Prehistoria mutante es una serie de artículos en los que vamos a ir repasando los números de la Patrulla-X original uno a uno. En cada entrega se comentará uno de los números de esta etapa fundacional de los mutantes de Marvel, empezando por el primero... y de ahí hasta donde lleguemos.
Estamos en el quinto número de la colección y ya empieza a apreciarse cierto refinamiento. Una vez establecidas las bases, tocaba ir puliendo los detalles que no acababan de funcionar del todo bien. El mejor ejemplo de esto es que a partir de este número el Hombre de Hielo deja de llevar las botas del uniforme en su forma helada, lo que supone el primer paso en su camino para dejar de ser un muñeco de nieve y empezar a parecer un auténtico hombre de hielo. También están algo más definidos los miembros de la Hermandad de Mutantes Diabólicos, que reaparecen en esta entrega ya convertidos en los villanos recurrentes de la serie. El rostro y las proporciones del Sapo son aún más grotescas si cabe, los característicos mechones de pelo que se levantan sobre la frente de Mercurio están más marcado y las manifestaciones del poder de Magneto son más contundentes y peligrosas. No sé si el hecho de estar trabajando con personajes ya conocidos en lugar de tener que inventar unos nuevos hizo que los autores se sintiesen más cómodos en este número, pero es justo lo que parece. Nos encontramos ante un buen número, aunque al igual que los anteriores sigue conservando cierta tendencia a desviarse en exceso hacia tramas secundarias que no aportan mucho al conjunto y se apresura demasiado en su conclusión.
En la primera página, fantásticamente dibujada por Jack Kirby, nos encontramos a la Patrulla-X volviendo de Santo Marco. Puede que lograsen salvar a la pequeña nación de los invasores, pero el Profesor Xavier parece haber perdido sus poderes mentales como consecuencia. Tapado con una manta como un anciano, el mentor de los Hombres-X ya no puede seguir apoyándoles en combate y eso despierta las dudas entre ellos. “Se me hace raro verlo dormir así, como un homo sapiens cualquiera”, asegura Bobby. Quisiera llamar la atención sobre el detalle de que la diferenciación entre homo superior y homo sapiens, que en números anteriores era propia de los villanos, se está extendiendo también a los diálogos de los Hombres-X y a los cuadros de texto. Supongo que esas denominaciones tienen su atractivo y, de hecho, si tienes el primer número de la nueva Biblioteca Marvel, que incluye el correo original de The X-Men #5 USA, puedes leer a un lector de la época diciendo que le gusta mucho por cómo añade algo a la serie que va más allá de los buenos contra los malos. Personalmente, a mí me parece que tiene unas claras connotaciones negativas. Por una parte porque es especista y por otra porque hablar de un homo superior me lleva a pensar de inmediato en la Alemania nazi. No hace falta que explique lo problemático que me parece eso y, además, recordemos que el primero en usar ese término fue Magneto, un villano y un terrorista con aires supremacistas. ¿Sabían Stan Lee y Jack Kirby el berenjenal en el que se estaban metiendo con esto? Me inclino a pensar que no.
Volviendo a la Patrulla-X y a su indispuesto profesor, las cavilaciones de los jóvenes mutantes se ven interrumpidas por la llegada de los padres de Jean Grey para visitar la escuela. Es una excusa tan buena como cualquier otra para que retomen sus identidades civiles y nos enseñen quiénes son bajo el uniforme de colores. Bobby se deshiela, Warren se pone el arnés para ocultar las alas, Scott se lamenta del constante peligro que supone su rayo óptico y Jean reflexiona sobre el secreto que oculta a sus progenitores. “Al ser homo sapiens normales, ¿cómo podrán entender papá o mamá que su hija, Jean Grey, es en realidad la Chica Maravillosa?”, se pregunta la joven. Dejando a un lado el uso algo problemático de las palabras “homo sapiens normales”, con énfasis en “normales”, confieso que esta viñeta es la primera de la colección en la que empiezo a ver reflejado lo que es la Patrulla-X para mí a nivel personal. ¿Cómo pueden unos padres llegar a entender a su hijo, que ha nacido diferente? No mejor ni peor, simplemente distinto. ¿Cómo se le puede explicar a unas personas totalmente ajenas a las vivencias íntimas que definen a su hijo lo que este es en realidad? Aún estamos lejos de la época en la que los Hombres-X serán una clara alegoría de las minorías sociales, pero los cimientos para ello ya están aquí colocados.
No obstante, quiero destacar en especial las reflexiones de la Bestia mientras adopta su identidad civil, porque me parecen otra estupenda dosis de caracterización para el personaje. “Siempre me siento aliviado cuando puedo despojarme de mi traje. En realidad, la identidad de la Bestia poco me importa. Prefiero con mucho ser Hank McCoy, alumno distinguido… si bien el destino nunca me permite permanecer así mucho tiempo”, comenta para sí mismo. Por una parte es irónico, ya que sabemos cuál es su futuro y la transformación que le espera. Por otra, este diálogo confirma que es uno de los personajes tratados con más mimo por los autores. En él pueden encontrarse ecos de lo aprendido desarrollando a la Cosa de los Cuatro Fantásticos; un fascinante conflicto interno entre su naturaleza interior y su naturaleza exterior. Mi tipo de conflicto favorito, por cierto.
La visita de los padres de Jean a la escuela dura apenas un par de páginas y la atención de los autores se desvía pronto hacia otros asuntos. Es curioso que los mutantes decidan empezar la visita precisamente por la Sala de Peligro, que está llena de artilugios letales. Supongo que son igual de temerarios que su maestro y que sienten el mismo desprecio hacia la vida de sus congéneres. No me extraña nada que se olviden de Cíclope mientras continúan su recorrido, dejándolo atrapado allí mientras se activan sus mecanismos y están a punto de acabar con él. La secuencia en sí no aporta gran cosa a la historia, pero resulta bastante divertida. Aún así, sigo pensando en lo que le podría haber pasado a los pobres visitantes.
Tras la marcha de los padres de Jean, el foco de atención pasa a colocarse sobre la Hermandad de Mutantes Diabólicos, cuyos miembros están tratando de encontrar la base de operaciones de los Hombres-X. Ellos tienen su sede en una nueva base espacial, el famoso Asteroide M, y disponen de una serie de naves que se propulsan magnéticamente para viajar a la Tierra. No cabe duda de que es una mejora respecto al número anterior, en el que viajaron a Santo Marco en un barco robado. En cuanto al Asteroide M, no hace falta señalar su importancia dentro de la mitología mutante. Puede que no sea la primera base de Magneto en esta época, ya que esa sería la base situada en una isla perdida en mitad del mar de The X-Men #4 USA, pero es la que tendrá mayor trascendencia. Creo que aquí hay una lección muy sencilla, pero muy efectiva: si quieres que algo se recuerde ponle nombre. La base de la isla perdida en el mar no tenía ningún nombre y por eso no la recordamos, mientras que el nombre Asteroide M, por poco original que sea, nos dice todo lo que necesitamos saber y, seguramente por eso, no lo vamos a olvidar.
La dinámica entre los integrantes de la Hermandad de Mutantes Diabólicos sigue siendo la misma, ya que no se soportan entre ellos y parecen al borde de matarse los unos a los otros cada vez que alguien se excede. La presencia de Magneto es lo único que mantiene algo de orden, aunque es evidente que el grupo tiene poco futuro. Al menos Mercurio y la Bruja Escarlata parecen fuera de lugar y no dejan de repetir que si están allí es por su deuda hacia el Amo del Magnetismo, no porque sientan alguna simpatía hacia él. El único que parece albergar una lealtad incuestionable es el Sapo, que siempre se refiere a Magneto como amo. No como jefe o como señor, sino como amo.
El personaje del Sapo es un tanto extraño. Está definido por su servidumbre autoimpuesta y está claro que es un cobarde que se esconde tras la capa de Magneto cuando alguno de sus compañeros le planta cara. Sin embargo, también está claro que es malvado y que no tiene problemas en rogarle a su amo que castigue incluso a sus propios aliados. A mí me da pena. En este número, cuando Magneto decide recurrir a él para poner en marcha su próximo plan para localizar la base de la Patrulla-X, su expresión de genuina alegría me genera compasión. El pobre es un esclavo que sirve a un tirano… y aún así encuentra la felicidad cuando le resulta de utilidad a su amo.
El plan de Magneto, por cierto, es bastante disparatado: el Sapo se disfrazará para participar en una competición de atletismo, donde sus ágiles saltos le darán una clara ventaja, esperando llamar así la atención de los Hombres-X para que se lo lleven con ellos. La casualidad quiere que los estudiantes de Xavier estén viendo la competición por televisión, por lo que sospechan que el misterioso competidor capaz de dar grandes saltos es un mutante como ellos, así que acuden en su busca en cuanto los humanos empiezan a protestar y a considerar que las pruebas están siendo amañadas. Al final la Patrulla-X y el disfrazado Sapo acaban escapando del lugar en metro… ¡después de pagar los billetes, por supuesto! Es disparatado, pero es justo lo que se puede esperar de un tebeo de los sesenta.
La Bestia acaba descubriendo la tapadera del Sapo antes de que este averigüe dónde está la base de sus rivales, así que el resto de la Hermandad de Mutantes Diabólicos entra en escena. No para rescatar al Sapo, cuyo destino es irrelevante para Magneto, sino para secuestrar a uno de los Hombres-X y obligarse a confesar la localización de la escuela. El Amo del Magnetismo realiza entonces una demostración de poder bastante impresionante y acaba apresando al Ángel con unos fragmentos metálicos. Después se lo lleva cargado al hombro como si fuera un saco porque esto no deja de ser un tebeo de los sesenta. Finalmente, la Hermandad escapa en una nave con forma de imán gigante, un símbolo que sorprendentemente todavía no se había asociado con Magneto hasta ahora. Por si aún no nos habíamos dado cuenta de la década en la que nos encontramos, la nave con forma de imán gigante viene a rematar cualquier duda. La falta de complejos de los tebeos de esta época es genial.
Atrapado en el Asteroide M, el Ángel es sometido a torturas con luces destellantes y sonidos agudos diseñados para desgastar su resistencia. Para rescatarle, sus compañeros tienen que llegar al espacio… y eso supone un problema, ya que no disponen de un vehículo capaz de realizar el viaje. La solución narrativa está un poco cogida por los pelos, ya que el Sapo entra en una especie de trance cuando se ve incapaz de regresar con Magneto. En ese estado, activa un comunicador oculto que hace que descienda una de las naves magnéticas del villano. Podríamos sospechar que se trata de una trampa o que alguien está manipulando la mente del Sapo (¿no habíamos dicho que Xavier había perdido sus poderes?), pero la primera opción se descarta de inmediato y la segunda no llega a especificarse en ningún momento. ¿Puede ser que el Sapo simplemente se sintiese nostálgico y quisiera volver a sufrir los insultos y vejaciones de su amo? Cuesta un poco creerlo, pero parece que así es.
Hay una nueva secuencia de acción, la tercera o cuarta del número, cuando la Patrulla-X llega al Asteroide M para rescatar al Ángel y una vez más Magneto tiene ocasión de demostrar que hay que tomarse en serio sus poderes. Igual que Xavier usó un amplificador para aumentar su telepatía con el circo de la Mole, Magneto lo usa para aumentar su control sobre las piezas metálicas de la base espacial y convertir todo el asteroide en una trampa mortal flotante. Si no llega a lanzar a los Hombres-X al espacio es porque Mercurio y la Bruja Escarlata se lo impiden y se encaran con él, dejando claro que su lugar no está con la Hermandad. Stan Lee pone en boca de Cíclope lo que los lectores ya debían estar sospechando: “Mercurio, escúchame. ¡Lucháis por la causa equivocada! Abandonad a Magneto… ¡Uníos a la Patrulla-X!”, les dice. Puede que la intención original de los autores fuera esa, pero como sabemos la historia estaba reservando un sitio a los dos hermanos en las filas de los Vengadores.
Cuando la pelea empieza a poner en riesgo la integridad del asteroide, Magneto lanza a Cíclope a uno de los fragmentos para distraer a sus enemigos y poner fin al encuentro. El Hombre de Hielo crea entonces un túnel de hielo para que el recién rescatado Ángel recupere a Scott antes de que ese fragmento de la base se separe del todo y acabe en el vacío del espacio. Con esto se da por finalizada la aventura, de forma un tanto precipitada como venía siendo la norma en números anteriores y en otras colecciones de la Marvel de entonces. Pero los mutantes aún les espera una sorpresa más al volver a tierra firme.
Resulta que el Profesor Xavier estaba fingiendo y no había perdido su telepatía en ningún momento. Es más, la estaba utilizando para observar a sus estudiantes mientras se enfrentaban sin apoyo a un grupo de peligrosos terroristas. En el espacio. Pudiendo morir en cualquier momento. ¡Menudo villano!
“Recordad, esto es una escuela. Y no podéis graduaros de ninguna escuela sin aprobar un examen final. Pues bien, acabáis de hacer el vuestro… ¡justo como lo planeé! Y me enorgullece decir que todos lo habéis aprobado con todos los honores. Habéis demostrado que podéis pensar y actuar por vosotros mismos. Vuestro periodo de adiestramiento ha concluido. ¡Felicidades, mi Patrulla-X!”, les dice el sinvergüenza de Xavier a sus pupilos. Si yo hubiese sido uno de ellos le habría tirado el uniforme a la cara y habría abandonado la escuela para nunca más volver.
Agradezco que la historia no concluya con el profesor sacándole las castañas del fuego a los Hombres-X con su telepatía otra vez, pero encuentro mucho peor esta solución para evitar que Xavier emplee sus poderes y se saque de la manga otro deus ex machina. Su actitud de paternal superioridad me parece sencillamente intolerable. Quizá fuese lo normal y esperable de un maestro o un jefe en los Estados Unidos de los años sesenta, pero en el siglo XXI es una bandera roja de manual. Tengo claro que este Xavier primigenio no me cae bien, desde luego que no, pero así es él. Aunque en algunas épocas se ha intentado presentar como el santo patrón de la causa mutante, en el fondo el personaje siempre ha sido así: un poco ególatra, un poco psicópata y un grandísimo peligro para cualquiera que esté a su cargo.
Y hasta aquí el comentario de The X-Men #5 USA. En el siguiente número: ¡el Hombre Submarino se une a los Mutantes Diabólicos!
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