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[Series] Crítica de El horror de Dolores Roach: insípida empanada neoyorquina

  Dolores Roach se ha pasado los últimos dieciséis años en la cárcel por un asunto de drogas. Su novio, un camello de poca monta, la dejó tirada para que la pillase la policía y después desapareció por completo. La única compañía que ha tenido Dolores durante todo su tiempo en prisión ha sido la de una masajista manca que le ha enseñado a dar unos masajes verdaderamente fabulosos. Esas “manos mágicas” que consiguió mientras cumplía condena son su única esperanza de salir adelante ahora que vuelve a estar libre. Su barrio de Washington Heights, al norte de Nueva York, ha pasado por muchos cambios en su ausencia. Se ha gentrificado, llevándose por delante los viejos negocios y alienando cada vez más a sus antiguos habitantes. Sólo queda la tienda de empanadas de Luis, fumeta y antiguo cliente de Dolores, que le ofrece un sitio para vivir y poner en marcha su negocio de masajes. Por desgracia, las cosas se torcerán pronto. Cuando las “manos mágicas” de Dolores empiecen a cometer asesinatos, Luis se ofrecerá para deshacerse de los cadáveres convirtiéndolos en relleno para sus empanadas.

Quizá este argumento te resulte familiar: se trata de una versión actualizada y neoyorquina de Sweeney Todd, el barbero diabólico de la calle Fleet, conocido musical que fue llevado al cine por Tim Burton en 2007. Se ha cambiado el género del protagonista y los afeitados por los masajes, pero se conserva el injusto encarcelamiento y la inusual alianza para deshacerse de los cuerpos de los asesinados. En el original se convertían en relleno para pasteles y, en esta versión, en relleno para empanadas. Hay algunos matices más que separan ambas historias, por ejemplo el hecho de que en El horror de Dolores Roach los personajes principales están racializados y viven en un contexto cercano a la marginalidad. También es distinta la motivación de los asesinos, ya que, mientras Sweeney Todd buscaba vengarse del juez que le metió en la cárcel, Dolores Roach sólo desea vivir una vida normal. Su primer asesinato se produce en una situación en la que se ve acorralada y desde ese momento los acontecimiento se van sumergiendo en una espiral inevitable.

La mayoría de comentarios que he visto sobre El horror de Dolores Roach se limitan a señalar las similitudes con Sweeney Todd, apuntando que la serie es una simple copia o creyendo que ignora cuál es su principal referente. Esto no es así, desde luego. ¿Pero cómo no va a ser consciente de su origen si su primer episodio acaba precisamente con una canción de Sweeney Todd? Hay una diferencia notable entre copiar una historia y construir a partir de ella. El horror de Dolores Roach parte de Sweeney Todd y construye a partir de esa base, tocando temas que van más allá de los asesinatos y el canibalismo involuntario. Otra cosa es que lo haga mejor o peor, pero no hay duda de que al menos lo intenta.

Me parece que la premisa de esta comedia negra tenía potencial suficiente como para sorprender. Podría haber sido una sátira sobre la gentrificación de Nueva York y sobre las cosas que se ven obligadas a hacer las minorías raciales para sobrevivir en una ciudad que les resulta cada día un poco más hostil. O quizá podría haber optado por hacer suyo el lema “eat the rich” y haberse centrado en convertir a unos cuantos caseros especuladores en empanadas. Incluso podría haber sido un homenaje mucho más directo y haberse presentado como un musical, cambiando los temas de Broadway por sonidos urbanos y ritmos latinos. El problema es que la serie no pretendía ser ninguna de esas cosas. Lo único que pretendía ser es una adaptación del típico producto de éxito que llama la atención de una plataforma de streaming.

Resulta que El horror de Dolores Roach está basada en un podcast de ficción, que a su vez también contó con su propio musical. No es un producto original, por tanto, sino una adaptación… y no había ninguna intención de que fuera nada más que eso. Es una pena, porque el hecho de ser una adaptación no tiene que ser necesariamente una limitación. Todo lo contrario, ya que puede abrir todo un abanico de interesantes posibilidades. Tanto el podcast como el musical existen dentro del universo de la serie, pues la historia comienza cuando Dolores se aproxima a la actriz que la interpreta en el musical para contarle la verdadera historia de sus crímenes. Esta circunstancia, que podría haber servido para seguir un camino más “meta” o para convertir a la actriz en cuestión en un avatar de los espectadores y poder dirigirse así a ellos para romper la cuarta pared, está totalmente desaprovechada. Es poco más que una anécdota, una excusa para empezar el relato y poco más. Y se podría haber hecho tanto con ella...

Pero no, la serie pretende ser fiel al formato podcast y por eso tenemos una voz, la voz de Dolores, que nos narra en primera persona lo que está sucediendo en cada momento. Recurrir a un narrador convencional en el formato audiovisual siempre es arriesgado, porque es fácil cometer el error de sobreexplicar lo que estamos viendo y privar al espectador de la capacidad de elaborar sus propias interpretaciones. En un podcast es imprescindible que me digan cómo se sienten los personajes porque no los puedo ver, pero en una serie de televisión prefiero ser yo quien observe a los actores, su lenguaje corporal, la composición de la escena, la iluminación empleada y el resto de pistas visuales para sacar mis conclusiones. Lo que hace El horror de Dolores Roach es acompañar la interpretación de su protagonista, Justina Machado (A dos metros bajo tierra, Jane the Virgin), con un omnipresente diálogo interno que me resulta tan innecesario como engorroso. También es otra oportunidad perdida, ya que el diálogo interno puede ser un gran recurso cómico cuando se emplea para mostrar el contraste entre lo que un personaje dice y lo que piensa en realidad. Esto apenas se hace un par de veces en la serie y, cuando se hace, no resulta demasiado gracioso.

Creo que el mayor fallo de El horror de Dolores Roach es que, aunque se vende como una comedia, no hace mucha gracia. Sus primeros episodios están tan obcecados en presentar al personaje de Dolores, en darle un trasfondo y en hacer que los espectadores puedan empatizar con lo que está pasando… que se olvidan del humor. De hecho, esos episodios se acercan más al true crime que a la comedia negra. Y yo personalmente empiezo a estar cansando de la series que pretenden meterse dentro de la cabeza del asesino y mostrar que cualquier persona normal está a un pequeño tropiezo de distancia de empezar a acumular cadáveres en su sótano. No llegué a El horror de Dolores Roach buscando eso, pero eso es lo que me he encontrado. Hubiese preferido una comedia ácida con ciertos toques de discurso social, pero, por desgracia, de eso tiene poco.

La serie no llega a desmelenarse hasta sus dos últimos episodios, que abrazan el absurdo y lo insostenible de la situación para redoblar su apuesta con más asesinatos inesperados y unas considerables dosis de gore. Eso es algo que no esperaba y me ha supuesto una agradable sorpresa. Quizá sea buen momento para advertir a los espectadores de estómagos más delicados que El horror de Dolores Roach contiene un par de escenas en las que la cámara se recrea en mostrar unas réplicas hiperrealistas de los cuerpos que ha ido acumulando la protagonista, desmembrados y colgados como piezas de carne en una carnicería. Su nivel de detalle es muy alto, así que generan un gran impacto la primera vez que aparecen. Como efectos prácticos son de una calidad incuestionable, pero también me parecen un tanto gratuitos. Aun así, creo que la serie es mejor cuando deja de imitar el estilo del true crime y opta por ese camino más desagradable, hiperbólico y ridículo. El clímax de El horror de Dolores Roach es un despiporre de sangre y muertes muy divertido; lo más divertido de toda la serie, sin lugar a dudas.

Entiendo que era necesario construir ese clímax poco a poco, pero me hubiese gustado más que la serie hubiese sido así desde el principio. Podría haberse olvidado de hacer un retrato verosímil del personaje de Dolores para centrarse en la masacre, haciendo que cada muerte fuese más retorcida y original que las anteriores. Tampoco habría estado mal que el gore hubiese estado más presente desde el primer momento, pero no un gore tan hiperrealista sino uno más artificial y juguetón, más propio de una comedia. Y, sobre todo, hubiese estado bien que se aprovechase la historia para transmitir algún mensaje. Aunque se le da mucha importancia a la gentrificación del barrio, al final los crímenes de Dolores no lanzan ningún mensaje sobre la resistencia comunitaria ni sobre el poder de las minorías. El contexto se presentaba idóneo para ello, pues incluso en Sweeney Todd había un cierto subtexto de lucha de clases, pero la serie no sabe aprovecharlo. Si acaso transmite un mensaje opuesto, sobre cómo los miembros de las minorías acaban volviéndose contra ellos mismos cuando los poderosos les quitan lo poco que tienen. No hace falta que explique lo problemático que me parece eso.

En cualquier caso, El horror de Dolores Roach es una serie breve y de fácil visionado. Se agradece mucho que sus episodios duren treinta minutos en lugar de los sesenta que parecen ser la norma en plataformas de streaming de un tiempo a esta parte. Sus problemas parecen pesar menos cuando el conjunto en sí mismo parece tan ligero... pero siguen estando ahí, claro. En el momento de escribir esto no se sabe si la serie ha sido renovada, pero me gustaría que llegase a tener una segunda temporada que pudiese distanciarse del podcast en el que se basa y seguir su propio camino; un camino más loco, con menos pretensiones, más despendolado y con más humor. Ojalá una hipotética segunda temporada llegue a ofrecer esa prometida comedia negra que la primera no ha hecho más que rozar.

Esta empanada merecía tener un mejor relleno... y podría llegar a tenerlo en el futuro si se le da la oportunidad.

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