. La principal crítica que le puedo hacer a Samurái de ojos azules no se debe tanto a la serie en sí como a su formato y a la plataforma en la que se encuentra disponible. Estamos en la era de la primacía del contenido y lo que importa no es la calidad de las producciones sino su capacidad para mantener al público enganchado a la plataforma en la que se emiten. No en vano, hoy en día el éxito de una serie se mide en horas de visualización por encima de ninguna otra variable. De esta forma, las series actuales se crean desde el primer momento con la idea de mantener a los espectadores pegados a la pantalla la mayor cantidad de tiempo posible. Me temo que Samurái de ojos azules no es una excepción y por eso abusa del cliffhanger capítulo tras capítulo, incluso aunque eso vaya en contra del fluir natural de su narrativa. Algunos de sus finales de capítulo se me antojan un tanto forzados. Su evidente objetivo es crear un suspense artificial que invite a la gente a continuar de inmediato con el siguiente episodio, incluso en detrimento de una narrativa que por lo demás funciona muy bien.
Y lo que me parece aún más grave: el final de temporada renuncia a ofrecer una conclusión contundente, ampliando su trama y llevándola por derroteros sorprendentes de cara a preparar una segunda temporada que aún no sabemos si acabará llegando. No creo que la serie haya funcionado mal en cuanto a horas de visualización, pero con Netflix por medio la renovación es una incógnita y siempre existe la posibilidad de que el proyecto se quede inconcluso. No sería la primera serie que se cancela sin haber tenido un final a la altura, después de todo. En este caso me resulta especialmente sangrante tratándose de una historia de venganza, en la que su protagonista está tan empeñada en acabar con sus objetivos que llega a actuar de un modo suicida y autodestructivo. Que llegue el último capítulo y Mizu deba posponer su ansiada venganza para crear una situación interesante de cara a la segunda temporada me parece una decisión contraproducente, algo que le resta fuerza a un conjunto que podría haber quedado mucho más redondo si hubiese tenido una conclusión más contundente, es decir, si Mizu hubiese podido satisfacer su venganza aunque fuera de una forma parcial. Pero eso no llega a suceder y, si bien la posición en la que quedan los personajes de cara a esa segunda temporada que llegará en el futuro parece muy prometedora, me quedo con la sensación de que falta algo. Si la intención original era que el viaje de Mizu fuera mucho más largo, qué menos que ofrecer una parada memorable al concluir su primera etapa, ¿no?
Como historia de venganza que es, lo que el espectador espera es el ansiado momento de la consumación… y ese momento no llega. ¿Es la serie peor por ello? Posiblemente no, pero elegir ese final abierto en contra de lo que la naturaleza de la propia historia estaba demandando delata que en esta producción hay aspectos más importantes que la narrativa. Es lo que tienen las plataformas de streaming como Netflix, para las que ofrecer más contenido se valora más que ofrecer una historia sólida. ¿Y sabes cuál es el requisito imprescindible que debe tener toda historia que presuma de su solidez? Exacto, un final contundente. Ya sea abierto o cerrado, es el final lo que más influye a la hora de valorar una historia. Una buena historia puede acabar estropeada por un mal final y, en cambio, un buen final puede elevar una historia mediocre. La primera temporada de Samurái de ojos azules no tiene final de ninguna clase: sólo la promesa de una segunda temporada que elevará aún más las apuestas y llevará a nuestra protagonista a un nuevo escenario, ahora en occidente en lugar de en oriente.
Está por ver qué le depara el futuro a Mizu y si esa hipotética segunda temporada retoma a todos los personajes en el punto en el que lo deja esta primera. El viaje de Ringo, Teigen y Akemi termina de una forma bastante más conclusiva y transformativa que el de Mizu, por lo que existe la posibilidad de que no volvamos a verlos más. Quizá la segunda temporada, con su prometido cambio de escenario, nos presente a un nuevo reparto de personajes secundarios. Lo cierto es que no me parecería mal, aunque mentiría si dijese que no me apetece saber más sobre sus vidas tras haberse encontrado con Mizu, en especial de la vida de Akemi como cortesana. Veremos qué sucede con la segunda temporada y qué giros nos ofrece su argumento.
En cualquier caso, la primera temporada de Samurái de ojos azules ya nos ha dejado con unos cuantos momentos memorables. Mi capítulo favorito es sin duda ese en el que se van intercalando tres narraciones diferentes situadas en tres momentos temporales distintos: en el pasado se nos narra el único momento de la vida de Mizu en la que su promesa flaqueó y estuvo a punto de renunciar a su búsqueda de venganza, en el presente se nos muestra su combate contra un numeroso grupo de enemigos en el burdel de Madame Kaji y, en el futuro, se narra la escenificación de una obra de teatro bunraku (una forma de teatro con marionetas) que habla sobre la esposa de un samurái que acaba convertida en un onryō, ofreciendo un contexto que ata los dos momentos anteriores y revisa su significado. Me parece que ese capítulo despliega una escritura de primer nivel que además alcanza una intensidad dramática difícil de ignorar.
Toda la serie está fantásticamente escrita, en realidad, y la prueba de ello es lo bien que trata la metáfora sobre la pureza del acero que enuncia el maestro espadero en su primer episodio. A medida que los capítulos van pasando y vamos comprendiendo mejor lo que quería decir el anciano ciego, el momento en el que nuestra protagonista, que tanto ha rechazado su propia impureza, acaba aceptando los regalos que le ofrecen los personajes con los que se ha ido cruzando para añadirlas al acero de su espada y así reforjarla de nuevo, con más impurezas pero también más resistente y mejor, se percibe como un momento transformativo de una fuerza colosal y un simbolismo extraordinario. La construcción de esa escena es simplemente maravillosa y denota un gran dominio de los ritmos narrativos y de los temas que se están tratando. Resulta que, al final, Mizu se da cuenta de que el metal que ha conseguido con el proceso es tan hermoso que no debe ser mancillado por su despiadada venganza. Quizá algún día sea digna de una espada fabricada con ese metal, pero no ahora y, por lo que parece, no hasta dentro de mucho tiempo. Qué bonito mensaje. Y qué profundo.
No obstante, Samurái de ojos azules también se puede ver sin reflexionar demasiado, como una serie de acción ambientada en el Japón feudal con espectaculares y exquisitamente coreografiados combates con katana. No todos sus capítulos son densas metáforas sobre la naturaleza humana y eso también es importante. Estoy pensando en el capítulo en el que Mizu asalta la fortaleza en la que se oculta Fowler, que viene a tener una clara estructura de videojuego: el personaje principal debe atravesar un conjunto de niveles progresivamente más peligrosos hasta llegar al último nivel, en el que espera el jefe final. Como podemos ver, la serie también tiene sus dosis de autoconsciencia y se permite ser ligera cuando tiene que serlo, de forma que los momentos dramáticos impacten con más fuerza. Samurái de ojos azules contiene violencia y sexo a raudeales, claro que sí, pero también humor, sobre todo gracias al divertido Ringo y a su inocente forma de ver el mundo (y digo “gracias a Ringo” y no “a costa de Ringo” con toda la intención, porque el matiz es importante: la serie nunca se burla del joven discapacitado). Ese humor, esa ingenuidad y esa humildad son de gran importancia porque ofrecen el necesario contraste ante la severidad del odio que consume a Mizu. Y eso, una vez más, es una prueba de lo bien escrita que está la serie.
En conclusión, Samurái de ojos azules ha resultado ser mucho más de lo que esperaba de una serie de samurais desarrollada por una productora occidental y, desde luego, ha resultado ser mucho más de lo que esperaba de una serie de animación de Netflix. Estoy deseando ver cómo continúa la propuesta de Michael Green y Amber Koizumi y lo que es capaz de hacer el estudio Blue Spirit con ese material. Y, sí, también estoy deseando ver cómo continúa este viaje de venganza. ¿Llegará a consumarse esa venganza? ¿Acabará Mizu con los hombres blancos que quedan en su lista? ¿Se nos mostrará el flashback con la muerte del primero de ellos que se nos ha escatimado esta temporada? ¿Acabará regresando nuestra protagonista para reclamar el precioso metal con el que reforjar su espada algún día? Hasta ahora sólo hemos podido disfrutar de una parte del viaje, pero el viaje continúa y, ay, me temo que su verdadera conclusión todavía parece muy lejana.
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