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[Series] Crítica de Deadloch (Temporada 1): sobre penes en llamas, hombres sin lengua y otras afrentas a la masculinidad

 Lo primero que vemos al comenzar Deadloch, casi el primer plano de toda la serie, es un pene. Pertenece al cadáver de un hombre que ha sido encontrado en una playa por dos chicas jóvenes que van fumando y bebiendo mientras hablan de sus cosas tras una noche de fiesta. Una de ellas tropieza y cae junto al cuerpo, quedando su cara a unos pocos centímetros del pene en cuestión. Por su parte, el cigarrillo que llevaba en la mano cae sobre el vello púbico del cadáver y le prende fuego.

Además de ser una de las escenas más inesperadamente divertidas que recuerdo y un arranque formidable para esta inesperada comedia criminal australiana, también muestra una clara intención de hacer humor ridiculizando la masculinidad. No en vano esta serie trata sobre unos asesinatos cuyas víctimas son hombres a los que se les ha cortado la lengua y, si para un hombre blanco heterosexual existe una mayor amenaza que la muerte, esa es el hecho de ser silenciado. Pero eso no es todo, ya que los penes en llamas y las lenguas masculinas cortadas conviven con un pueblo que se ha convertido en un paraíso para la feminidad más alternativa.

El pueblo de Deadloch, situado en la isla de Tasmania, está lleno de lesbianas aficionadas a la meditación y tiene a una alcaldesa obsesionada con su rarísimo festival cultural, compuesto por las actividades más extravagantes. Es más, el cuerpo de policía del lugar carece de una figura masculina masculina tradicional, ya que está formado por una mujer lesbiana que ya está un poco de vuelta de todo, una chica aficionada a los podcasts de true crime que no llegó a dedicarse a las ciencias forenses como ella quería por culpa del prepotente de su novio y un hombre gay al que no le interesa mucho el trabajo de policía y prefiere los cotilleos.

Más adelante también se sumará a la investigación una inspectora procedente de Darwin que está en las antípodas del típico personaje al que las series de investigación criminal nos tienen acostumbrados: desaliñada, incapaz de prestar atención incluso a los detalles más descarados, malhablada y deseando quitarse el muerto de encima lo antes posible (nunca mejor dicho), la inspectora no resulta muy competente. Y tampoco es que la suya sea una feminidad muy convencional, que digamos.

No debería sorprendernos comprobar que Deadloch es una creación de dos mujeres, las actrices y cómicas australianas Kate McCartney y Kate McLennan. Su humor ácido y reivindicativo está presente en todos los aspectos de la serie y todo se observa a través de su peculiar prisma. Hay una clara intención de ridiculizar la masculinidad, sí, pero sobre todo la masculinidad tóxica; en concreto el tipo de hombre que desprecia y rebaja a la mujer por el mero hecho de ser mujer, que por algún motivo inexplicable también es el mismo tipo de hombre al que no le caen bien las lesbianas ni los gays. Más aún, la serie también tiene una clara intención de ridiculizar a los “aliados”, a los hombres que reivindican su pertenencia al movimiento feminista mientras acaparan el protagonismo y dejan a las mujeres sin su espacio y sin sus oportunidades para dialogar o valerse por sí mismas. He leído algunas críticas furiosas procedentes de espectadores masculinos y creo que eso prueba que Deadloch ha logrado precisamente lo que pretendía: provocar para destapar en los espectadores esas mismas actitudes que tanto ridiculiza. Y es que si ver esta comedia ha hecho que te sientas tan ofendido, debe ser porque en cierto sentido te has visto reflejado en ella… y no te gusta nada lo que has visto.

Creo que hay dos tipos de humor. El primero es inofensivo y poco trascendente. Es el humor absurdo, el de los golpes y caídas, el de los juegos de palabras facilones. Es el humor más blanco e infantil. El segundo es el humor que parte de temas muy serios. Es el que critica a la sociedad en la que vivimos, el que se burla de los poderosos y los privilegiados, el que nos obliga a posicionarnos ante alguna cuestión relevante. Es el humor de las connotaciones políticas, el que parte de algún tipo de convicción interna y el que se indigna ante las injusticias. Es el humor que se hace de abajo hacia arriba de la pirámide social, desde los que están en los escalones inferiores hacia los que se sitúan en los lugares superiores o incluso en la cúspide (porque hacerlo desde arriba hacia abajo sería ruin y supondría un abuso). Este segundo tipo de humor es muchísimo más difícil de escribir e implica casi con seguridad que alguien se va a sentir ofendido, lo que conlleva mucha valentía. Ofender es algo que podemos hacer todos y no hace falta ser un excelente humorista para hacerlo, pero en el caso de este tipo de humor la ofensa es un efecto secundario, no el objetivo último. Su verdadero propósito es mostrar una realidad y llevarnos a reflexionar sobre ella mientras nos reímos, pues al contrario de lo que dice la creencia popular, la letra no entra mejor con sangre sino con risas.

Deadloch habla sobre la masculinidad tóxica, sobre la homofobia, sobre el abuso hacia las mujeres y sobre cómo los cambios recientes en la sociedad han dejado a toda una generación de hombres en una especie de limbo, añorando el mundo tal y como era antes, que ya no volverá, y sin saber encontrar su lugar en el nuevo mundo, en el que cuestiones como el género ya no son tan simples y binarias como antes, sino infinitamente más complejas. También habla sobre las injusticias cometidas contra los aborígenes nativos de Tasmania, que es otro tema igual de peliagudo que el machismo. Pero lo hace desde la comedia. Y la suya es una comedia muy divertida. Me ha provocado carcajadas en más de una ocasión, lo cual no han conseguido muchas comedias últimamente. Tiene que gustarte un poco el humor negro, eso sí.

Pero, por encima de todo, Deadloch es una serie sobre una investigación criminal, con sus pistas, sus sospechosos y sus misterios. Su principal inspiración es la británica Broadchurch, después de todo. Y en ese sentido me parece una serie muy competente, con un desarrollo interesante, unos cliffhangers muy inteligentes y una conclusión muy satisfactoria. Más allá de su humor comprometido, es una buena serie sobre crímenes… ¡y además también hace humor sobre las series de crímenes y la tan extendida afición a los programas de true crime!

No quiero entrar en mucho más detalle para no estropear las mejores sorpresas de la serie, pero puedo asegurar que hay mucho que comentar sobre ella. Un análisis más detallado podría dar pie a más de un debate y son muchos los temas que se podrían abordar a raíz de su visionado. Estoy pensando por ejemplo en cierta escena en la que los indignados hombres del pueblo marchan por las calles portando antorchas tiki, parodiando sin piedad uno de los incidentes más penosos de los últimos años.

Y, pese a todo, si algo le falta a esta serie es un poco de ambición. Creo que podría haber sido aún más mordaz y aún más hiriente si hubiese querido, pero el hecho de querer ser una serie de investigación criminal lastra un poco su discurso. En mi opinión, si Deadloch hubiese querido ser algo más que una versión divertida de Broadchurch habría conseguido levantar muchas más ampollas de las que ha levantado.

Quizá, si llega a tener una segunda temporada, pueda lograrlo. Lo cierto es que la conclusión de la primera deja abierta una posibilidad para que las dos inspectoras protagonistas aborden la investigación de otro caso distinto en el futuro. En el momento de escribir esto aún no está claro si llegará a materializarse esa segunda temporada, pero sin duda a mí me encantaría verla.

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